Si bien el Israel moderno cumple 71 años es imposible no
comparar el estado judÃo renacido con la China milenaria.
En ambos casos se trata de civilizaciones antiguas,
renacidas, pero que presentan rasgos comunes y no pocas asimetrÃas.
Es por eso que Israel no debe ser evaluada solo por lo que
carece sino por como llegó hasta donde llego. No nos quedemos solo con las
acusaciones contra Netaniahu y su posible juzgamiento o por el caos de la
polÃtica domestica. Detrás de las bajezas subyace un estado vigoroso, con mucha
ayuda para y entre sus habitantes, aún en medio de conflictos no fáciles de
resolver.
Para entender el dinamismo y la pujanza de Israel hay que
remontarse a la historia del pueblo judÃo, su religión, su idioma, literatura y
costumbres.
China e Israel supervivieron en el tiempo y crearon
esplendidas civilizaciones pero de inmediato pueden visualizarse las
diferencias: los chinos nunca fueron expulsados de su tierra o completamente
sometidos. Los conquistadores que incursionaron en China fueron absorbidos por
el transcurso de la historia. China sufrió catástrofes pero nunca fue destruÃda
ni su población exilada. En contraposición, gran parte de la historia judÃa se
desarrolló fuera de Israel. Hubo dos grandes exilios, destrucción de templos y
una cantidad de otras desgracias nacionales.
El pueblo judÃo busco y busca donde descansar sus pies y no
pocas veces imaginaron que la diáspora ocasional a la que llegaron
posibilitarÃa aceptarlos. Los judÃos aportaron a las sociedades, fueron buenos
patriotas hasta que volvÃan a echarlos y
otra vez a buscar otro lugar. En vano. La diáspora no da descanso al judÃo.
Vive en ella en tensión.
Aún no entiendo muy bien como se puede vivir en un paÃs con
1300 millones de habitantes. Si Israel no hubiese perdido la independencia a
manos de los romanos hoy habrÃa varios millones más de judÃos de los que hay.
Pero la mayorÃa del pueblo judÃo se hundió en las brumosas diásporas y se
atomizaron en la sociedades.
Hace algo más de 70 años fue exterminado 1/3 del pueblo
judÃo. Es una huella en la psiquis judÃa. Las diferencias demográficas entre
ambos pueblos son notables y crean lo que se puede denominar “ una psicologÃa
nacional “. Es importante ver en la realidad israelà esa diferenciación, No
pocas veces escuchamos cantos de sirenas
de diversos paÃses del mundo. Y también de no pocos israelÃes que se
consideran soberbiamente por encima de otros judÃos. Es el mismo canto de
sirenas que escuchó Ulises en La Odisea. Las sirenas querÃan seducir a los
marinos con su belleza para luego matarlos. El mismo Ulises quiso escuchar el
canto y se ató a un mástil mientras la tripulación remaba con los oìdos tapados.
Asà pudo salvarse de un destino aciago. No parece serio que el mundo le diga a
Israel que se deje seducir por ciertas sirenas poniendo en riesgo su seguridad
en un Medio Oriente cada dÃas más salvaje.
¿Qué es lo que hizo que el pueblo judÃo disperso se aferrara
a esta tierra indómita y pedregosa? ¿ Por qué no desapareció como otro pueblo
? ¿ Qué llevarÃa a muchos judÃos a dejar
sus paÃses emancipados y llegar a esta tierra que solo conocieron por la Biblia
Hebrea ? .
Luego de la destrucción del primer templo ( -586) los judÃos
exilados a Babilonia quedaron desmoralizados. Era el primer exilio forzoso y
pensaron que desaparecerÃan. “ Se
secarán nuestros huesos y perderemos nuestras esperanzas “, le dijeron al profeta
Ezequiel que vivió entre ellos. El profeta los alentó y les dio la famosa
profecÃa de la hondonada de huesos secos que comienzan a regenerarse. El
judaÃsmo vio en esto un indicio más de la llamada resurrección de los muertos.
El sionismo religioso le agregó a esta interpretación la resurrección nacional
del pueblo judÃo. En 1948 es una etapa en ese largo proceso. “Estos huesos
“,dice Ezequiel, “ son la casa de Israel. Yo abriré las tumbas y los llevaré a
la tierra de Israel y les daré vida y se asentarán sobre vuestras tierras”,
profetiza Ezequiel. Hay esperanzas. Solo resistan.
Y los judÃos resistieron sin olvidar a Jerusalem. Aún en momentos difÃciles Israel y Jerusalem
quedaron sellados en la memoria colectiva, en su literatura sagrada y laica; en sus costumbres y tradiciones; en sus duelos y alegrÃas.
Se conoce a los judÃos como “el Pueblo del Libro “. Ese
nombre se lo pusieron los musulmanes. Eran otros tiempos. La Biblia influyó
sobre el mundo occidental. Pero lo judÃos no se quedaron solo con la Biblia.
Hay sobre ella millones de palabras que formaron libros o textos y que
conformaron una suerte de patria sustituta.
El retorno a Israel permitió traer ese mismo caudal cultural
y religioso. Esos libros no duermen en estantes de algún museo de una cultura
extinguida sino que con matices se respiran en la Israel cotidiana, escritos en
el mismo pero renovada lengua hebrea que Ezequiel escribió.
El Israel que yo vivi hace unos meses es solo la punta de un
iceberg de un fenómeno histórico y cultural y
espiritual que no dejará de crecer a tasas chinas cueste lo que cueste y
pese a quien le pese.