La escritora española Almudena Grandes recorrió varias ciudades de América Latina presentando su última novela Los pacientes del doctor García, que es la cuarta de los Episodios de una Guerra Interminable, que recorre las posguerra civil española, recuperando relatos heroicos de la resistencia al franquismo.
Este relato en particular, que se construye como una novela de espías, republicanos y traidores, tiene la particularidad de contar una parte de la historia desconocida: el modo en el que el franquismo fue central para la huida de los criminales de guerra nazis de Europa hacia América Latina. La organización paraestatal organizada por Clara Stauffer, personaje real que recorrió al menos Argentina, Bolivia, Chile y Perú, proveía de identidad nueva, vestimenta, pasaportes y pasajes a muchos criminales que luego venían hacia nuestro continente.
Esta trama, que organiza una historia mucho más larga de dos personajes de ficción, el doctor Guillermo García Medina y su mejor amigo, Manuel Arroyo Benítez, recorre 30 años de historia que pasan por Madrid, Valencia, Moscú, Berlín y Buenos Aires.
Apasionante relato construido sobre lo real, Los pacientes del doctor García logra además dar cuenta de la inserción global que el franquismo tuvo en el ordenamiento de Occidente en la posguerra, a pesar de la insistencia oficial de querer hacer pasar a España como una potencia neutral.
“Todo lo que ocurre en la novela tiene que ver con el espíritu de la guerra fría”, afirmó Almudena Grandes a Nodal Cultura. Y la guerra fría tuvo una enorme importancia en el orden impuesto en América Latina.
Esta novela es sin dudas la más oscura de los cuatro Episodios de una guerra interminable publicados hasta ahora ¿por qué es así?
Yo creo que es porque todo lo que toca el holocausto es oscuro. Todo lo que tiene que ver con el genocidio, la Segunda Guerra Mundial y el Tercer Reich, con esa especie de industria de la muerte es oscuro en sí mismo. Esa es una explicación.
Pero además en esta novela, aun cuando todas las novelas de la serie cuentan la crónica de un fracaso anunciado, los personajes pican muy alto. Su ambición es muy grande. Manolita quería que anduviera una multicopista, y aunque esa multicopista no era solo eso, era una metáfora de más cosas, no dejaba de ser una multicopista. Estos tenían una ambición mucho más grande, así que cuando fracasan parece que su fracaso es mucho más fracaso y eso contribuye a la oscuridad de la novela. Yo creo que es una historia sucia la que se cuenta. El hecho de que al final a los aliados les gustaba más Franco que los demócratas españoles oscurece cualquier cosa.
Respecto de esa idea, ilumina mucho un párrafo en el que habla de cómo repentinamente la Unión Soviética pasó de ser aliado fundamental a ser el principal enemigo de las potencias occidentales.
Todo lo que ocurre en la novela tiene que ver con el espíritu de la Guerra Fría. Con el hecho de que los nazis perdieron la guerra, pero ganaron la posguerra. Ellos convencieron a los aliados de que se habían equivocado de enemigo, que el enemigo era Stalin y que allí iban a estar ellos para luchar contra él y ayudarles. Y esa última, casi póstuma maniobra de la propaganda nazi, fue un éxito.
Usted me dijo una frase hace unos años que yo no puedo olvidar. “España es el único país del mundo en que hubo una guerra entre unos demócratas y unos fascistas y todavía no se sabe quiénes eran los buenos”.
La sigo diciendo, la sigo diciendo. Es una de mis ideas fuerza. Ahora suelo decir, además, que he descubierto que soy una escritora antisistema, aunque no tengo pinta de antisistema, ni ando tirando adoquines a la policía y soy muy bien educada, pero soy antisistema porque yo no escribo novelas de la equidistancia. En España hay una corrección política tácita. Pareciera que para quedar bien lo mejor es escribir novelas en las que los dos bandos son malos. Y los dos bandos son igual de asesinos y en las que todo es igual de horrible. Y yo eso no me lo creo.
