El país que le ganó al desierto. Por Daniel Capalbo

La historia del pueblo de Israel se puede medir en milenios de penurias y de sangre, de persecuciones y genocidios. La del Estado de Israel, que en mayo cumplirá 70 años, se puede medir,en cambio, por el grado de desarrollo alcanzado allí donde todo era un desierto de piedra y polvo, y en medio de las permanentes amenazas a su seguridad derivadas del conflicto con sus vecinos árabes.


Israel proclamó su independencia en 1948 después de la Segunda Guerra. Fue por entonces el mayor éxito político y diplomático del movimiento sionista nacido un siglo antes. Lo que hasta 1948 era un protectorado británico llamado Palestina, pasó a ser el Estado de Israel, una organización política erguida sobre la irredenta Tierra de Israel.

Desde entonces, la paz para los judíos se convirtió en el bien más escaso.

Pero a pesar de todo y a setenta años de su fundación, en Israel hay casi pleno empleo, con una tasa de desocupación menor al 5%. La inflación, que en los años 80 alcanzó tasas de 350 por ciento anual, ya no existe. Es más: los números ahora tienden a la deflación. El shekel, la moneda nacional, es una divisa fuerte que compite con el dólar e incluso con el euro.

Hace 70 años, Israel era apenas un páramo sin agua y hoy luce como un país del primer mundo, desplegado milagrosamente en una superficie que no es mayor a la de la provincia de Tucumán (22.145 kilómetros cuadrados), con casi 9 millones de habitantes de los cuales unos 900 mil viven consagrados a la defensa del territorio, directa o indirectamente.

El anuncio del presidente Donald Trump, de trasladar la embajada americana desde Tel Aviv a Jerusalén el próximo mes de mayo, justo para los festejos de la independencia, no hizo más que caldear los ánimos. Desató la indignación del mundo árabe, sobre todo la de los palestinos. La Gran Marcha del Retorno, iniciada en la Franja de Gaza, arrojó un saldo de 19 muertos y un centenar de heridos el último fin de semana de marzo. Ese estado de efervescencia volvió repetirse el viernes 6 de abril con fuertes enfrentamientos en Gaza que dejaron 7 muertos y 300 heridos palestinos a manos del ejército israelí.

Aquella guerra solapada transcurre en las fronteras y en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania. Fuera de las zonas peligrosas y las desérticas que aún quedan, Israel parece un vergel, con grandes extensiones verdes, impensadas antes de que el país desarrollara su increíble tecnología de irrigación, un método que consiste en desalinizar agua de mar, hacerla potable y transportarla hacia sistemas de riego por goteo.

Tel Aviv, una de las ciudades mediterráneas tan caras como las europeasBarcelona, París, Londres o Roma, y la más gay friendly, sorprende por su modernidad y por sus precios: para comprar un departamento siglo XXI de 100 metros cuadrados en la mejor zona habrá que desembolsar hasta un millón de dólares. Pero un piso, frente al mar, puede costar hasta 15 millones de dólares, según explica un guía turístico. Desde luego, son precios de los barrios más caros.

En Jerusalén los valores son menores a pesar del déficit habitacional y gracias a la febril construcción que, como política de estado, apunta a mitigarlo.

De acuerdo con datos obtenidos “en la calle”, en Israel el salario medio ronda los 1800 dólares entre empleados de comercio y servicios. Pero es incomparable con los que reciben los jóvenes nerds del sector tecnológico que, en franca expansión, ganan fortunas gracias a los esfuerzos de las megaempresas por retenerlos.

El PBI crece desde 2005 a un ritmo promedio del 3,5 por ciento anual y, según informa el The Jerusalem Post (el diario más importante de Tierra Santa), la renta per cápita en Israel es de 35 mil dólares. Cifra que resulta sideral si se la mide con la de los habitantes de los territorios ocupados (para evitar rispideces, los israelíes hoy prefieren llamarlos “territorios” a secas, sin calificar) que es de 1700 dólares en Cisjordania y aún menor en la zona más caliente de la Franja de Gaza, donde, según asegura un taxista musulmán en Jerusalén, los palestinos están condenados a vivir con un euro por día.

Por las calles de Jerusalén, sin embargo, se respira tranquilidad. Y no es solamente por ser la capital mundial de la espiritualidad. Un clima religioso que se vive con unción, en un radio apretado de unos 400 metros, con la multitudinaria presencia de peregrinos y turistas cristianos, musulmanes y judíos de todo el mundo. En el Muro de los Lamentos, el Santo Sepulcro o el Domo de la Roca desde donde Mahoma ascendió a los cielos con su caballo alado. Todo está a un paso.

