La guerra contra los judíos


Con este título describía Lucy Dawidowicz en un libro de 1975 la lógica del régimen nazi, que tuvo en vilo a la civilización europea durante la década del 30 del siglo pasado y casi erradicó durante la Segunda Guerra Mundial la milenaria presencia judía del viejo continente. El título de esta obra resuena con fuerza en mi memoria cada vez que noto un aumento en el antisemitismo, el cual no ha perdido foros donde resonar con estruendo ni en Europa ni en el resto del mundo. Es que hay momentos en los que uno se cuestiona si alguna vez realmente terminó esta “guerra contra los judíos”, desatada en toda su furia por Alemania durante la última guerra mundial o si su eje simplemente mutó, adoptando nuevas ideologías e incorporando a otros actores en esta sempiterna tragedia.

El surgimiento del Estado de Israel en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial atrajo como un nuevo norte a los sobrevivientes judíos del genocidio europeo y a los remanentes dispersos de las juderías orientales que escapaban de la persecución y la segregación social en tierras de mayoría musulmana.

Nuevas alianzas de poder se gestaron en aquellos tiempos, alianzas que no necesariamente contemplaban la presencia de un hogar nacional judío en el Levante ni en ninguna otra parte. Paradójicamente, el surgimiento de la Guerra Fría, le brindó una oportunidad al flamante estado hebreo para jugar un rol protagónico en las disputas geopolíticas del cercano oriente. Pero no fue sino hasta 1967 que el estado de Israel finalmente logró consolidar su fuerza militar y el control hegemónico de fronteras seguras.

También fue en esta época que empozó a difundirse el concepto de “pueblo palestino” para englobar políticamente a todos los árabes que habían quedado sometidos a la soberanía israelí o fueron desplazados hacia los países vecinos.

La propaganda antijudía que nunca fue ajena al mundo musulmán, incorporó elementos del folklore europeo a partir del líbelo de sangre en Siria de 1840, y continuó sumando elementos de tradición europea durante toda la era de la descolonización.

Con la creación del estado de Israel, mucha de esta propaganda contra los judíos se proyectó hacia el estado hebreo y encontró sus mayores ecos en organismos internacionales con fuerte influencia de los países musulmanes como en las Naciones Unidas. El antijudaísmo tradicional era mal visto en estos ámbitos pero un antisionismo militante no sólo comenzó a ser aceptado sino que hasta llegó a ser abiertamente fomentado por una creciente cantidad de ONG´s con alcance mundial. El climax de esta tendencia tuvo lugar durante la década de 1970, cuando las Naciones Unidas votaron que el sionismo constituía una forma de racismo.

Evidentemente las guerras que los países árabes no pudieron ganar en el campo de batalla ni a través del terrorismo trataban de dirimirse ahora ejerciendo presión en las instancias diplomáticas.

La dependencia que el mundo industrializado tenía respecto del precio del petróleo –controlado por la OPEP con su fuerte componente árabe– tenía sin lugar a dudas, una influencia no menor en la connivencia con una agenda política internacional poco

equitativa respecto de Israel. La insistencia mundial, liderada por Estados Unidos, para que Israel hiciese un acuerdo de paz con los palestinos a partir de los acuerdos de Oslo, debe entenderse en el contexto de una incomodidad formal, a saber: que no se puede conseguir favores de los países árabes sin hacerles algunas concesiones.

A esto hay que sumarle el hecho incuestionable de que Israel ha sabido defenderse muy bien, con o sin ayuda occidental, en más de cinco guerras. Sin embargo, la falta de resultados completos en el campo de la paz ha permitido perpetuar la incomodidad de una solución diplomática inconclusa.

Si bien Egipto y Jordania normalizaron sus relaciones con el estado hebreo, sin llegar a una relación cálida, otros países liderados por Arabia Saudita han sabido adaptarse a la realidad y han encontrado la manera de convivir en buenos términos –aunque no abiertamente– con el Estado de Israel. Este vínculo, que en casos como el de Bahrein ya no es tan secreto, surgió más por la necesidad de luchar contra el enemigo común iraní que por una cuestión de simpatía o afinidad. De hecho, en la sociedad civil de estos países el odio a Israel sigue desempeñando una función importante y el desprecio a los judíos no ha cambiado en lo más mínimo.

Tal es así, que muchos de los inmigrantes musulmanes han vuelto a introducir con su arribo, varios de estos prejuicios en una Europa que nunca logró erradicarlos completamente de sus propias tradiciones. El surgimiento de esta nueva “judeofobia” en suelo europeo, que a menudo se disfraza de antisionismo o de rechazo a la “ocupación israelí” de tierras que ellos consideran que pertenecen a los árabes, ha tenido una expansión viral en los últimos años, logrando incluso cruzar el Océano Atlántico e insertarse en las agendas de discusión universitarias de países americanos. Es en este punto que realmente podemos empezar a hablar de una expansión mundial exitosa de esta forma “académica” de confrontación contra el estado judío.

Desde su creación en 1948, el Estado de Israel no ha gozado de un período duradero de paz, pero ha logrado desarrollarse y prosperar a pesar de la tensión militar casi permanente. Quizás, sin proponérselo y a pesar de su variedad étnica interna, ese ha sido el mayor factor aglutinante y de integración para los inmigrantes judíos llegados de más de ochenta países. También ése ha sido el factor que más ha contribuido a identificar el sufrimiento de un país asediado por sus enemigos con el sufrimiento de un pueblo milenario que debió soportar siglos de persecución en la Diáspora.

Porque si bien es verdad que desde que existe el Estado de Israel, muchas comunidades judías del exterior han mejorado notoriamente su situación política y la aceptación por la sociedad circundante, sobre todo en los países occidentales, también es cierto que esto no ocurrió sino porque Israel absorbió a la mayor parte de las juderías más perseguidas, sobre todo a las provenientes de los países de mayoría musulmana y a que, como estado, ha servido de catalizador para gran parte del odio ancestral que en muchos países, amplios sectores de la población todavía mantienen contra todo lo que sea judío.

Por Daniel Liberman