Hacia una Justicia universal. Por Mario Eduardo Cohen


Entre 1942 y 1944, Adolf Eichmann, desde su Oficina de Asuntos Judíos de la Cancillería del Reich, coordinó "con suma eficiencia" las deportaciones de por lo menos 1.500.000 judíos a los campos de exterminio (a un promedio diario de unas 1500 personas). Su trabajo consistía en presionar a las policías locales para que agruparan a los judíos (y gitanos) en determinadas estaciones de ferrocarril. Simultáneamente, conseguía que las empresas ferroviarias le brindaran trenes vacíos (en su mayoría, de carga) para que pasaran a retirar la "carga humana". Antes había conseguido "boletos de ida" solamente. Debían llegar rápidamente a su destino final: la muerte. También se ocupó de expoliar los bienes de las víctimas.

Eichmann vivió durante 10 años en la Argentina con un nombre falso. En 1960, hace 60 años, fue secuestrado por un comando israelí y fue llevado a juicio. Antes de esa fecha, los sobrevivientes no se animaban a contar los horrores vividos durante el Holocausto, "no resultaban fácilmente creíbles" (según comentó Jorge Semprún). La importancia del juicio a Eichmann, para la Historia con mayúscula, es que despertó el interés en los estudios profundos sobre el Holocausto. Fue un verdadero punto de inflexión.

Las audiencias del juicio se llevaron a cabo en Jerusalén entre abril y agosto de 1961, con traducción simultánea a varios idiomas, ante periodistas y personalidades de todo el mundo. Se presentaron 110 testigos de 17 nacionalidades y un gran número de documentos. El fiscal Guideon Hausner comenzó su alegato con estas palabras: "En el sitio en que me encuentro hoy ante ustedes, jueces de Israel, para demandar contra Adolf Eichmann, no me encuentro solo: conmigo se levantan aquí en este momento seis millones de demandantes. Pero ellos no tienen la posibilidad de comparecer en persona. Sus cenizas se encuentran esparcidas por Europa". Seguidamente presentó los cargos relativos a crímenes contra el pueblo judío, contra la humanidad y de guerra.

El defensor Robert Servatius (abogado que también defendió a alemanes en Nuremberg) contestó: "La defensa presentará pruebas de que el acusado no tiene responsabilidad sobre los exterminios realizados. Se comprobará que no los ordenó, y tampoco los llevó a cabo. Se comprobará que no tenía posibilidad de desobedecer las órdenes recibidas". Eichmann se defendió diciendo que era un "mero técnico de transportes", un burócrata, casi un dactilógrafo, y que "cumplía órdenes".

Finalmente, las pruebas de su participación fueron abrumadoras. Fue encontrado culpable y ejecutado. Sus cenizas fueron tiradas al mar.

El juicio de Jerusalén sentó jurisprudencia a nivel mundial, en el sentido de que no se puede esgrimir el argumento de la "obediencia debida" en los crímenes de lesa humanidad. El principio de irretroactividad de la ley no es aplicable para estos casos (Israel lo juzgó de acuerdo con una ley de 1950 por los hechos ocurridos unos años antes, entre 1939 y 1945). Tampoco se aplica el principio de territorialidad para los genocidas.

Según comenta Álvaro Abós, el proceso de Jerusalén fue un antecedente en el que se basaron, entre otros, el juicio que abrió Alfonsín contra las Juntas Militares; los promovidos en España contra Augusto Pinochet; el accionar del juez Baltasar Garzón por los horrores franquistas, y la Corte Penal Internacional contra Milocevic, etc.

Desde el juicio a Eichmann ningún genocida puede dormir en paz. Sus crímenes no prescribirán jamás.

Por Mario Eduardo Cohen
Fuente: La Nación