Poco ortodoxos. Los dilemas de una familia religiosa con un hijo adolescente en la era Tik Tok


En la mañana del 6 de mayo, mientras hablamos por Zoom, Eli Levy y su esposa, Devi Lieder , ambos de 37 años, esperan que les lleguen veinte cartones de leche kosher desde Buenos Aires. El circuito de supervisión está cortado por la pandemia y casi no queda stock en el país, así que están pensando en ir a un tambo de las afueras de Bahía Blanca, la ciudad donde los Levy pasan la cuarentena, para participar del ordeñe y llevarse unos treinta litros. "Así estamos -dice Eli-. Creo que todo esto del coronavirus va a llevar a la gente a tomar conciencia de muchas de cosas, entre ellas de dónde viene lo que comemos".

La entrevista con Eli y Devi, un matrimonio de religiosos con cuatro hijos, había empezado el 16 de enero en un departamento de Once. La pandemia todavía no se había declarado y el judaísmo ortodoxo no era un tópico de moda: Netflix no había estrenado Poco ortodoxa , la miniserie que cuenta la historia de una joven que escapa de la comunidad jasídica de Satmar, en Brooklyn, y trata de empezar una vida nueva en Berlín . Eli ya se definía a sí mismo como un "ortodoxo heterodoxo" y reflexionaba sobre los desafíos que afronta como rabino en crisis con la prédica tradicional y como padre de un adolescente que empieza a cuestionar parte de lo heredado.

Era una tarde de viernes de calor intenso y en la cocina burbujeaba una olla eléctrica cargada de cholent , un guiso típico hecho con cebada, porotos, papas, cebollas y algún corte barato de carne. El cholent se prepara antes de que salga la primera estrella del viernes -así se respeta el mandamiento de no trabajar en shabat-, se deja guisando toda la noche y se come el sábado al mediodía ("se baja con un vasito de vodka y, después, siesta obligada"). Eli venía impulsando el "TeamChunt", un grupo de voluntarios que salía a repartir comida a personas en situación de calle. Lo había iniciado en el barrio de Belgrano, donde tuvo su templo de la comunidad Jabad Lubavitch hasta hace un par de años, y lo continuó en Once, donde se corrió del púlpito y se puso al frente del mostrador en un emprendimiento gastronómico que bautizó Shabat to Go , del que se desprendió hace algunos meses.

Viaje a Israel

Ubicado en un contrafrente sobre la calle Uriburu, el departamento estaba casi pelado. Había cajas de cartón por todas partes, pero la mesa estaba puesta con candelabros y cubertería de fiesta. Los chicos daban vueltas por la casa. Yoel, de 13 años, se calzaba los zapatos negros para ir al templo. Meir, de 6, rebotaba al ritmo de canciones pop en hebreo mientras comía un snack israelí. Sara y Rina, mellizas de menos de dos años, deambulaban por todas partes. Entre los pocos elementos decorativos que quedaban en el ambiente había un cuadro de Menajem Mendel Schneerson (1902-1994), más conocido como El Rebe, el séptimo líder de la dinastía de Jabad Lubavitch, el hombre que en el siglo pasado revolucionó el judaísmo ortodoxo internacional. En esos días, la familia estaba en pleno proceso de aliá, es decir, de emigrar a Israel. Se iban a instalar un par de meses en Bahía Blanca, donde Eli haría una suerte de interinato en la sinagoga local, mientras esperaban unos papeles para poder volar a Jerusalén.

Casi cuatro meses después, los juzgados que debían tramitar la documentación están cerrados y no hay vuelos programados al menos hasta septiembre. Los Levy quedaron varados en la casa de la viuda del rabino Moshe Freedman, fallecido en 2017. Son la única familia ortodoxa en Bahía Blanca y pasan las horas, como casi todos los padres del mundo, haciendo malabares entre el mantenimiento de la casa, las tareas escolares de los chicos y la convivencia cotidiana con lo incierto. La religión viene bien en estos casos. "Todo lo que ocurre tiene un sentido -dice Eli-. Tengo una fe muy fuerte, cada vez más arraigada, aprendí a vivir esto sin ansiedad. Si tengo que estar un año más acá."

Al lado en la pantalla, con la cabeza cubierta con un gorro de invierno, Devi enarca las cejas, objetando sutilmente la flexibilidad de su marido. "Bueno -dice Eli con una sonrisa-, parece que Devi no está de acuerdo".

Tiempo de cambio

La decisión de los Levy de mudarse a Israel se basa en razones religiosas y laborales -Eli trabajaría en la contención de los migrantes latinos en Kiryat Yam, una ciudad al norte de Haifa-, pero también tiene que ver con el momento de su hijo mayor, Yoel. En esta época hiperconectada en la que las nuevas generaciones empujan un cambio cultural todavía imprevisible, Yoel vive su adolescencia en tensión con los mandatos de la ortodoxia . Ese tema acaparó buena parte de nuestra conversación en el verano. Unos meses después, Poco ortodoxa llevó el conflicto comunitario al mainstream global en clave melodramática, y en estos días podés encontrarte con el investigador Emmanuel Taub hablando durante una hora sobre pensamiento judío en el programa de Fantino. Los Levy, mientras tanto, tienen videoconferencias a cada rato para hablar del fenómeno. Todo el mundo quiere saber cuánto hay de verdad en la ficción.

