Al amanecer, Avi Ohri se puso en pie con dificultad y miró a su alrededor. El Fuerte Hizayon era una ruina total. Hombres del búnker de mando yacÃan muertos en el patio, con las manos atadas detrás de ellos. Todos los demás israelÃes en el fuerte del Canal de Suez también estaban muertos o habÃan sido llevados cautivos. No habÃa señales de los soldados egipcios a los que la guarnición se habÃa rendido.
La noche anterior, un lanzallamas disparado contra el búnker mató a todos menos a Ohri, que habÃa estado durmiendo una siesta en el extremo opuesto. Sus pulmones estaban chamuscados y estaba desesperadamente sediento.
Mientras se tambaleaba por la entrada del fuerte, se acercó un vehÃculo blindado de transporte de tropas egipcio. Un escuadrón de soldados descendió y formó una lÃnea. Frente a Ohri, sacaron revistas de sus bolsas y las golpearon contra sus Kalachnikovs. Ohri intentó gritar que era médico, pero no salió ninguna palabra de su garganta quemada. Se sentÃa como un pez jadeante.
De repente, un jeep corrió por la carretera y se detuvo entre él y los soldados. Un oficial descendió. Se acercó a Ohri, quien se deslizó al suelo, sus piernas ya no podÃan sostenerlo. El oficial arrojó una cantimplora al israelÃ, que se tragó su contenido y pidió otra, y luego otra. El oficial se acercó y le ofreció una galleta, pero Ohri no pudo metérsela por la garganta. “Más agua”, susurró.
Mientras tanto, los soldados del transporte de personal se acercaron. Uno pateó a Ohri y luego otro. Otros estaban a punto de unirse cuando unos proyectiles explotaron. Todos corrieron hacia el fuerte y se refugiaron en las trincheras. Ohri estaba con el oficial y su chofer, los otros a cierta distancia. Ohri se las arregló para susurrar en inglés que era médico.
“Quieren matarte”, contestó el oficial. “Pueden matarme a mà también”.
“Pero tú eres un oficial”, dijo Ohri. “Son sólo fellahin (campesinos)”.
El oficial asintió. Luego, haciendo una señal a su chofer, arrancó y puso a Ohri de pie y los tres corrieron hacia el jeep entre los proyectiles que caÃan. Mientras corrÃan, el oficial le vendaba los ojos a Ohri y le ató las manos. Cuando el jeep se detuvo, el oficial se despidió del israelÃ, quien fue conducido a un pozo de bala y se le dijo que se sentara.
De vez en cuando le daban agua. Cuando le quitaron la venda de los ojos, decenas de soldados lo miraban. Su cara estaba ennegrecida y sus ropas estaban cubiertas con la sangre de los hombres heridos que habÃa tratado.
Alguien le preguntó a Ohri su nombre, rango y número de serie. Cuando dijo que era médico, llamaron a un soldado, aparentemente un médico. El soldado hablaba bien inglés y dijo que pondrÃa a prueba los conocimientos médicos de Ohri. “¿Qué tomas para la acidez estomacal?”, comenzó. Ohri pidió un lápiz y papel. Él fue capaz de dar respuestas a la satisfacción del médico.
Estaban cerca del Canal de Suez y Ohri fue conducido a un barco, que lo transportó a través de él. Al ser levantado, cayó al agua con las manos atadas. Alguien se agachó y lo tiró hacia arriba por el pelo.
En un hospital de la prisión de El Cairo, un médico egipcio que lo examinó, un copto cristiano, le diagnosticó bronquitis. Otro doctor cautivo israelà de pie a su lado le dijo al egipcio: “No lo logrará”. Forzando sus palabras, Ohri dijo “Voy a vivir”. (Ohri se recuperarÃa y tendrÃa una distinguida carrera médica).
El camarógrafo EGIPCIO de TELEVISIÓN Mohammed Gohar habÃa sido enviado apresuradamente desde El Cairo para filmar prisioneros de guerra israelÃes. Los resultados debÃan ser enviados por avión a Amman ese dÃa y mostrados en la televisión jordana, que podÃa ser recogida en Israel.
El camarógrafo de 21 años fue conducido a un grupo de prisioneros. Estaban sentados en filas – sin afeitar, con la cabeza inclinada, con la mirada vacÃa de hombres que se han rendido a su destino. Los soldados egipcios andaban por ahÃ. Gohar pidió a su escolta militar que alejara a los soldados. También los prisioneros heridos.