Se respira paz en Jerusalén también porque el ejército y la policía están en las calles, son visibles y sus guardias son permanentes.

En plena ciudad, el visitante puede viajar en colectivos o en tren compartiendo asientos con efectivos casi adolescentes que, de civil, cargan fusiles de asalto M-16 y pistolas Glock. O se puede encontrar, a medianoche, con chicas policías de 18 años, con su característico uniforme verde y fuertemente armadas, custodiando las calles.

Es el pulso de un país en guerra, atento a cualquier movimiento raro, y es también el pulso de una sociedad que duerme apenas con un ojo cerrado en estado de alerta permanente.

Un “chiste” frecuente que este cronista escuchó en distintas oportunidades (entre otros de boca de Ariel Cohen Sabban, presidente de la Daia, anfitrión y guía en Israel de un grupo de periodistas invitados por la institución, del que formó parte Télam), asegura que “en Israel hay seguridad: nadie te roba, nadie te viola. Eso sí, te pueden matar…”.

El mismo chiste lo repitió un guía turístico, un bar tender de un hotel, un librero y un colono judío en la ciudad ocupada de Hebrón, donde esa humorada negra deja de serlo.

En Hebrón la paz hace equilibrio cada día, cada noche. Esta ciudad palestina situada a unos 50 kilómetros de Jerusalén, fue y es foco de la violencia ciega y el fanatismo. Es la ciudad más grande de Cisjordania, controlada por la Autoridad Nacional Palestina, y uno de los territorios ocupados tras la Guerra de los Seis Días de 1967.

En el barrio antiguo de Hebrón conviven unos 900 colonos judíos frente a una población palestina estable de unos 12 mil habitantes, gobernados hoy por miembros del partido Hamas (que también gobierna en Gaza). La mitad de los colonos judíos se concentra en la zona cercana a la Tumba del Patriarca Abraham, punto de peregrinación de judíos, musulmanes y cristianos. Fuera del barrio viejo de Hebrón aunque en los límites de la ciudad viven otros 200 mil palestinos.

El estado de guerra que vive Israel ha hecho que sus gobiernos expandan año tras año sus presupuestos en defensa, que hoy llegan a casi el 16 por ciento del gasto público total, lo que representa poco más del 6% del PBI. Esto implicó alrededor de 22 mil millones de dólares en 2017, presupuesto que incluye el financiamiento de los tres años de servicio militar obligatorio que todo israelí debe cumplir.

“Los gastos de defensa y seguridad en Israel, el principal ítem de su presupuesto, se financian con los impuestos. Los salarios más altos pagan todos los meses el 45 por ciento de Ganancias. Y nadie se queja ni evade: aquí evadir significa traicionar a la patria”, explica a Télam Luis Grynwald, empresario textil y vicepresidente de la Daia.

La economía de Israel es sólida aun cuando importe alimentos y energía (es el único país de Oriente Medio que no tiene petróleo en su suelo). Pero en este punto el gran desarrollo del sector tecnológico parece equilibrar las cuentas. Las amenazas a la seguridad estimularon la creación de una ciberindustria, que hoy está mayormente radicada Beer Sheva, una suerte de Silicon Valley israelí edificada a pocos kilómetros de la inflamable Gaza. Allí van a parar jóvenes talentos en sistemas detectados precozmente durante exámenes de matemáticas de rutina en la universidad o la escuela media.

El complejo tecnológico está financiado por el Ministerio de Defensa, la Universidad Ben Gurión y por empresarios que, como Eduardo Elsztain (Grupo Irsa) invirtieron en él al adquirir, en su caso, el fondo israelí IDB que controla varios emprendimientos tecnológicos. Aunque Elsztain no es el único: allí están presentes ahora Google, Oracle e IBM, entre otros.

En Beer Sheva trabajan casi 2000 ingenieros. El Estado de Israel paga el 25% de sus salarios, del resto se hacen cargo las empresas, que ya exportan tecnología para diagnósticos de salud por imágenes, ópticas para misiles y drones de aplicación militar, o directamente desarrollan estrategias para ciberataques destinados a neutralizar tecnología iraní, el mayor fantasma hoy para Israel que sospecha de su desarrollo nuclear. Es decir, la guerra como industria es también un hecho. Aunque la aplicación de esta inteligencia nerd se extiende a la vida civil. Por ejemplo, Israel ya cuenta con bancos digitales y robots que asesoran en qué invertir.

La gran apuesta, no obstante, es la educación. El último presupuesto dedica al rubro escolar y universitario casi tanto o más shekels que a los gastos de seguridad: casi el 7 por ciento del PBI, un punto más que el presupuesto dedicado a la defensa.

Fotos: Gabriela Valle/Gentileza DAIA