La nueva estrategia del yihadismo. Por George Chaya


Lejos de ceder a las presiones de sectores islamistas radicales, las clases dirigentes occidentales deben ser capaces de defender nuestra cultura y nuestra identidad. Por su parte, los musulmanes que quieren vivir en nuestros países deben asumir una serie de normas y valores que son innegociables.

Los islamistas radicales utilizan, a menudo, medios distintos al terrorismo para ganar terreno. Algunas semanas atrás, los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos “se sometieron” a las demandas de las leyes de blasfemia de la sharía (ley islámica) y decidieron no permitir las críticas a Mahoma para que “los sentimientos de los musulmanes no sean violentados”. La Corte privilegió los sentimientos heridos por sobre la libertad de expresión y la verdad como defensa.

Es asombroso que aquellos que se llaman a sí mismos liberales y progresistas, personas que afirman creer tan fervientemente en la libertad individual y los derechos de las minorías, hagan causa común con las fuerzas que manifiestamente representan las mayores amenazas para esa misma libertad y esas minorías en el mundo.

De hecho, los yihadistas no consideraron que había sido exitoso el ataque terrorista perpetrado en Barcelona el 17 de agosto de 2017, con un saldo de 13 muertos y 130 heridos. Tenían un proyecto más letal. Querían conducir un camión lleno de explosivos a la basílica de la Sagrada Familia y otras dos áreas turísticas de la ciudad. Ese, sin embargo, fue el último gran ataque yihadista en un país occidental. El ataque a Manchester había ocurrido dos meses antes, el 22 de mayo de 2017; el ataque en Niza, 14 de julio de 2016; y el ataque en Orlando, el 12 de junio de 2016.

La destrucción del Estado Islámico bajo el mandato del presidente Donald Trump no solo ha privado a los yihadistas de lo que se había convertido en una base de retaguardia y un campo de entrenamiento en EE. UU., sino que también minó su idea de derrotar a Occidente. Hasta ese momento, los criminales yihadistas solían ser definidos, con extraña rapidez, por las autoridades como “perturbados mentales”.

En Europa, los nombres de los asesinos a menudo se ocultaban para evitar la posibilidad de provocar “prejuicios” antimusulmanes.

Lo que sucedió en otras partes del mundo rara vez apareció en los titulares de prensa, y generalmente la endemia del terrorismo global era tratada como un problema local sin importancia mundial.

En Occidente, se minimiza el apuñalamiento de israelíes, el lanzamiento de cohetes y de globos incendiarios desde Gaza a Israel. Los ataques a los cristianos coptos se definen como un problema egipcio. Los dos mil cristianos masacrados en Nigeria apenas se mencionan en las noticias. La sentencia de muerte por blasfemia en países como Pakistán y la expansión de esa ideológica radical en América Latina no se menciona en absoluto. Lo cierto es que el integrismo radical puede parecer estar a la defensiva, pero su ofensiva no se ha detenido. Las principales organizaciones islamistas están esperando el momento de golpear de nuevo.

LA VIGENCIA DEL ISLAMISMO RADICAL SUNITA

Al Qaeda fue definida por Naciones Unidas, en un informe de enero de 2018, como una organización “fuerte”, “influyente” y “resistente”. El Estado Islámico puede haber perdido territorios en Siria e Irak pero, según el informe de la ONU, “el grupo continúa transformándose en una organización terrorista transnacional con una jerarquía lineal, con células y adherentes que actúan cada vez más de manera autónoma”. Los grupos de yihadistas islamistas todavía están activos en Libia y Marruecos, donde controlan las actividades de tráfico de personas e infiltran sus hombres entre los inmigrantes que intentan cruzar el Mediterráneo hacia Europa. La policía ha frustrado varios intentos de ataque en suelo europeo, pero aún circulan videos públicos de instrucciones para fabricar explosivos.