"Está todo muy exagerado -dice Devi con su acento australiano-. En todos los lugares hay gente fanática, gente que la pasa mal, malos maridos, suegras metidas. Es una historia que podría estar ambientada en cualquier comunidad". Eli señala que la comunidad Satmar es muy cerrada, aunque reflexiona sobre el camino de Esty, la protagonista del relato, y conjetura que una chica con ese cuadro de vulnerabilidad -un padre alcohólico, una madre que debió alejarse- corre riesgo de terminar en situaciones de abuso en cualquier contexto, y que en definitiva muchas veces la comunidad funciona como contención. Dice que Jabad es una colectividad mucho más abierta que Satmar.

Les pregunto por el hecho de que Esty no puede cantar en público frente a hombres, y me dicen que eso es real, que la ortodoxia lo contempla como un acto de provocación sensual, y está prohibido. Devi, de hecho, toca la batería, pero nunca podría hacerlo en público. Eli dice que, aun así, los avances del feminismo empiezan a filtrarse tímidamente en las comunidades religiosas. "En Instagram está lleno de ortodoxas que cantan y publican historias cantando", dice Devi. Solo deberían seguirlas otras mujeres.

Historia de un matrimonio

Hijo del rabino Daniel Levy, Eli es el mayor de nueve hermanos. Nació en Tucumán en 1982 y a los 12 años, antes de hacer su bar-mitzvá, se mudó a Buenos Aires. A los 16 se instaló dos años en Israel y después hizo la yeshivá -la escuela rabínica- en Nueva Jersey. Desde ahí fue enviado a Sydney. En 2004, cuando tenía 21, le armaron un shidaj -una cita con fines matrimoniales- con Devi, hija de la familia más numerosa de la ciudad (Devi tiene trece hermanos). "En Jabad hay una cierta edad para el shiduj , normalmente cuando terminás tus estudios -contaba Eli en enero, vestido de entrecasa con un short y una remera que contrastaban con la barba jasídica y la kipá-. Como yo era un poco chico, tenía margen para declinar. Pero en un momento dije '¿quién soy yo para decir que no?'".

La segunda vez que se vieron, Devi le preguntó a Eli cuál era su proyecto de vida. Eli no tenía la menor idea. "Hasta el día de hoy no lo tengo claro, pero lo pensé y dije 'bueno, voy a ser rabino, si vos me querés acompañar...'". Devi dijo que sí. En la cuarta cita le propuso matrimonio. Se casaron en Australia a cuatro meses de haberse conocido y Eli la convenció de radicarse en Buenos Aires por un año con una beca de Jabad. "A mí no me importaba -recordaba Devi, vestida con mangas largas y peluca-. Porque total era un año. Fueron quince".

Una australiana en el Once

La adaptación para ella fue dura. Pasar de la burbuja ortodoxa de Sydney a un departamento en planta baja sobre la calle Tucumán era un salto mortal. "De noche pasaban los borrachos por la ventana de nuestra pieza, que daba a la calle -cuenta Devi-. Con el idioma también costó. No quería estar acá, pero después dije 'si igual voy a estar, ¿para qué hacerlo más difícil?'."

Aprendió castellano y de a poco se fue adaptando. "Terminó siendo mi lugar", decía en enero, cuando ya tenía decidido irse. Lo que más sufría, sin embargo, era no poder tener hijos. Si la infertilidad es un trance difícil para cualquier pareja, para un matrimonio ortodoxo es una carga aún más pesada. "Hay una presión más fuerte que en la sociedad en general -dice Eli-. Como no hay control de natalidad, ni planificación, enseguida todos te preguntan qué pasa".

Después de algunos años de tratamientos y búsquedas frustrantes (faltaban cuatro años para que Devi finalmente quedara embarazada), les llegó la posibilidad de hacerse cargo de Yoel, un chico de tres años al que su mamá no podía criar. La adopción no es común en la tradición religiosa, y supone algunos desafíos específicos. Por ejemplo: como la ortodoxia no permite el contacto entre adultos del sexo opuesto salvo que sea tu esposo o tu hijo biológico, Devi, en teoría, no podría abrazar a Yoel ahora que cumplió trece años.

"Eso no está escrito en ningún lado -dice Eli-. Nosotros tomamos la interpretación más light. La concepción de adopción como la tenemos en la sociedad moderna no existía en la antigüedad, no está completamente arraigada en el judaísmo tradicional, así que estamos viviendo un proceso no tan común en una familia ortodoxa. Y se combina con los desafíos propios de la adolescencia".

