El renacimiento de Iojeved Sarid (92), sobreviviente de la Shoá

"No queríamos contar para que nuestros hijos no crezcan con miedo"


Yojeved Sarid (92), de Kvutzat Yavne, perdió en la Shoá a cuatro de sus ocho hermanos. Otro falleció en Siberia luego de la liberación. Quedaron con vida ella, un hermano y una hermana. Llegó a Israel en febrero de 1947 tras deambular un año y medio en Checoslovaquia, Austria e Italia al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Los ingleses la expulsaron a Chipre y recién más tarde logró volver, instalándose en el kibutz en el que vive desde entonces. El Estado de Israel  aún no había sido creado.

En el camino a la tierra de Israel conoció a Itzjak, originalmente de una zona de Polonia (hoy Ucrania) no lejana de la suya. Cuando se casaron, Yojeved tenía 20 años. Su esposo, también sobreviviente de la Shoá, fue el único de su familia en quedar con vida, por lo cual cambió su apellido por Sarid, que en hebreo significa remanente, vestigio.

“Formamos una hermosa familia”, nos contó tiempo atrás Yojeved, que sigue hablando en plural aunque su esposo ya no está físicamente a su lado. “Tuvimos cuatro hijos, todos ellos formaron hermosas familias. Que Dios los guarde”. Iojeved tiene 13 nietos y 27 bisnietos. Cuando su hija Java nos mandó esta semana una foto actualizada de toda la familia, le comentamos que aunque no nos gusta la palabra, ver a ese “familión” rodeando a su mamá, nos hace pensar que esa es la única “venganza” posible. Y ella agrega: “Esa es la tkumá”, un concepto en hebreo que combina la idea de renacimiento, resurección,  de levantarse para seguir viviendo.

Cuando le comentamos cómo alcanzó tanto y casi no tiene arrugas, sonríe tímidamente y explica que “lo que pasa es que me encanta Israel y la vida aquí”.

Menos sonriente se pone cuando le preguntamos qué sabía su familia de lo que ella y su esposo vivieron durante la guerra. “Nosotros no contamos nada a nuestros hijos hasta que en el liceo de nuestra nieta mayor se organizaban para viajar con los alumnos a Polonia . Recién entonces comenzamos a relatar lo que habíamos pasado”.

Y explica su lógica: “No queríamos criar a nuestros hijos con temores. Ya de por sí la situación en el país no era nada fácil. Nuestros hijos sabían que habíamos estado en la guerra, pero nunca contamos detalles. Temíamos que no nos entendieran. Y queríamos más que nada que crezcan como niños libres, sin pensar en la diáspora, en los peligros. Es que no sabíamos cómo podrían reaccionar y por eso pactamos con mi esposo que hasta que no estemos seguros que entenderían bien y hasta que ellos mismos no comenzaran a preguntar, entonces no contaríamos nada”.

Yojeved se detiene por un instante y parece reflexionar. De inmediato, agrega: “De todos modos, pensábamos que nada de lo que contáramos alcanzaría para captar lo que eso fue. Aunque uno lea un millón de libros sobre la Shoá, aunque uno vea un millón de películas, no basta para entender. Yo estuve ocho meses en los bosques, en el invierno, en la nieve…es difícil , casi imposible describirlo. Ahora estaba con un buzo y un saco y tenía frío..y allí, en aquel entonces, durante semanas estuve sólo con el vestido  que tenía puesto cuando logré escaparme..”.

Su hija, Java Yodfat, recuerda claramente esta problemática de su niñez y adolescencia.

“La verdad es que es un dilema moral  decidir si es mejor criar hijos compartiendo con ellos lo sucedido o callándolo”, nos dice. “Claro que en casa siempre había de fondo  un ambiente de tristeza, de carencia. Crecimos en un kibutz y nunca tuvimos abuelos de ninguna de las dos partes. En este sentido estábamos muy solos..Y crecimos sin saber nada..”.