No está escrito en ninguna parte que un novelista tenga que ser neutral o que un historiador tenga que ser neutral. Yo creo que la objetividad es una quimera, porque escribir es mirar el mundo y contar lo que uno ve. Y cada uno mira el mundo con una mirada que está determinada por su ideología, su sensibilidad, por su idea de lo que es bueno y malo, lo que es justo e injusto. Entonces pedirle a alguien que renuncie a todo eso para escribir es pedirle que se muera.
La literatura es el territorio de las emociones. A mí me parece que en los bandos de la guerra civil española hubo gente buena y gente mala en los dos, es cierto. Si no eres español, no tienes que decirlo; pero si eres español, lo tienes que decir todo el rato. Es así. Cuando yo digo estas cosas en algún lugar, levantan una mano de entre el público y dicen “Pero mi abuelo era buenísmo”, y si, pero no estamos hablando de eso, sino de los valores que representaban cada bando. Y los republicanos representaban los valores de la democracia.
En la novela aparece una España involucrada en el escenario mundial, algo que desde el franquismo siempre se ha mantenido oculto, como si no tuviera nada que ver con el contexto global.
Claro, eso era una mentira. Esa fue una de las ideas fuerza del franquismo. La guerra de España fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. Lo que pasa es que a los aliados nunca les interesó reconocer eso, ni reconocer la beligerancia en la Segunda Guerra. Franco mandó un cuerpo de ejército de unos 80000 hombres a luchar bajo mando alemán en el frente ruso, para pagar en parte la ayuda que los alemanes le habían prestado. ¡Hombre! no querer ver beligerancia es no querer ver mucho. Pero los aliados no quisieron ver beligerancia. Y como no quisieron verla porque no les convenía, le dieron la vuelta al axioma latino del “el amigo de mi enemigo es mi enemigo” y dijeron “el amigo de mi enemigo es mi amigo”.
Otra cosa que incluso los españoles no analizan mucho es que al final de los años ’40, en las verdaderas potencias del eje había democracia, había derechos, había libertades, había partidos políticos. Austria, Alemania Occidental e Italia habían recuperado la dignidad, habían recuperado el orgullo, porque los aliados habían invertido en ellos. Mientras tanto los españoles se chuparon una dictadura fascista hasta el año ’76. Entonces, como eso es muy difícil de explicar, es mejor no explicarlo.
Realmente la situación de España estuvo imbricada y relacionada con el escenario internacional, y la obsesión de los republicanos, que es el tema que se repite en todas mis novelas de esta serie, fue que los aliados acabaran el trabajo. Ellos pensaban “bueno, si le han ganado al fascismo, que venga a por este de aquí”. Pero no lo lograron nunca.
En ese sentido la participación directa del gobierno español en la huida de los nazis hacia América Latina desde nuestra mirada aparece como algo que no había sido relatado. ¿Qué tan novedoso es este relato en España?
En España también es novedoso, nunca se habló de esto. Es que España es un país muy raro. Hay una relación antinatura que en definitiva determinó la historia de mi país, que es que Franco y los aliados tienen el mismo interés.
En Inés y la alegría se contaba una invasión militar que duró 10 días en un territorio español que no se conoce, nadie sabía eso. Y tú te preguntas, cómo es posible esconder una invasión militar de 4000 hombres que toman un valle. Bueno, pues es fácil cuando los aliados no quieren, Franco no quiere y nadie quiere que se sepa. Con esto pasó lo mismo. Los aliados sabían perfectamente lo que hacía Clara Stauffer, entre otras cosas porque la reclamaron. Y porque cuando pidieron la extradición de Clara hicieron una descripción perfectamente ajustada a la realidad de lo que ella hacía. Lo sabían. Pero prefirieron mirar hacia otro lado. Eso determinó la suerte de España, aparte de la suerte de los nazis, que vivieron estupendamente en España.