Lo que es importante enfatizar es que los islamistas radicales usan otros medios, además del terrorismo para ganar terreno. La Hermandad Musulmana, la principal organización islamista sunita, nunca ha rechazado la violencia, pero hoy se inclina por la da’wa (proselitismo e infiltración) para alcanzar el poder en el mundo musulmán, en Europa y en América Latina. Sayyid Qutb, su líder en la década de 1950, dijo que “el objetivo de la Hermandad Musulmana era establecer el gobierno islámico donde fuera posible y por cualquier medio disponible”. Sus miembros pueden haber pensado que estaban logrando su objetivo durante el levantamiento que se conoció, erróneamente, como “Primavera árabe”, pero esto no sucedió. Desafortunadamente para ellos, el intento del expresidente egipcio Mohamed Morsi por convertir a Egipto en un Estado totalitario islámico no se concretó. Sin embargo, la estrategia no se ha desvanecido. Todavía tienen el apoyo de Turquía y Qatar. Y Hamás fue fundada como la rama palestina de la Hermandad Musulmana.

LOS TENTÁCULOS DE IRÁN Y EL HEZBOLLAH

Al mismo tiempo, el campo yihadista chiita no le va en zaga, el Hezbollah libanés es la expresión mejor acabada del régimen teocrático khomeinista iraní,  y sus operaciones financieras de lavado de activos, contrabando y tráfico de estupefacientes en América Latina financian ampliamente sus actividades terroristas en Oriente Medio y Europa.

Los informes de las agencias internacionales muestran que los miembros de Hezbollah pueden confiar en una red de adherentes en más de veinte países y mantienen su esperanza de imponer el chiismo en todo el mundo musulmán, pero su objetivo principal, más allá de acabar con el Estado de Israel, parece ser transformar a Occidente. Los líderes iraníes piensan que, si Occidente cae, el resto del mundo caerá después.

En los EE. UU., principalmente en Michigan, Hezbollah tiene sucursales no oficiales que ocultan lo que realmente son, pero que se mantienen extremadamente activas, entre las que se incluyen el Consejo para las Relaciones Islámicas Americanas (CAIR) y la Sociedad Islámica de América

del Norte (ISNA). La exportación de la revolución islámica es una política de Estado para Teherán, y está profundamente implantada en Europa occidental, Centro y Sudamérica, donde controla muchas estructuras financieras y organizaciones benéficas que también hacen todo lo posible por ocultar lo que son. Estas incluyen la comunidad islámica de Alemania, la asociación musulmana de Gran Bretaña y los musulmanes de Francia, Brasil y el Caribe”. La República Islámica de Irán, además, ha creado vastas redes de mezquitas y escuelas que reclutan, adoctrinan y afirman que el futuro de Occidente pertenecerá al Islam y que el mundo continuará sometiéndose.

Las organizaciones islamistas están presentes y en crecimiento como nunca antes en distintos lugares del mundo. El caso de América Latina es emblemático y preocupante, pues data de los años 90. Argentina sabe de eso, por haberlo padecido en dos oportunidades. A menudo, unen sus fuerzas para promover campañas de intimidación que empujan a los gobiernos, a los medios de comunicación y a las universidades a prohibir las críticas al Islam, en su pretensión de islamizar cada vez más la vida cotidiana. Esto está sucediendo a la luz del accionar de muchas organizaciones que confían en el apoyo de “compañeros de viaje”, principalmente occidentales que odian la civilización occidental y ven en el auge del Islam un medio adecuado para desestabilizar las democracias. Y están consiguiendo resultados. Los casos de Venezuela y, en menor medida Bolivia, son muestra de ello.

DEL DESEQUILIBRIO POBLACIONAL A LA BATALLA CULTURAL

Los políticos de la izquierda y la derecha occidental dependen cada vez más del voto musulmán para ser electos. Ven que las tasas de natalidad (ahora muy por debajo de los niveles de reemplazo) y los flujos migratorios crean un cambio de población; calculan que ser demasiado hostil al Islam podría llevarlos a su derrota política. En ese punto, América Latina, de momento, está preservada, aunque la cifra de conversión de los latinoamericanos crece exponencialmente.

