Otra mirada sobre el acuerdo con Irán. Por Jaime Durán Barba

La cultura persa, una de las más antiguas y sofisticadas de la humanidad, tiene una diplomacia detallista y meticulosa, que se burló de Argentina al escoger el 27 de enero, día en que se conmemora el Holocausto, para que un canciller judío firmara el acuerdo con un gobierno que negaba la Shoá.


Todos vivimos dentro de grupos de personas que tienen su propia verdad. Lo experimentamos cuando comparamos nuestras percepciones de la realidad con las de otras con comunidades de nuestra sociedad, y más cuando nos relacionamos con culturas distintas a la nuestra. Ha sido aleccionador leer en estos días a la prensa norteamericana y la iraní para saber que los mismos hechos pueden ser leídos de maneras tan diferentes que parecerían no tener nada que ver entre sí.

Cuando el gobierno argentino firmó el acuerdo de enero de 2013 con Teherán, evidentemente tenía muy poca información de lo que ocurría en Irán. Para evitar los crasos errores que se cometieron y sus secuelas podrían haber hecho algo muy sencillo: leer la prensa iraní que aparece todos los días en la red y consultar con personas que conozcan la cultura persa y la teología chiita. Habrían comprendido que la idea del acuerdo no tenía ningún sentido.

Islam. El islam es la única religión que tiene textos dictados directamente por su dios y un profeta que fue además alcalde, rey y legislador. Viven en sociedades paralizadas por verdades eternas y la fusión entre la Iglesia y el Estado. Cuando Mahoma cumplió 40 años supo por el arcángel Gabriel que Dios le ordenaba recitar ciertos poemas escritos en el Corán, un libro que existe físicamente en el cielo, es eterno e increado. A la muerte del Profeta, esos versos o aleyas se organizaron en capítulos llamados azoras, que están ordenadas desde la más larga hasta la más breve para formar el Corán terrestre que todos conocemos. Los textos incluyen desde principios teológicos hasta ordenanzas municipales y detalles nimios de la vida personal.

Irán está gobernado por religiosos en todos los niveles. Su máxima autoridad colegiada es una Asamblea de Expertos, teólogos que vigilan que todo esté dentro de la estricta observancia de los mandatos de Dios. Las mujeres visten túnicas negras que ocultan sus cuerpos. Si una de ellas es infiel con su esposo, debe ser enterrada hasta el cuello para que sus conocidos, encabezados por sus hijos, le revienten la cabeza a pedradas. La ropa occidental, con pantalones ceñidos al cuerpo, se cree inspirada por el diablo. Para ellos, la mujer no debe sentir placer sexual y se las castra masivamente para que no puedan experimentarlo. El gobierno clerical persigue a quienes piensan distinto y se mete en todos los aspectos de la vida de la gente. Es una grave ofensa a Dios tanto no creer que el mundo se está acabando como orinar con el miembro señalando en la dirección de La Meca.

Mientras esperan el momento en que “la sangre de los infieles inunde la tierra”, los teólogos se meten entre las sábanas, la cocina y los retretes para reglamentar todas las actividades humanas y combatir el placer. Si un chiita abandona la fe o es homosexual, debe ser ejecutado. Corre graves riesgos si le gusta la música o lee libros que no aprueban los clérigos.

Arios. Irán significa “tierra de los arios”. El 62% de sus habitantes son persas, y el 90%, chiitas duodecimanos. Veneran a 12 imanes que gobernaron a los creyentes desde la muerte de Mahoma, desde su yerno Alí hasta diez de sus descendientes. Cuando mataron a su padre, en el año 873, el duodécimo imán Muhammad Ibn al Hassan se ocultó  y sigue vivo preparando  el fin del mundo por mandato de Dios. Es el Mahdi Oculto que mantiene contacto con líderes y profetas chiitas que reciben el don de la hikmah, como el ayatolá Khomeini que lideró la revolución de 1980 y el actual imán Alí Khamenei.

El islam es una religión tan respetable como las otras. Más allá de los persas, hay chiitas y sunnitas que no comparten todas estas ideas y hay que saber que, por mantenerlas, los chiitas no están locos. Las creencias tienen que ver con la fe y no con la razón. En 1910, algunos creyeron que el cometa Halley acabaría con el mundo y se suicidaron 427 personas. En el 2000, que era dos mil de nada porque Cristo nació en el año 5 a.C., muchos creyeron que llegaba el fin. En la Catedral de Colonia están los restos de los Reyes Magos; hasta 1983 se hacían procesiones con el Santo Prepucio de Cristo; muchos católicos creen que el apóstol Santiago está enterrado en Compostela y mató moros en la batalla de Clavijo, y hasta hace poco otros veneraban dos plumas y un huevo del Espíritu Santo en la Catedral de Maguncia. Como son mitos occidentales, nadie dijo que sus creyentes estaban locos. La escatología islámica es tan poco racional y tan respetable como cualquier otra.

