Cristales roto en Halle: el siniestro regreso al siglo XX


POR DAVID GISTAU

Hace años, cuando vivía en Buenos Aires, preparé un reportaje sobre el atentado con coche-bomba de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina). Cometido en 1994, hizo unos estragos tremendos en el centro porteño y provocó 85 muertos. Aun así, permanece impune y ha sido objeto de encubrimiento por al menos dos presidentes de la República. Una de las tramas de encubrimiento, la que involucra al kirchnerismo y los tratos con Irán en el ámbito de su diplomacia subterránea, incluye otro crimen impune, el asesinato del fiscal Nisman, al que sucedió una campaña de aniquilación de su reputación.

Durante las entrevistas del reportaje, traté de que un ministro regional, de la provincia de Buenos Aires, me comparara el impacto emocional del atentado en la sociedad argentina con el de nuestro 11-M, que entonces estaba reciente. Me respondió que no había comparación posible: en los muertos de la AMIA, la condición de argentinos estaba subordinada a la de judíos, por lo que la sociedad había digerido la matanza desplazándola en el sentimiento a uno de esos lugares donde las cosas ocurren a personas distintas y remotas. De hecho, sin esa falta de compromiso moral, la impunidad habría sido mucho más difícil: habría bastado una ínfima parte de la presión ejercida contra la impunidad de los milicos.

Esta semana, después de que un tirador extremista asesinara a dos personas delante de una sinagoga de la ciudad alemana de Halle, vi repetida esta técnica de anulación de los reflejos compasivos. Los muertos volvían a ser judíos por encima de cualquier otra cosa, no alemanes, no convecinos europeos. Esto, aparte del fracaso de la masacre más generalizada que el tirador tenía pensado cometer, sin duda hizo que el atentado fuera despachado con una frialdad imposible de concebir cuando, en suelo europeo, los yihadistas abren fuego contra ciudadanos europeos o los atropellan.

Este apartamiento del judío en el sentido de pertenencia, que acaso sea la manifestación cultural más incruenta de una fobia milenaria, ha impedido detectar un regreso del antisemitismo que, mientras se propagaba fuera del radar, ya ha alcanzado proporciones tales que justifican la suspicacia histórica por la cual Israel es un espacio de seguridad contra el eterno retorno del odio. Naciones como Francia son reticentes a enfrentarse a su antisemitismo porque prefieren convertirlo en una subtrama de las prédicas yihadistas que, sobre todo en las cárceles y en internet, captan delincuentes comunes. Pero en Francia, como en Alemania, hace años que los judíos reciben consejos de seguridad con los que se les recomienda cosas, tales como no dejarse ver en la calle con la kipá puesta, que deberían haber sido ya denunciadas como síntomas del fracaso en la convivencia de la narcisista Europa.

Durante muchos años, mientras el negacionismo era residual y un cierto sentimiento de culpa colectivo influía a las generaciones posteriores al 45, el antisemitismo sobrevivió mediante su mutación a causa de la izquierda, con Palestina como gran justificación moral. Ahora estamos ante algo aún más desinhibido, pardo y organizado ante lo cual las autoridades alemanas se declaran desconcertadas: no lo vieron venir, no en semejante dimensión. El asesino veinteañero de Halle, que en el vídeo que se grabó alude a una resurrección promovida en internet de las SS, pertenece a una generación que en parte es negacionista y en parte es algo mucho peor: no sólo reconoce y asume el Holocausto, sino que considera que es una tarea inconclusa que ha de ser continuada. Luego dirán que seguir recordando que aquí fue posible Auschwitz es victimismo profesional.

Fuente: El Mundo