¿Qué relación tenía Clara Stauffer con el gobierno de Franco?
Clara Stauffer no necesitaba la protección del Estado franquista porque ella ERA el Estado franquista. Ella era la tercera en el organigrama de la sección femenina, que era una parte del movimiento nacional. Además contó con la complicidad de la Iglesia católica, que le regalaba partidas de bautismo a nombre de quien ella quisiera para hacer los pasaportes. En España existía el registro civil desde el siglo XIX pero no se usaba. La gente bautizaba a los niños y con las partidas del bautismo hacían la documentación. También contó con la protección de Vaticano. Ante Pavelic, que fue uno de los grandes éxitos de estas rutas, salió desde Génova con la ayuda del Vaticano, pero con un pasaporte español. Se sabe que estuvo antes en España, intentaron sacarlo desde allí, no les pareció seguro, lo devolvieron al Vaticano y al final salió por Génova con ese pasaporte español. Y cuando Pavelic se cansó de vivir en Argentina, se volvió a Madrid y vivió ahí hasta que se murió.
Los relatos sobre la llegada de los nazis a Argentina, la famosa Ruta de las ratas, está más relacionada al Vaticano y al vínculo de los nazis con la Iglesia católica, que a una organización española con fuerte apoyo franquista.
Y sin embargo todos los nazis que fundaron la SARE de Perón entraron en Argentina con pasaporte español. Carlos Fulner tenía pasaporte español, Radu Ghenea tenía pasaporte español. Todos estos que montaron esta historia, entraron con un pasaporte español. Hay un caso incluso muy extremo que es Walter Kutschmann, un nazi que vivió en Argentina muchos años. Él entró a Argentina con un pasaporte auténtico de un carmelita español. Un sevillano que se lo dio. Como decimos en España: “Toma chaval, para que entres a la Argentina”. A ese ni siquiera le tuvieron que hacer un pasaporte falso.
Respecto de las otras novelas de los Episodios, pero incluso también de sus anteriores novelas, esta es mucho más masculina.
Si, es así. Tiene que serlo. Para escribir una novela sobre un hecho real hay que mantener un equilibrio perfecto entre la libertad del escritor y la lealtad a la realidad. No puedes retorcer la realidad para que te dé la razón, ni meter los dados a martillazos para que te encajen cuando quieres. En una trama como esta era muy difícil meter una mujer. Porque no era verosímil. Primero porque los criminales de guerra, que eran los soldados que estaban movilizados, eran hombres. Una mujer no podía suplantar a un criminal de guerra. Meter a una mujer, además, me habría obligado a que fuera la hermana de alguien, la mujer de alguien o la hija de alguien. Y mis personajes femeninos nunca son la mujer de alguien. Son ellas.
Mujeres que suelen tener centralidad en su obra…
Si, es cierto, pero aquí era una cuestión de rentabilidad narrativa y de lealtad a la realidad.
¿Cómo fue el proceso de construir desde la ficción la historia de personajes que fueron reales?
Es complicado, porque te apoderas de algo que no te pertenece. Yo con los personajes de ficción me siento segura y legitimada para hacer con ellos lo que quiera. Pero con los reales, para que salga bien el libro y sean personajes atractivos, tengo tratarlos igual que si fueran de ficción. Lo que hago es fiarme un poco de mi instinto y averiguar todo lo que puedo de ellos.
