Hace falta mucha agua para apagar tanto fuego. Por Sergio Pikholtz


Al acercarse la fecha de la celebración de la independencia del Estado de Israel, y tras la mudanza de la embajada de Estados Unidos, de Paraguay y de Guatemala a Jerusalén, Hamás decidió dar comienzo a la marcha del retorno que consistió básicamente en juntar terroristas en la frontera, a los cuales sumaron civiles, niños con sus madres, por ejemplo, que se declararon pacíficos militantes antiimperialistas. Una vez en el lugar juntaron una enorme cantidad de cubiertas viejas de autos y les prendieron fuego. A muchos kilómetros de distancia se veía la columna negra, de petróleo que crecía a cada rato, hasta que alguien les explicó que estaban provocando un desastre ambiental sobre sus propias cabezas porque los tóxicos caían encima de ellos y el aire contaminado es el que luego tenían que respirar. Días más tarde, y continuando con la práctica piromaníaca, decidieron fabricar unos cometas, barriletes en criollo, embeberlos en líquido inflamable y remontarlos prendidos fuego cuando el viento se dirigiera hacia territorio israelí. Así quemaron varias hectáreas sembradas de frutas y verduras. Recientemente también, las autoridades de la asociación de Fútbol Palestina, ante los infructuosos esfuerzos por lograr que el partido Argentina versus Israel se juegue este sábado, llamaron a quemar la camiseta de la selección argentina, y en especial la del mejor jugador del mundo, Lionel Messi. Tal vez el liderazgo palestino piense que quemando la camiseta de Lio pueda lograr que su habilidad y su inteligencia en el campo de juego se vean afectadas, pero la verdad es que no, pueden quemar muchas camisetas pero eso no significa que lo quemen a Messi. Pueden quemar dos, cinco o mil hectáreas, pero eso no significa que puedan quemar todo un país ni su decisión de no sucumbir ante el terrorismo. La utilización del fuego por parte de la organización terrorista Hamás es claramente descriptiva de su cosmovisión: el fuego destruye todo a su paso y donde pasa el fuego ya no crece nada, así actúan los terroristas. En su confusión y su alienación mental piensan como en el budú donde pinchando un muñequito de alguien este caerá en desgracia, que prendiendo fuego a la camiseta del 10 argentino lograrán que su juego se vea eclipsado, por cuestiones políticas que nada tienen que ver con el fútbol.

Mientras en Israel, y más precisamente en Jerusalén la gente solo quiere ver y aplaudir al mejor jugador del mundo, colmándolo de afecto y buena onda, a pocos kilómetros los piromaníacos quieren destruirlo, porque Messi con la pelota en los pies es libertad, y al fin y al cabo el terrorismo odia la libertad. Extrañamente no son brasileros ni alemanes los que intentan terminar con Messi, en teoría los principales afectados por la calidad del jugador argentino, son palestinos que no juegan el mundial y que en muchos casos usan la camiseta que Lio viste en el Barsa. En tanto los incendiarios de Hamás se la agarran con una camiseta de fútbol, Israel inventa formas de recuperar rápido las tierras afectadas por los incendios, y también se ocupa de enviar suministros y socorro a Guatemala donde el volcán Fuego arrasa poblaciones y produce muertes y desolación, aunque Guatemala esté a miles de kilómetros de Israel. La lucha de Israel con la banda terrorista Hamás es ni más ni menos, la lucha del agua contra el fuego, es la lucha de la energía y la construcción contra la fuerza de la destrucción por la destrucción misma, solo por causar daño. Un día alguien me contó que Rabin y el rey Hussein de Jordania se encontraban secretamente en medio del Mar Rojo para negociar la paz entre los dos países, y desde ese día no puedo dejar de pensar en ambos, sentados en la cubierta de un barco, fumándose un habano, tal vez tomando un whisky compartido entre enemigos, pero en medio del agua, porque ambos eligieron el agua para hacer la paz. Al mismo tiempo que la dictadura misógina que gobierna a los gazatíes incendia todo a su paso, recordaba que Israel y los judíos hicieron del desierto de piedra un oasis de cultivos y diversidad animal y vegetal, que mientras el terror mata a fuego y humo contaminado, Israel es el país con mayor cantidad de árboles per cápita y también el de mayor replantado anual. Me gusta imaginarlo a Messi, con la pelota atada al pie mientras los rivales se desparraman a un lado y otro abriéndose como el mar se le abrió a Moisés, porque su camiseta no se quema aunque la prendan fuego una y mil veces, y porque no existe suficiente fuego que pueda con tanta agua.

Por Sergio Pikholtz, presidente de la Organización Sionista Argentina