Las teorías conspirativas de CFK sobre Israel deberían preocuparnos a todos. Por Julián Schvindlerman


Once semanas atrás, Cristina Fernández de Kirchner publicó sus memorias, tituladas Sinceramente. Persiste en el primer puesto de ventas de libros de no-ficción desde entonces. Sus páginas ofrecen una oportunidad  instructiva a quién desee conocer sus pensamientos, incluso aquellos relacionados al caso AMIA. Por momentos, la experiencia puede ser alucinante.

En una sección titulada “Los buitres también sobrevuelan la AMIA” presenta una elucubración retorcida incluso para los estándares habituales de las teorías conspirativas. Según ella, los cuestionamientos globales al Memorando de Entendimiento pactado entre su gobierno y la República Islámica de Irán en 2013 se apoyaban en un esfuerzo promovido por un grupo de acreedores norteamericanos de bonos argentinos, en litigio con la Argentina desde el default del año 2001. La señora Kirchner identifica al fondo de inversiones NML Elliot, presidido por Paul Singer, y -según ella- su socio Sheldon Adelson, a quien señala como allegado al premier israelí Benjamín Netanyahu, como los líderes de una “estrategia de extorsión sobre la Argentina” en la que involucra también a Mark Dubowitz, CEO de la asentada en Washington Fundación para la Defensa de las Democracias, por su postura crítica de Irán. Todos los involucrados en este presunto plan maestro, cabe notar, son judíos.

Cuando Israel votó en contra de una propuesta de su gobierno de crear una convención sobre deudas soberanas, en septiembre de 2014 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, CFK vio el punto culmine del complot. La propuesta argentina obtuvo 124 votos a favor, 11 en contra y 41 abstenciones. La ex presidente destaca sólo el papel de Israel, al señalar exclusivamente al estado judío por nombre entre los países que votaron contra su iniciativa. Ella ve las razones de ese voto negativo en el vínculo entre Netanyahu y Adelson, y, cuando veinte días después el Juez a cargo de caso argentino en las cortes de Estados Unidos, Thomas P. Griesa, declaró a la Argentina en desacato, a la ex presidente le cerró el Excell. “Pensando en retrospectiva sobre lo acontecido a partir de la firma del Memorándum”, escribe, “ya estaba todo planificado para la persecución judicial que luego se inició cuando asumió Cambiemos”.

Durante su mandato y bajo sus órdenes, la delegación argentina votó casi siempre a favor de los intereses de los palestinos en la ONU. Su gobierno pactó con el régimen ayatolá, que nunca dejó de publicitar su anhelo de destruir a Israel. Ella recibió al presidente de Siria Bashar al-Assad y le manifestó su apoyo por el reclamo sirio en torno a los Altos del Golán. CFK viajó a Libia y se abrazó con Muhammar Gaddafi, a quién celebró públicamente como un camarada en armas. Ella no parece poder entender que estas políticas inevitablemente antagonizarían a Israel. Elige, por el contrario, leer un voto negativo de Jerusalem en la ONU -por un asunto económico- en clave política conspirativa. (¿Y cuáles exactamente habrán sido los motivos oscuros de los restantes diez países que votaron junto a Israel? ¿También fueron controlados por el dúo judío Singer-Adelson?). Posiblemente los observadores extranjeros desechen estas ideas alocadas como las extravagancias de un líder sudamericano resentido. Y harían bien en hacerlo. Pero para los argentinos que enfrentamos el prospecto de un potencial retorno de Cristina Fernández de Kirchner al poder, todo esto que huele a paranoia y antisemitismo es causa de seria preocupación.

El próximo 18 de julio, el pueblo argentino se congregará para recordar por vigésima quinta vez a las 85 víctimas del peor atentado terrorista cometido en nuestra tierra en nuestra historia. Como los previos, será un acto muy triste. Pero si el Kirchnerismo retorna al poder en las elecciones de octubre próximo, el aniversario número 26 será más amargo todavía.

Fuente: Infobae