Si Israel Hubiese Perdido La Guerra De Los Seis Días…


¿Y si el conflicto que estalló hace 50 años entre Israel y sus vecinos árabes más grandes ─ Egipto, Siria y Jordania ─, hubiese tenido un desenlace al revés?.

¿Qué pasaría si no hubiese habido conquista israelí de Gaza y la península del Sinaí, de los Altos del Golán, o de Jerusalém oriental y Judea y Samaria?.

¿Qué pasa si no se hubiesen construido poblados judíos, y si el “impedimento sionista” para un Estado palestino no hubiese existido jamás?

Obviamente nadie puede imaginar todas las formas en que la historia de Oriente Medio durante el último medio siglo se hubiese visto afectada si los árabes y no Israel habrían prevalecido en 1967. Pero de dos cosas, al menos, podemos estar casi seguro:

No habría estado palestino.

Y no habría estado judío.

Los árabes no provocaron una guerra con Israel en 1967 para lograr la independencia palestina. Un Estado árabe en Palestina había sido propuesto por las Naciones Unidas hacía 20 años, pero el mundo árabe rechazó vehementemente la idea.

Desde 1949, Judea, Samaria y Jerusalém oriental habían sido ocupadas por Jordania; la Franja de Gaza estaba bajo control militar egipcio. Los gobernantes árabes pudieron haber establecido un estado palestino en los territorios si así hubiesen querido. Pero el Estado palestino no era de interés para ellos.

Hubo, sin duda, un movimiento “palestino”. En El Cairo en 1964, la Liga Árabe había creado la OLP; Ahmed Shukairy, un funcionario de la Liga Árabe leal al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, se convirtió en su primer presidente. Pero el propósito de la OLP no era ganar la independencia palestina; sino, ayudar al bloque árabe en la eliminación de Israel y los Judíos de Oriente Medio.

Al igual que los gobiernos árabes a los que respondía, la OLP clamaba por genocidio.

“El Día D se acerca”, proclamaó Shukairy el 27 de mayo de 1967. “Los árabes han esperado 19 años para esto y no retrocederán ante la guerra de liberación”.

Unos días más tarde, fue aún más explícito. “Vamos a destruir a Israel y a sus habitantes”, el presidente de la OLP declaró en un sermón encendido en Jerusalém el 1 de junio. “En cuanto a los sobrevivientes – si los hay – los barcos están listos para deportarlos”.

La retórica de Shukairy era típica. Los líderes árabes en Oriente Medio rutinariamente hablaron de la existencia de Israel como una humillación a ser borrada.

En una transmisión de dos semanas antes del estallido de la guerra, el gobierno de Siria anunció: “La decisión del pueblo árabe es inquebrantable: Borrar a Israel de la faz de la tierra”.

El 18 de mayo, la voz de las estación de radio árabe de Egipto, prometió: “El único método que aplicaremos contra Israel es la guerra total, lo que resultará en el exterminio de la existencia sionista”.

El presidente iraquí, Abdel Rahman Aref, describió la inminente guerra como “nuestra oportunidad de acabar con la ignominia que ha estado con nosotros desde 1948. Nuestro objetivo es claro, borrar a Israel del mapa”.

No había ninguna ambigüedad acerca de los objetivos de aniquilación de los líderes árabes. En las semanas anteriores a la Guerra de los Seis Días, las reiteraron una y otra vez. Y las palabras belicosas fueron respaldadas con hechos: Egipto bloqueó los estrechos de Tirán, cortando a Israel de su línea de vida del sur.

Nasser exigió las fuerzas de paz de la ONU se retiren de la península del Sinaí, y comenzó a desplegar divisiones militares en la frontera de Israel tan pronto como se fueron. Siria y Jordania, también, concentraron las tropas a lo largo de la frontera del Estado Judío, el cual, en su parte más estrecha, era tan sólo de nueve millas de ancho.

Israel estaba solo, rodeado de enemigos en busca de sangre judía. Muchos relatos han detallado la ansiedad, la incertidumbre y pánico que se apoderó de los líderes israelíes en esas semanas. El temor de un segundo Holocausto era palpable. En todo el país, miles de tumbas fueron excavadas en la preparación de la terrible masacre por venir.

Lo que vino en cambio, fue una victoria de proporciones bíblicas, una victoria que sorprendió a Israel y al mundo. Cincuenta junios más tarde, el contexto de aquel triunfo es casi olvidado, y las tensiones árabe-israelíes aún acosan Oriente Medio. Si la guerra de seis días hubiese sido al revés, es justo decir, no existirían esas tensiones ahora.

Por otra parte, tampoco Israel.

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