En Europa, aunque el escritor islamista suizo Tariq Ramadan sigue encarcelado en Francia por acusaciones de violación, sus libros siguen en las listas de los más vendidos. En EE. UU., las librerías islámicas son cada vez más numerosas. En América Latina, se venden cada vez más libros antisemitas y antioccidentales que incitan a la violencia. Las zonas prohibidas continúan proliferando en Francia, Gran Bretaña y ahora en Alemania. En su libro No Go Zones, Raheem Kassam muestra que la mutilación genital femenina, la violación, el asalto sexual y los asesinatos por motivos de honor están sucediendo en esos países.

Unos pocos políticos, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el vicepremier y ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini, y el canciller austriaco, Sebastian Kurz, intentan defender la civilización europea, pero son denostados por los discursos de Angela Merkel, Theresa May, Emmanuel Macron y sus seguidores en Europa occidental. La posibilidad de que Orbán, Kurz y Salvini ganen la pelea a corto plazo está limitada por el rápido envejecimiento de las poblaciones de sus países.

Los autores que critican el islamismo radical todavía pueden escribir en Europa occidental, pero, con algunas excepciones, como Éric Zemmour en Francia o Thilo Sarrazin en Alemania, son casi totalmente ignorados por los principales medios de comunicación y acosados por islamistas, a veces con juicios en su contra.

Cualquiera que haya abandonado el Islam corre el riesgo de ser asesinado por la acusación de una fatwa de cualquier jurisconsulto islámico por apostasía. Algunos musulmanes han optado por escapar a países más seguros. Ayaan Hirsi Ali, autora de grandes obras literarias que renunció al Islam, debió abandonar los Países Bajos en 2006 y ahora es una ciudadana estadounidense. Otros, que se quedaron en Europa occidental, tienen que vivir bajo protección policial.

Hamed Abdel-Samad, un exmiembro de la Hermandad Musulmana que ahora vive en Alemania, es el autor del libro Fascismo islámico. En su obra, dice claramente lo que los líderes de Europa occidental se niegan a ver: “El Islam es una religión de guerra”. En una entrevista reciente, declaró que, cuando un país no musulmán es fuerte, “el Islam puede llegar a aceptar la coexistencia”, pero cuando un país no musulmán es pasivo, laxo y débil, “la guerra es la acción que se debe tomar”. Esta guerra, agregó, “puede ser violenta o no violenta”.

Los países de Europa occidental muestran signos de pasividad; EE. UU. aparece como más fuerte; y los países de América Latina “son flexibles” por desconocer la amenaza. La pregunta es si EE. UU. seguirá siendo un refugio seguro y de libertad para personas como el fundador y presidente del Foro Islámico Americano para la Democracia, Zuhdi Jasser, que había sido invitado el mes pasado a hablar en la Universidad de Duke, conferencia que estuvo a punto de ser cancelada bajo la presión de estudiantes de izquierda e islamistas.

En 2014, cuando la Universidad de Brandeis quiso honrar a Ayaan Hirsi Ali, las organizaciones islámicas y los “progresistas” exigieron que Brandeis revocara la invitación. Ella fue “desinvitada”, y la invitación no se extendió de nuevo. Hirsi Ali dijo: “Lo asombroso es que personas que dicen creer fervientemente en la libertad individual y en los derechos de las minorías hacen causa común con fuerzas en el mundo que manifiestamente representan las mayores amenazas para esa misma libertad y para esas minorías”.

En América Latina, la mejor defensa que puede hacerse de nuestros conciudadanos musulmanes del secuestro de su religión a manos de los radicales yihadistas es retomar las palabras de Ayaan Hirsi Ali: “Hay que decirles a los musulmanes que viven en Occidente que, si quieren vivir en nuestras sociedades y compartir sus beneficios materiales, entonces, deben asumir la obligación de denunciar el accionar de los extremistas y aceptar que nuestras libertades no son opcionales ni negociables”.

Fuente: DefOnline