Las cuarentenas pueden no ser indispensables. Por Julián Schvindlerman


Se denomina iatrogenia a los tratamientos médicos que tienen efectos dañinos, indeseados y no anticipados sobre los pacientes. Vale decir, grosso modo, aquellos tratamientos que terminan siendo más perjudiciales que la enfermedad que aspiran a curar. Las cuarentenas que se están aplicando en muchos países del mundo podrían caer dentro de esta categoría. Fueron la primera trinchera cavada contra el enemigo invisible. Desde el inicio mismo de la pandemia del covid-19, se ha cristalizado una fuerte tensión entre los requerimientos de la salud pública y las necesidades de preservar las economías domésticas y nacionales. Cada país afectado respondió a su manera, aunque mayormente guiados por la experiencia de aquellas naciones que padecieron previamente la coronacrisis. La estricta cuarentena de Wuhan marcó el sendero de las políticas sanitarias globales, aunque científicamente había una carencia de información definitiva a propósito de su eficacia en la salud pública, o de sus efectos adversos sobre la salud económica.

A finales de abril, tres profesores de la Universidad Hebrea de Jerusalem publicaron una monografía titulada Gestión de la pandemia de Covid-19 sin destruir la economía. Sus autores son David Gershon y Alexander Lipton (de la Escuela de Administración) y Hagai Levine (de la Escuela de Salud Pública). Basados en modelos matemáticos y epidemiológicos complejos, datos actuales de diferentes países, fases de la enfermedad, distinción entre población de alto y bajo riesgo y otros factores, concluyeron que en los países en los que la cantidad de camas disponibles en las unidades de terapia intensiva es igual o superior al límite de cien por millón de habitantes, y en los que la ciudadanía cumple con las normas de higiene básicas (lavado de manos, uso de mascarillas, distanciamiento social), las cuarentenas son innecesarias. En los países por debajo de este umbral, una cuarentena temporalmente limitada y acotada a los grupos de alto riesgo sería suficiente.

En su estudio, los autores mencionan pandemias previas y sus consecuencias devastadoras –tales como la peste negra (siglo XIV, mató a más del 30% de la población europea), la gripe rusa (1889-90, un millón de muertes en todo el mundo [etm]), la gripe española (1918-19, más de 50 millones de muertes etm), la gripe asiática (1957-58, más de un millón de muertes etm), la gripe de Hong Kong (1968-72, un millón de muertes etm) y la gripe porcina (2009-10, medio millón de muertes etm)– y observan que varias de ellas atacaron especialmente a la población de bajo riesgo (gente joven y sana). Destacan que el coronavirus, por el contrario, es particularmente agresivo con la población de mayor edad, lo que los empuja a deducir que medidas pasadas no debieran ser la guía principal en la actual pandemia, sino medidas novedosas que respondan a las realidades sobre el terreno. "Los modelos epidemiológicos actuales se basan en el supuesto simplista de que la población responde de la misma manera a la pandemia. Sin embargo, el covid-19 tiene un impacto notablemente diferente en las personas de alto y bajo riesgo", escriben.

Estos profesores sostienen que en teoría las autoridades pueden poner en cuarentena a la población por largos períodos de tiempo, siempre y cuando sea técnicamente practicable, pero que la naturaleza medieval de estas medidas y los costos sociales y económicos pueden ser elevados: economías en ruinas, altas tasas de desempleo, padecimientos anímicos y mentales, abuso de drogas, violencia doméstica e inquietud social. "La principal conclusión de esta monografía es que en los países donde la mayoría de la población se rige por normas y reglamentos razonables, la economía puede seguir funcionando", afirman. Los autores citan a su favor los ejemplos de Singapur, Taiwán, Hong Kong y Suecia: "Ninguno de ellos impuso ningún bloqueo, lo cual es consistente con nuestros resultados".

En Israel, los hospitales tenían dos mil camas asignadas antes de la pandemia y ahora tienen tres mil. Según el modelo propuesto, no se habrían necesitado más de seiscientas incluso sin cuarentena. Al momento de escribir estas líneas, el país tuvo 16.101 casos de coronavirus, de los cuales 9.156 se han recuperado y doscientos veinticinco han resultado en el fallecimiento del enfermo. Su población es de 9,2 millones de personas. David Horovitz, editor del Times of Israel, pone estos números en perspectiva:

Suecia, que eligió un enfoque radicalmente menos intervencionista, tiene aproximadamente 10 veces más muertes que Israel, alrededor de 2.500, en una población solo un poco más grande que la nuestra, con 10 millones. Bélgica, con una población de 11 millones, tiene más de 7.500 muertes, 34 veces más que Israel. Gran Bretaña, con una población seis veces mayor que la nuestra, ha enterrado a 26.000 víctimas. España, con cinco veces nuestra población, tiene 24.000 muertos. Italia, con una población de 60 millones, tiene un número de muertos que se acerca a 28.000. Estados Unidos, con 36 veces nuestra población, tiene casi 300 veces más muertos. Austria y Alemania, por delante de Israel en sus movimientos hacia una rutina más normal, también tienen guarismos de muerte marcadamente más altos: Austria, con más de 8.5 millones de personas, tiene casi 600 muertos; Alemania, con unos 80 millones, tiene 6.500.

Es decir que las medidas adoptadas por Israel han sido bastante efectivas, cuarentena incluida. Pero el impacto en la economía fue intenso. La tasa de desempleo es del 27% –estaba debajo del 4% en marzo– y según el Fondo Monetario Internacional la economía israelí se contraerá un 6,3% este año. Esto ocurrió en todos los países que aplicaron cuarentenas. Se contuvo en cierto grado la propagación del contagio y se estropearon las economías. Aquí es donde el paper de los académicos de la Universidad Hebrea de Jerusalem se torna especialmente importante, al ofrecer una fórmula precisa que permita disminuir el golpe económico asociado al combate sanitario. Sus conclusiones son universales, no obstante sus autores son cautelosos:

Nuestro análisis es útil en países con altos niveles de cumplimiento de las medidas higiénicas y de distanciamiento social. Si la capacidad del sistema de salud es lo suficientemente grande y el número de camas hospitalarias o en las salas de terapia intensiva es igual o superior al umbral, no se requiere cuarentena. Si el número de camas en las salas de terapia intensiva está por debajo del umbral, la cuarentena de solamente la población de alto riesgo puede permitir que el país reduzca la propagación de la enfermedad y aplane la curva. Mientras tanto, el grupo de bajo riesgo puede respaldar la economía al tiempo que mantiene intervenciones pandémicas.

Se ha señalado correctamente que la pandemia del covid-19 es global, y que global ha de ser la respuesta para erradicarla. Bajo esta luz, el trabajo académico de estos investigadores israelíes podría ser un aporte relevante al debate científico contemporáneo.

Fuente: Libertad Digital