Hecho esto, examinó a los que quedaban. HabÃa 16 en total, e hizo sus cálculos sobre la luz y los ángulos de la cámara.
Antes de empezar a disparar, volvió a mirar a los prisioneros, esta vez no con el ojo de la cámara, sino con el suyo propio. Se dio cuenta de que era la primera vez que veÃa israelÃes. Ni siquiera habÃa visto una fotografÃa de uno. Sólo conocÃa las grotescas caricaturas de Moshé Dayan y Golda Meir en los periódicos de El Cairo.
Le sorprendió ver que los soldados se veÃan perfectamente normales – de hecho, como él mismo. TenÃan más o menos su edad, y muchos de ellos tenÃan piel de olivo como él. La expresión que llevaban era la que él esperaba que fuera en su situación.
Algunos levantaron la cabeza y lo miraron con curiosidad. Entendió lo que estaban pensando, y por contacto visual creyó que estaban empezando a entender algo de lo que estaba pensando.
Gohar se convertirÃa con el tiempo en el fotógrafo oficial del presidente egipcio Anwar Sadat. Pero a partir de ese momento, a orillas del Canal de Suez, en el punto más alto de los logros militares egipcios, se convirtió en un creyente en la paz con Israel.
PARA LOS SOLDADOS de ambos lados de la Guerra de Yom Kippur, el conflicto dejó cicatrices mentales que durarÃan mucho tiempo en la curación, si es que se curaban en absoluto. El teniente Shimon Maliach, un paracaidista que habÃa luchado en la granja china, fue perseguido por la memoria del teniente Rabinowitz, a quien habÃa dejado herido en el campo de batalla. Uno de los médicos a los que el traumatizado Maliach contó la historia en el hospital encontró a Rabinowitz vivo en un hospital de Beersheba y le trajo a Maliach una grabación de él. Se las habÃa arreglado para arrastrarse hacia la retaguardia antes de que los egipcios le alcanzaran.
Dos años más tarde, al regresar de una visita al Golán, Maliach entró en un restaurante de Haifa y se dio cuenta de que una madre y su hijo estaban sentados en el otro extremo de la sala. Al otro lado de la mesa habÃa un hombre pelirrojo, de espaldas a la puerta. El niño tenÃa unos dos años. Maliach pensó al instante en su camarada pelirrojo gravemente herido que le habÃa dicho que querÃa vivir porque su esposa iba a dar a luz. Maliach no pudo ver la cara del hombre al otro lado del restaurante pero corrió hacia él gritando “Rabinowitz”. Sà que era él. Los dos hombres se abrazaron y lloraron y se contaron sus historias y volvieron a llorar.
Maliach ya no rezaba en Yom Kippur. Pasaba el dÃa solo, a veces en un apartamento vacÃo, a veces en el desierto de Judea, donde culpaba a Dios por lo que habÃa permitido que sucediera.
SGT. MUHMAD NADEH no se habÃa desesperado de Dios, sino que habÃa llegado a la desesperación de la vida. Incluso después del alto el fuego, los soldados del Tercer Ejército de Egipto permanecieron rodeados en el desierto. En un capricho de escapismo, Nadeh hizo una lista de su música, obras de teatro, pelÃculas y libros favoritos. Casi todos eran occidentales. El Corán y su interpretación moderna, tercero en su lista literaria, fue la única entrada árabe.
Nadeh registró en su diario que su comandante lo habÃa degradado a soldado y lo golpeó por negarse a trabajar porque estaba enfermo. Diez dÃas después, Nadeh y seis camaradas cruzaron el canal por la noche en un esfuerzo por infiltrarse a través de las lÃneas israelÃes. En un encuentro con una patrulla israelÃ, todos fueron asesinados. El diario encontrado en el cuerpo del sargento Nadeh fue entregado a los agentes de inteligencia.
Seis años después, dos periodistas israelÃes, que obtuvieron el diario del ejército, viajaron a un barrio marginal de AlejandrÃa para entregarlo a los padres de Nadeh. Los padres aceptaron la publicación de extractos. Éstos incluÃan un testamento en inglés. “Cuando llegue el momento, acuérdate de mÔ, dijo. “Luché por mi paÃs. Millones de mis compatriotas sueñan con la paz. Puede ser que lo desconocido sea hermoso. Pero el presente es más hermoso”.
AUN ANTES de que el tiroteo se detuviera por completo, hubo destellos de reconocimiento en ambos bandos del rostro humano en la trinchera de enfrente.