Poco antes de que se firmara el memorándum, el imán Alí Khamenei, el líder supremo, había anunciado que se acercaba el fin del mundo

Fin del mundo. El 12 de julio de 2012, Khamenei pronunció el sermón “Prepárense para la Guerra del Fin del Mundo”, poco antes de que se firmara el acuerdo con Argentina. Dijo el imán: “El Día de Al Quds (Jerusalén) sirve de reflexión para darse cuenta de que no existe otra vía que eliminar completamente la naturaleza agresiva y destruir a Israel”. A su criterio, había empezado el fin de los tiempos. La Guardia Islámica difundió el folleto “Los últimos seis meses”, preparando a la población para la llegada del Mahdi Oculto, el Juicio Final, la instauración del orden islámico universal, ordenando a las fuerzas militares prepararse para la guerra. El folleto se basa en las enseñanzas de Al-Shaykh Al-Mufid, el escatólogo más importante del chiismo, contenidas en su libro Al-Amali, The Dictations of Shaykh al-Mufid.

El jeque dijo en 1019 que “cuando vuelva, el Mahdi luchará contra los judíos y los matará a todos. Incluso, si un judío se escondiera detrás de una roca, la roca hablará diciendo: ¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás de mí. ¡Mátalo!”.

Khamenei consideró que la llegada del Mahdi era inminente porque se habían cumplido las condiciones y los signos previstos desde hace siglos: cuando acabe el mundo los líderes de los países serán gente despreciable, el adulterio se generalizará, los hombres se vestirán como mujeres y buscarán a otros hombres, y las mujeres buscarán a otras mujeres.

También  se habría profetizado la Primavera Arabe, la coexistencia de dos papas católicos, la invasión de Irak para impedir que se convierta en la sede del Mahdi, los bombardeos en Yemen, base de la que deben salir los chiitas para rescatar la Meca. Se supo que el ayatolá Khamenei es Seyes Khorazami, uno de los profetas del fin de los tiempos. Jesús, que trabaja con el Mahdi desde hace siglos, iba a descender en una mezquita de Damasco, ordenando a los cristianos convertirse al islam duodecimano, advirtiendo a quienes no obedezcan que serán ejecutados. La destrucción de Israel es un deber religioso y una necesidad profética,  anterior incluso a la existencia de ese Estado, un paso hacia el exterminio de todos los judíos, que debía empezar en esos meses.

La cultura persa, una de las más antiguas y sofisticadas de la humanidad, tiene una diplomacia detallista y meticulosa, que se burló de Argentina al escoger el 27 de enero, día en que se conmemora el Holocausto, para que un canciller judío firmara el acuerdo con un gobierno que negaba la Shoá

Apocalipsis. En ese contexto apocalíptico, el acuerdo con Irán no tenía sentido. Los persas tienen una actitud de superioridad absoluta sobre los demás seres humanos. Nunca habrían admitido que funcionarios de su gobierno fueran a declarar en un país extranjero, menos si eran tan importantes. Encabezaba la lista el ex presidente de Irán Alí Rafsanyaní, presidente del Consejo del Discernimiento de la Conveniencia del Estado, sindicado por la Justicia argentina como organizador del atentado contra la AMIA. En ese momento era un líder progresista que incluso podía ser el nuevo imán si moría el ayatolá Khamenei.

Le seguían otros personajes de primera línea, como Moshé Rezaní, secretario del mismo Consejo, ex comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria; Alí Akbar Velayatí, canciller desde 1981 hasta 1997, consejero de asuntos internacionales del imán, miembro del Consejo de Discernimiento; el brigadier general Ahmad Vahidi, comandante de Al Quds en 1992, ministro de Defensa, y otros personajes que iban a dirigir el exterminio de la mayor parte de la humanidad. A Irán podía interesarle que se levantaran las alertas rojas de Interpol, pero no era eso lo fundamental. Había que hacer cosas para fortalecer el liderazgo ortodoxo para el conflicto mundial que se avecinaba.

En 2013, 686 líderes solicitaron al Consejo de Expertos la autorización para inscribirse como candidatos a la presidencia de la república. Fueron calificados solamente ocho por la solidez de sus convicciones y sus antecedentes religiosos, entre ellos Rezaní y Velayatí. Cuando se produjeron los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, el ayatolá Khamenei era ya imán, y el presidente Rohaní era su representante en el Consejo de Seguridad Nacional. Si las pistas de la Justicia argentina eran acertadas, ambos habrían aprobado los operativos. Irán jamás habría permitido que personajes que dirigen una guerra sagrada fueran interrogados por jueces infieles.

El acuerdo con Argentina no podía llegar al Parlamento de Irán porque este solo puede estudiar lo que disponen el Consejo de Expertos o el Consejo del Discernimiento, en los que los acusados tenían enorme poder. De hecho, nunca se inició el trámite de aprobación de un papel al que nadie dio ninguna importancia.

La cultura persa es una de las más antiguas y sofisticadas de la humanidad. Su diplomacia es detallista y meticulosa. Se estaba burlando de Argentina cuando escogió el 27 de enero, día en que se conmemora el Holocausto a nivel mundial, para que un canciller judío firmara el acuerdo con un gobierno que negaba la Shoá.

Por Jaime Durán Barba
Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.
Fuente: Perfil