Por su historia personal, Yoel no pudo ir a la escuela oficial de Jabad. Hizo la primaria en el Wolfsohn, un colegio judío no ortodoxo. Quizás influido por un entorno más laico, Yoel ahora cuestiona los mandatos de la religión. Dice que no quiere esa vida para él, e incluso provoca a sus padres diciéndoles que quiere comerse un pancho, desafiando el precepto más elemental de la alimentación kosher (consumir carne de cerdo). "Dale -lo provoca Devi-. Tomá la plata, andá". Yoel se queda en el molde: solo está tanteando el límite.

"La idea de irnos a Israel es una apuesta por él -dice Eli-. La verdad es que acá en la Argentina, un chico salido de una casa ortodoxa no tiene tantas opciones a la hora de salir a buscar un trabajo. A él le cuesta la parte académica. En Israel podés tener un trabajo como chofer de colectivo, por ejemplo, y seguir teniendo una vida kasher, tomarte tu shabat, cosas que acá son difíciles de compatibilizar".

El rabino de Twitter

En los últimos años, después de cerrar su templo de Belgrano por falta de fondos, Eli se convirtió en un rabino que predica básicamente en internet. En enero, antes de que hasta las plegarias se mudaran a Zoom, Eli hablaba de la importancia de la revolución digital en la transmisión religiosa. "Hoy mi templo son las redes sociales -decía-. Para mí todo el conocimiento pasa por ahí. Gracias a las redes hoy puedo hablar con un evangelista, un reformista, un musulmán. Hace veinte años, producir esos encuentros era muy difícil. Y sirven para desmitificar las imágenes que tenemos del otro".

Esa misma revolución es la que abre nuevos frentes en casa. "Creo que todo eso que tanto me entusiasma de la tecnología es también lo que más complica la paternidad en esta época -decía-. Ahí tengo una contradicción. Dentro de Jabad, el uso de celulares es bastante abierto, pero los chicos tienen que usarlos con filtro. En Israel, el ortodoxo ultra no tiene acceso a ningún tipo de pantalla, y el papá tiene un celular no smart. Está desconectado de todo, pero los pibes dibujan, tienen una relación cognitiva con su cuerpo muy distinta. A Meir le sacás la tablet y la primera media hora putea, pero después se pone a dibujar, a hacer algo creativo. Por otro lado yo también soy adicto al celular, así que es todo muy difícil".

"Estamos en una transición -dice Devi-. No sabemos hasta dónde va a llegar".

Pantalla de un mundo nuevo

En la era de las series y los documentales en streaming, el judaísmo ortodoxo se convirtió en un territorio narrativo atractivo para el gran público. Después del documental One of Us y la serie Shtisel , Poco ortodoxa capitalizó la rara fascinación que despiertan las comunidades jasídicas cerradas. Para Eli Levy, toda esta exposición es positiva, aun con las miradas críticas, las simplificaciones y los golpes de efecto. Dice que Jabad siempre fue "la frontera de la ortodoxia", así que él está acostumbrado a explicar y debatir distintos aspectos de su estilo de vida con el resto de la sociedad. "La visión del Rebe tenía que ver con esto -dice-: potenciar el orgullo judío, negociar con la globalización sin perder tu esencia".

Ese es el tema que le apasiona: la posibilidad de una era mesiánica que no encarne en una persona, sino en una energía que rompa los viejos esquemas de separación de la humanidad. Los jueves a la noche organiza farbrenguen (reuniones) que llamó "Zoom con vodka", en las que se debate sobre religión y filosofía. El jueves pasado, desde la biblioteca de la casa de los Freedman, Eli planteaba una y otra vez el interrogante "¿Qué tiene hoy el judaísmo para ofrecerle al mundo?".

En esa búsqueda con más preguntas que certezas se juegan los desafíos cotidianos de los nuevos religiosos. Cómo ser parte activa de la conversación global sin perder la "esencia". Qué se negocia y qué no. Los Levy lo experimentan en casa cada día, de lo profundo a lo superficial. En enero, por ejemplo, Yoel quería cortarse el pelo "como los jugadores de fútbol", en lugar de dejarse las payot y la barba. "El corte de pelo para nosotros es algo muy simbólico -decía Eli-. Son cosas que a mí a los 13 ni se me pasaban por la cabeza plantear. Pero me tengo que adaptar. Si lo fuerzo, quizás sea peor. Yo quiero que él siga en la religión, pero no quiero que lo haga por obligación".

Es un cambio generacional que impacta en todas partes, pero en los círculos religiosos tiene implicancias particulares. "En mi época te decían 'el mundo fue creado en seis días' y era así. No podías googlear -dice Eli-. Y hoy el pibe se te queda mirando como diciendo '¿qué me estás hablando?'. Hay que repensar un montón de cosas. Muchos ortodoxos no la ven venir, porque la ortodoxia es eso: aferrarse a lo que siempre estuvo y no cambiarlo, aunque te cueste tus hijos. Yo amo un montón de valores de la ortodoxia que me gustaría que se difundieran, y hay cosas que me gustaría que cambien. Uno está ahí, en el medio, tratando de influenciar el adentro y de llevar algo de nuestros valores al mundo exterior".


Por: Pablo Plotkin
Fotos: Fernando Gutierrez
Fuente: La Nación