El Presidente de la Nación ascenderá a Jerusalén. Por Martha Wolff


Vaya paradoja de la historia que a tres días de haberse recordado los cinco años del asesinato del fiscal Nisman. El Presidente de la Nación partió a Israel. Representará a la Argentina, país en el que hubo dos atentados terroristas contra la comunidad judía, sin haberse encontrado sus autores y condena judicial. A esto se suma el asesinato a un fiscal de la Nación también irresuelto.

Con esa atmósfera turbia que dejó atrás, con discursos democráticos para la mejor convivencia, el Presidente de la Nación aterrizará en un país, al que los judíos del mundo al llegar, besan la tierra. Y la besan, porque es el lugar que custodia el derecho de los judíos del mundo, a ser libres y a defenderse del antisemitismo y del antisionismo. Vaya a saber que sentirá, cuando al ir descendiendo los pasajeros, canten de felicidad “Evnu Schalom Aleijem” entre lágrimas, ver las luces de la costa de Tel Aviv, a orillas del Mediterráneo, esa ciudad surgida de las arenas, hoy pujante, hermosa, donde se baila, canta, trabaja, disfruta y enorgullece por su modernidad.

Ya en el aeropuerto, no entender el idioma hebreo recuperado del arameo y modernizado de Ben Yehuda, para que los judíos del mundo como un visionario, sintiera que, para tener un país, hacía falta un idioma, una tierra y una bandera. Después de miles años, ahí está Israel, que no nació porque hubo un Holocausto, sino a pesar del mismo.  Del aeropuerto directo ascenderá a Jerusalén, porque a Jerusalén no se va, se asciende, porque es el lugar que está más cerca de Dios, y bajo cuyo cielo, los rezos y las plegarias son las melodías cotidianas de fe y amor de las tres religiones monoteístas de la historia. Pero la mayor emoción será cuando vaya a Yad Vashem, un museo para recordar a los judíos asesinados por los nazis, y comprobará que Israel no tiene mártires sin nombre, ni monumentos al soldado desconocido.

En Yad Vashem verá que Israel les devolvió su nombre y apellido, entre los millones que mataron como un acto de Justicia, después que les quitaron su identidad, con tatuajes en los campos de concentración numerándolos, y porque somos un solo pueblo. Porque somos un pueblo disperso, pero con memoria genética y de pertenencia, y porque el Señor Presidente tendrá que saber, que los que caminan en la Tierra Prometida, todos tienen que ver con todos. El vigilante es un hijo y un soldado, es un nieto, porque se trata de un país, en el que el ejército es la familia, y no es un empleo, y está preparado para defender a su patria. Imagino que en la ceremonia de recordación escuchará a sobrevivientes y a grandes personalidades hablar y consolidarse, ante tanto horror padecido, y todos paradójicamente, también estarán pagando la indiferencia de otros tiempos, y una llamada de atención a las persecuciones actuales, la lucha contra el terrorismo y el derecho a la libertad religiosa.

Para alguien que, como yo, que pudo estudiar en el Museo del Holocausto, y no haber podido detener mis cuestionamientos ante el material que demuestra lo que fue el Holocausto, le cuento que tiene un departamento, en que hasta el más mínimo objeto rescatado de los campos, son testimonios del cruel nazismo. Y ni qué hablar de que irá al Muro de Los Lamentos y pondrá un papel con algún deseo. Espero que sean de las mejores intenciones para la Argentina y por los muertos en la Embajada de Israel, la AMIA y por Nisman. ¡Amén!

Martha Wolff
Periodista y escritora