Aquí, por un lado están Juan Negrín y Pablo Azcárate, que son personajes a los que yo he seguido mucho, estudiado mucho y admirado mucho. Con ellos me siento segura, porque tengo la sensación de que si esto hubiera ocurrido de verdad, ellos hubieran estado donde yo los coloco y habrían dicho lo que yo digo. Luego está Clara, a quien la he construido con muy poco, porque había muy poco de dónde tirar. Sin embargo ella es una mujer tan fascinante, tan llena de registros y tan contradictoria a ratos. Por un lado aprovechó la libertad de la mujer republicana para hacer una carrera brillante como deportista de elite y para fundar un partido político, y luego cuando los suyos ganaron la guerra lo que hizo fue quitarle a todas las mujeres las condiciones que a ella le habían permitido brillar. Otra una cosa que me resultaba muy atractiva de Clara era que, aunque ella trabajaba para el mal, porque los criminales de guerra del Tercer Reich eran el mal, ella en sí misma es una mujer abnegada, que se entrega a su causa en cuerpo y alma. Estableció una relación casi maternal con sus protegidos. Todo eso a mí me permitió crear un personaje poco convencional.
Los malos, para que den miedo de verdad, tienen que tener luces. Clara traía las luces de fábrica, no tenía que ponérselas yo.
Una de las novedades que también tiene esta novela en relación con los otros Episodios es la aparición de otros países, otras nacionalidades, otras hablas. Eso implicó a no solo una operación literaria nueva, sino también pasar a ser “políticamente incorrecta” no solo en España, sino también en otros países, como en Argentina, por ejemplo.
Claro que si, pero yo no podía acabar esta historia sin acabar en Argentina. De alguna manera el convertir a Manolo en argentino era también establecer una relación sentimental con el país en el libro. Compensar por el mal trato, pero que es también un mal trato que yo infrinjo a mi propio país. Yo no elegí a Argentina como destino de los nazis, es la realidad.
Pero también hay otras posguerras, no solo la española. Narro lo que fue vivir en el Berlín hundido. Mis personajes nunca habían llegado tan lejos, es cierto. Por eso respete también la variedad lingüística del argentino. El franquismo es, como decíamos al principio, mucho más internacional de lo que pensábamos.
Usted tiene una muy importante cantidad de lectores tanto en España como en toda América Latina. Ellos han construido con sus relatos una relación afectiva. ¿Cómo se relaciona con esos lectores a la hora de escribir?
Mis lectores son importantísimos, porque son mi libertad. Cuando se habla de la industria editorial los lectores salen mal parados, porque parece que son los que vienen a corromper la pureza y son los que sostienen el marketing y tal. Pero yo creo que esa visión es muy injusta con un aspecto fundamental de los lectores: yo tengo la suerte de escribir los libros que quiero escribir y ser “antisistema”, porque mis lectores me sostienen. En el momento que ellos dejen de sostenerme, tendré que dejar de escribir los libros que creo que tengo que escribir, para empezar a escribir los libros que los departamentos de marketing del mundo piensan que tengo que escribir.
Ahora, cuando yo escribo lo hago para un solo lector, que soy yo. El origen de cualquier ficción es la memoria. Escribir siempre es cavar hacia adentro y encontrar registros en la memoria que te permitan armar un personaje. A mí me parece que es un error escribir para halagar a los lectores. Lo maravilloso de la literatura es esa transferencia mágica, que hace que cuando leemos un libro que nos guste, nos esté contando nuestra vida.
Uno de los párrafos más hermosos de Inés y la alegría hablaba del recuerdo que tenemos de los cuerpos amados como fueron cuando éramos jóvenes. Las historias de esta saga nos traen al presente aquellas discusiones políticas que teníamos entonces, no son necesariamente las miradas del presente ¿cómo se entrama esa mirada de los que fuimos con el presente político?
En todas mis novelas hay un poco esa misma óptica. En todas las novelas de esta serie, los personajes desembarcan en la transición. La transición es tan importante para entender estas novelas, como la historia que cuentan. Con toda esta gente no pasó nada. Llegó la democracia y nadie se acordó de ellos. Nadie fue consciente de lo que habían hecho. Son historias que se borraron, que se enterraron. Los españoles vivimos encima de una mina de oro de historias de héroes y villanos que no se han contado nunca.
Escrito por Daniel Cholakian
[Fuente: www.nodalcultura.am / Sephatrad]