“Recuerdo que de niña, cuando teníamos a veces que preparar trabajos sobre la familia, yo iba  a hablar con mi mamá y le pedía que me diga el nombre de sus hermanos..y ella –la recuerdo parada frente a la pileta de la cocina lavando platos-se ponía enseguida a llorar.Entonces yo le decía que está bien, que no hace falta…que no quiero saber”, rememora Java.”Recuerdo que apenas empezábamos a preguntar  algo, las lágrimas aparecían en los ojos. Así que nos daba miedo, no queríamos ver tristeza..y nos alejábamos del tema. Sentíamos que nuestros padres tenían un secreto que era sólo de ellos y que no quieren compartirlo con nosotros ni transmitírnoslo. Nos decían explícitamente que querían que crezcamos como el resto de los niños en el kibutz.Que saben que todos los niños tienen abuelos y tíos y tías y nosotros no, pero que al menos querían garantizar  que no crezcamos con todos esos horrores en nuestra mente”.

Al salir de una ceremonia recordatoria en Yad Vashem, Yojeved va acompañada de Java y dos de sus hijos varones, Yehuda (el mayor) y  Jaim (el menor de los cuatro) , además de dos de sus nietas.Ella habla y la observan y escuchan con lo que sentimos de inmediato como gran orgullo. “Dios quería que ganemos, que formemos una familia .Nuestros hijos aman al país, crecieron con amor a Israel, fueron oficiales en Tzahal, tengo nietos pilotos en la Fuerza Aérea..”…dice ella satisfecha. “Yo creo que Dios quiso que quede alguien que pueda contar, que se formen nuevas familias y que quede claro que “am Israel jai”, que el pueblo de Israel sigue vivo”.

Y en el caso de la familia Sarid, se garantizó que siga vivo el recuerdo digno no sólo de su propia familia. Desde que el tema dejó de ser tabú en la casa, los hijos viajaron tres veces a Europa con los padres, a conocer los pueblos en los que habían vivido y recorrer el camino de la huída del padre. Erigieron un monumento recordatorio en el pueblo de la madre y otro, a cierta distancia, junto a lo que había sido la fosa de la muerte. Ambos los hicieron de lápidas del gran cementerio judío del lugar que había sido destruido por los ucranianos después de la guerra .Numerosas lápidas fueron usadas para pavimentar aceras. Al llegar al lugar y ver esa terrible situación, pagaron a un contratista local para que saque las lápidas de la calle y con ellas hicieron los monumentos.

“Nuestros padres lograron  transmitirnos el amor por la vida y también el sentimiento de que hay que saber luchar para tener éxito”, cuenta Java. “.Es lo que está escrito en la matzeivá de mi padre”.

“También nos transmitieron que la familia es sagrada , que hay que mantener la unión familiar y nada es más importante que eso. Estos mensajes, dado que no teníamos familia, nos los transmitían constantemente”.Hoy está feliz de ver que lograron su objetivo. “Realmente  creo que nuestra familia es maravillosa. Somos sumamente unidos. No pasa un día sin que hablemos todos con todos por lo menos una vez por día. Creo que todos logramos pasar esta conciencia a nuestros respectivos hijos. Los primos tienen todos entre ellos una excelente relación. El precepto “respetarás a tu padre y a tu madre” se mantiene en forma muy clara , siempre”.

Preguntamos con cierta cautela a Java, la hija de Yojeved, si la familia que sus padres lograron formar es una forma de “venganza”. “Es un tipo de venganza..no sé si la única pero sí la más importante”, responde. “ Lograr formar una familia de las ruinas, es algo impresionante, más que nada cuando uno viene solo, cuando llegó de la nada…Es una venganza, una suerte, un agradecimiento..todo junto”.

Y al decirnos que ella y todos sus hermanos llevan nombres de parientes muy cercanos asesinados en la Shoá, Java agrega una frase estremecedora: “Yo llevo el nombre de mi abuela…y creo que si mis padres hubieran traído al mundo otros diez hijos  habría suficientes nombres para darnos a todos, sólo de la familia más cercana que ellos perdieron”.

Por Ana Jerozolimski
Fuente: Semanario Hebreo Jai