Una compañÃa de infanterÃa que asedia la ciudad de Suez intercambió fuego con tropas egipcias a pesar del alto el fuego, hasta que una fuerza de la ONU se insertó entre ellas. Los egipcios fueron los primeros en reaccionar. Dejando sus armas, pasaron a través de la lÃnea de la ONU para llegar a los israelÃes de enfrente.
El comandante de la compañÃa informó por radio al batallón que su posición habÃa sido inundada por soldados egipcios desarmados. “Hacedlos prisioneros”, dijo el comandante.
“No quieren rendirse”, dijo el comandante de la compañÃa. “Quieren darse la mano”. Algunos de ellos, informó, estaban besando a soldados israelÃes. Los gritos de los oficiales egipcios trajeron a los hombres de vuelta.
Pocos dÃas después, cuando una compañÃa de entretenimiento actuó para la compañÃa, sus canciones incluÃan una de la Guerra de los Seis DÃas, burlándose de los soldados egipcios que huÃan del campo de batalla. Después del espectáculo, los miembros de la unidad instaron a la compañÃa a que retirara esa canción de su repertorio. Después de tres semanas de agotadora batalla, tal burla del enemigo era estremecedora.
La mañana siguiente a la declaración del alto el fuego, el capitán Gideon Shamir estaba desplegando su compañÃa de paracaidistas a lo largo de un espolón del Canal de Sweetwater, cerca de Ismailia, cuando vio a comandos egipcios acampados en un huerto a 100 metros de distancia. La cesación del fuego ya se está violando en otros lugares a lo largo de la lÃnea, y Shamir, desde un kibutz religioso, está decidido a evitar vÃctimas innecesarias.
Tomando a un soldado que hablaba árabe, descendió a una zanja, gritando a los egipcios mientras se acercaba: “Alto el fuego; paz”. La zanja proporcionaba cobertura, si era necesario, pero los comandos permitieron que los dos israelÃes se acercasen. Convocaron al comandante de su compañÃa, que se presentó como el comandante Ali. Shamir dijo que serÃa una tonterÃa que alguien saliera herido ahora. Ali estuvo de acuerdo.
En los dÃas siguientes, soldados de ambos bandos se aventuraron a entrar en el claro y fraternizaron. Al poco tiempo, se reunÃan a diario para preparar café y jugar al backgammon. Siguieron los partidos de fútbol. Los hombres se conocÃan los nombres de pila y mostraban fotos de esposas y novias. Incluso hubo un kumzitz, con los egipcios sacrificando una oveja y los hombres de Shamir aportando paquetes de comida desde casa.
Se corrió la voz del armisticio local, e incluso el general Sharon vino a ver lo que estaba pasando. En una discusión con Ali un dÃa, Shamir preguntó sobre un editorial en un periódico de El Cairo, reportado en Israel Radio, afirmando que El Cairo nunca reconocerÃa a Israel.
“Eso es sólo propaganda”, dijo el mayor. “La verdad es que queremos la paz y estamos avanzando hacia ella.”
“¿Por qué no lo dice Sadat?” preguntó Shamir.
“Es un nuevo lÃder, y aunque algunos intelectuales lo apoyan, su problema es ganar el apoyo de la gente común, que sigue hipnotizada por la figura de Nasser.”
Un año antes, dijo Ali, habÃa participado en una reunión de oficiales con Sadat. Ali era entonces capitán y el oficial de menor rango presente. “Sadat dijo que tenemos que preocuparnos por el desarrollo interno de Egipto, y que, si Israel mostraba serias intenciones de retirarse del SinaÃ, hablarÃa con él”.
Dijo Ali: “Después de un año o dos, viajaremos a Tel Aviv, y tú a El Cairo”.
Al dÃa siguiente de la firma del acuerdo de separación, Ali llevó a su comandante de batallón y a un coronel, cuya rama no se aclaró, a reunirse con Shamir. Antes de partir, los oficiales egipcios dijeron que esperaban que las relaciones entre los dos paÃses llegaran a parecerse a las relaciones entre Shamir y los hombres de Ali.
Los comandos egipcios y los paracaidistas israelÃes estaban en la punta de lanza de sus respectivos ejércitos. El hecho de que estos motivados combatientes, abandonados a su suerte, eligieran a la primera oportunidad dejar sus armas y partir el pan en el campo de batalla era un testimonio de lo que la guerra habÃa provocado.
Por: Abraham Rabinovich / En: Jpost / Traducción de Noticias de Israel
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