Polonia: la infamia a la vista. Por Victor Zajdenberg


He leído atentamente el discurso del Ministro de Exteriores de Polonia defendiendo a capa y espada la Ley recientemente aprobada por su país.

Como descendiente de mis abuelos, tíos, primos y cientos de familiares judíos polacos incinerados en los campos de exterminio siento el derecho a comentarla.

Confirmo mi aprobación a la primera parte de dicha “Ley” pues, efectivamente, los campos de concentración y exterminio fueron hechos por los nazis alemanes.

La tragedia radica en la segunda parte de la “Ley” donde la Sra. Embajadora se explaya en banalizar sucesos, minimizar complicidades y disminuir participaciones.

Es verdad que hubo “justos” entre los polacos (cerca de 7.000) pero también es verdad que cientos de miles fueron colaboracionistas antes, durante y después.

Nunca dejaremos de llorar a los judíos de Jedwabne que, en 1941, fueron arreados, encerrados en un granero y quemados vivos por sus propios vecinos polacos.

Jamás dejaremos de gritar por los judíos de Kielce que en 1946, regresando a sus hogares del infierno, fueron asesinados por polacos usurpadores de sus casas.

Estos horrores, sin presencia nazi ni soviética, fueron realizados por ciudadanos polacos comunes, ex amigos, clientes, pacientes y proveedores de dichos judíos.

En los alrededores de Treblinka, sin importar la humareda y el olor a carne humana quemada que emanaba de allí, los campesinos seguían cultivando la tierra.

Caravanas de judíos hambrientos que deambulaban por Polonia, sobrevivientes del criminal y salvaje fuego antisemita, eran expulsados de poblado en poblado.

Años más tarde mi hermano, queriendo visitar la casa de nuestra familia en la ciudad de Bialystok, le fue cerrada la puerta con fuerza y retirado por la policía.

Queda la triste esperanza que la Corte Suprema de Polonia declare inconstitucional las falacias y las penas por decir las verdades que atentan contra la libertad.