Hussein Aboubakr Mansour, de 27 años de edad, nació en una familia de banqueros de El Cairo, Egipto. En la actualidad, es un autoproclamado sionista. Él sufrió una tortura brutal en su tierra patria antes de recibir asilo político en los Estados Unidos en el año 2012, dejando atrás todo lo que conocía.
Todo comenzó en la adolescencia, al buscar más información sobre el súper villano que había aprendido a odiar: los judíos.
“Todos recibimos la narrativa de quiénes somos. El cuento que yo recibí era que yo era miembro del mejor país del mundo. Todo lo que no era resultado directo de nuestra cultura, era inferior”, explicó Mansour a una audiencia absorta en la Congregación Beit Iaakov de Atlanta, en una charla patrocinada por StandWithUs. “Nuestros principales enemigos eran los infieles de Occidente, que querían apoderarse de nuestros recursos”.
Con el ataque a las Torres Gemelas, por ejemplo, su familia de clase media se alegró y llamaron a sus amigos para que encendieran el televisor. En su opinión, los infieles estaban siendo castigados.
El antagonista principal en este cuento era Israel. Para entender al enemigo y “decodificar el plan malvado de los judíos para arruinar nuestro país y nuestra civilización”, Mansour, un joven sumamente intelectual pero con escasas habilidades sociales, decidió aprender hebreo por Internet. Para hacerlo, primero debió aprender inglés. En el camino, pasó algo interesante. Cuanto más aprendía, más se cuestionaba la historia que le habían enseñado.
Los relatos de primera mano que leyó contaban algo diferente sobre los judíos y su historia. Por ejemplo, se sorprendió al descubrir que los judíos eran nativos de Medio Oriente. La historia que encontró, sobre una minoría odiada y perseguida que todo el mundo deseaba asesinar cuando se presentara la primera oportunidad, contrastaba con el cuento del demoníaco súper judío.
“La mayor sorpresa fue cuando comencé a examinar de cerca a Israel como una cultura”, cuenta. “En Israel hay un estándar aceptado de decencia humana. Para mi sorpresa, descubrí que los judíos tienen un estándar de tolerancia mucho más elevado, y que su objetivo no es matar a los árabes tal como los árabes se enfocan en matar a los judíos. Esta inmensa diferencia moral me abrió los ojos”.
Motivado por la curiosidad, Mansour descubrió un recurso en su propio hogar: el Centro Académico Israelí de El Cairo, producto del acuerdo de Camp David de 1978, entre Israel y Egipto. Allí, Mansour tuvo la oportunidad de hablar con alguien en hebreo. Comenzó con el primer judío que encontró en su vida: el guardia de seguridad del centro.
Como un niño en una juguetería, el egipcio de 19 años devoró historietas y novelas en hebreo, al tiempo que violaba el tabú cultural al visitar un lugar habitado por judíos e israelíes.
Un día, cuando Mansour partía del centro alguien dijo su nombre. Era un oficial de seguridad del estado. “Tu profesor debería haberte dicho que todos los egipcios tienen prohibida la entrada a este lugar”, le dijo el policía con tono amenazador.
A la semana siguiente, la misión diplomática israelí llamó para invitar a Mansour a ver una película en hebreo. Minutos después, Mansour recibió otra llamada de un número restringido. Era un oficial de seguridad del estado. “¿Por qué los israelíes llaman a tu teléfono? Eres de una familia de banqueros. Deberías estudiar para ser banquero”.
Mansour cuenta que a pesar de que no estaba haciendo nada ilegal, su teléfono fue intervenido. De todos modos siguió estudiando hebreo y desarrollando su talento natural para los idiomas.
Un periódico israelí lo entrevistó y el departamento de seguridad del estado lo volvió a amenazar. Su familia intervino, y él prometió abandonar sus estudios de hebreo, Israel y judaísmo. Pero a pesar de ser miembro de la mayoría musulmana en Egipto, se había despertado su interés por el otro bando. También comenzó a prestar atención a la persecución que sufrían en su país los cristianos, y cómo sus iglesias eran incendiadas. Comenzó un blog sobre antisemitismo y el trato a los cristianos y a las mujeres musulmanas.
Eventualmente, la familia lo desheredó por apóstata. Se alejó de la religión porque consideró que era una herramienta de control.
“Cada vez que escribía algo que no le gustaba al departamento de seguridad estatal, venían a arrestarme. Prometí detenerme”, dice. “Me pusieron en una prisión militar y me torturaron, me desnudaron, me golpearon con cinturones y me llamaron ‘amante de los judíos’. No hubo juicio, juez ni abogado. Fue la peor época de mi vida”.
El 26 de diciembre del 2010, lo liberaron de prisión. Un mes después, comenzó la revolución que llevó al derrocamiento del presidente egipcio. Mansour sintió esperanzas. Pero cuando los Hermanos Musulmanes asumieron el poder, los ataques a las minorías empeoraron y, nuevamente, comenzó a ser arrestado por escribir sobre su esperanza de paz con los israelíes.
“Si hubiera estado en Israel, no me hubiesen llevado a prisión por enviarle un email a la persona equivocada”, le dijo a la audiencia. “Es el único país decente en Medio Oriente, que les ofrece a los humanos una vida de respeto y decencia. Esa diferencia moral es lo que me hace apoyar a Israel”.
Mansour se las ingenió para conseguir una visa para los Estados Unidos y desde el 2012 vive en California. En la actualidad se dedica a enseñar hebreo, a educar a las personas sobre Israel y a ayudar a los estudiantes a luchar contra el antisemitismo en los campos universitarios a través de la organización proisraelí StandWithUs.
Mansour escribió: “Nací árabe, sé lo violentos, repletos de odio, intolerantes y agresivos que son los árabes. Por ello, apoyo el derecho de la gente libre de Israel a tener su propio país independiente. Apoyo al hombre civilizado en contra del salvaje, apoyo la honestidad y no la deshonestidad, apoyo la vida y no la muerte, apoyo la libertad y no la esclavitud, apoyo la inteligencia y no la estupidez, apoyo el racionalismo y no el terrorismo. Por eso, mi querido lector, apoyo a Israel”.