En poco tiempo, recibo la misma preocupación de tres buenos amigos judÃos, desde distintos lugares del mundo: por un lado, Jorge Cohen me envÃa, desde Argentina, la noticia de la paliza que siete hombres le han propinado al gran rabino de la AMIA, Gabriel Davidovich, que lo ha dejado en el hospital con nueve costillas rotas y perforación de pulmón; por la otra, leo el artÃculo que me pasa la periodista uruguaya Jana Jerozolimski (“La lÃnea que une a Buenos Aires, ParÃs y Gaza”), donde expresa su preocupación por el aumento global del antisemitismo; y en Barcelona, me encuentro con mi querido amigo israelà Henrique Cymerman, y hablamos del auge del fenómeno en todo el mundo. La conclusión es clara en todas las percepciones, y desde cualquier punto de la geografÃa: el monstruo del antisemitismo ha vuelto con furia.
Por supuesto, nunca se marchó, porque es tan resiliente, que incluso existe antisemitismo allà donde nunca vivió ningún judÃo, o donde los exterminaron a todos. Como si odiar a los judÃos fuera una atmósfera, algo perfectamente retratado en el famoso chiste polaco: “Dos polacos leen un bando oficial que informa de la expulsión de todos los ciclistas y los judÃos de Polonia, y uno le pregunta al otro: ‘¿por qué los ciclistas?’”. Como explicaba con crudeza Elie Wiesel, Auschwitz mató a los judÃos, pero no mató el odio a los judÃos, y los sÃntomas del retorno voraz de este prejuicio letal llegan de todas partes. Aún resuena, por ejemplo, la manifestación de hace pocos dÃas en ParÃs, después del último acto antisemita, esta vez la profanación de 96 tumbas en el cementerio judÃo de Quatzenheim. En Francia, en el último año, los actos antisemitas han aumentado un 74%, y de ello puede dar muestra reciente el filósofo Alain Finkielkraut, insultado durante una manifestación de los chalecos amarillos con gritos del antisemitismo más clásico: “Cerdo sionista de mierda”, “que te jodan”, “Francia es nuestra”, “lárgate”. De golpe, Finkielkraut ya no era francés, sino judÃo, como pasó con todos los judÃos que a lo largo de la historia han sufrido esta maldad: no eran rusos, ni polacos, ni alemanes, sino sólo judÃos, y como tales podÃan ser despreciados, expulsados, atacados, asesinados...
No hablamos de un prejuicio menor, sino de la madre de todos los prejuicios, el termómetro más eficaz para percibir la mala salud de una sociedad: allà donde los judÃos son perseguidos, todos los valores de la civilización entran en quiebra. Su dolor, pues, nos avisa de nuestra enfermedad. Y la culpa de su retorno es múltiple: en el extremo derecho, siempre hubo odio a los judÃos; en el islam, el odio está en la base de la ideologÃa islamista que lo secuestra; y en la izquierda, fundamenta el relato maniqueo y criminalizador contra Israel, una versión moderna del antisemitismo de siempre. El monstruo, pues, ha vuelto, y son muchos los que han preparado su retorno.
Fuente: La Vanguardia