AMIA: Tres sobrevivientes contaron su historia en una actividad previa al 26° aniversario


El Vaad Hakehilot, la Federación de Comunidades Israelitas Argentinas, realizó el lunes por la tarde una charla en la que Adrián Furman, Hugo Fryszberg y Alejandro Mirochnik, tres sobrevivientes del atentado a la AMIA, contaron su experiencia a días de conmemorarse el 26° aniversario.

La conferencia titulada “Sobrevivir”, conducida por la prestigiosa periodista Mónica Gutiérrez y que se llevó a cabo a través de la plataforma Zoom y las redes sociales del Departamento, contó con más de 1000 participantes.

El presidente de AMIA, Ariel Eichbaum, brindó el discurso de bienvenida e invitó a que todos se conectaran desde el lugar en el que estén el próximo viernes 17 de julio a las 9.53hs para acompañar el pedido de justicia en el acto central.

“El contexto es diferente, pero lo que no cambia es la fuerza de nuestro reclamo y la denuncia de impunidad”, destacó Eichbaum.

Por su parte, el presidente de la Federación de Comunidades Israelitas Argentinas, Eliahu Hamra, expresó que “para el Vaad Hakehilot es un orgullo organizar este evento y compartir la historia de Alejandro, Hugo y Adrián, tres sobrevivientes del peor atentado terrorista de la historia argentina”, y agregó: “Este año, a 26 años del ataque terrorista que terminó con la vida de 85 personas, nos toca llevar adelante el acto central y las distintas charlas en una modalidad distinta por la pandemia que nos atraviesa. El acto es virtual, pero el reclamo es tan real como siempre”.

El primero de los sobrevivientes en brindar su testimonio fue Adrián Furman, quien recordó: “Llegué a trabajar a las 8 de la mañana, subí al cuarto piso como todos los días para ver a mi hermano Fabián, estuve 15 minutos con él ese 18 de julio de 1994. A las 9.53 nos sorprendió la explosión. Me acuerdo que fueron dos explosiones, la primera sentí que se tambaleó el edificio y la segunda cuando se derrumbaba. Yo estaba en el fondo, no se derrumbó ahí, la sensación fue de oscuridad, olor a amoniaco, polvo, vidrios que se caían, pedazos de techos, me metí abajo del escritorio, no podía respirar. Pensé que era el aire acondicionado que había explotado, ya que recién lo habían instalado. No supe qué pasó hasta que salí y vi el frente de Pasteur”.

“No sabía qué había pasado, solo quería que aparezca mi hermano. Entre el martes 19 de julio y el domingo 24 que apareció mi hermano no me moví de mi casa, esperando novedades y recibiendo gente, conocidos, familiares, pero fueron 5 días de pensar que yo no iba a poder seguir adelante si no aparecía mi hermano, que la vida no tenía sentido sin él, y que no sabía qué hacer”, rememoró.

Además, comentó: “Dejé de trabajar en AMIA porque creí que no iba a poder soportar trabajar en el mismo lugar donde mataron a mi hermano y a muchos amigos. Es más, a AMIA volví a entrar 10 años después, evitaba pasar por esa cuadra. Es inevitable que todos los días no me acuerde de AMIA, de mi hermano y revivir lo que pasó. El tiempo pasa, las heridas cicatrizan, pero está latente dentro de mí. Las víctimas son los que fallecieron, pero nosotros también, porque hay gente que piensa que después de 26 años deberíamos estar bien, pero la carga es para toda la vida".

Hugo Fryszberg contó que “fue una mañana fría de invierno. La recuerdo bien porque era el corte de la primera semana de invierno, llegué a AMIA como todos los días, el edificio estaba remodelado, estaba en el cuarto piso, yo tenía que rendir la caja de sepelios, los sobres estaban allí; bajé las cajas y me fui a mi oficina, hasta que llegó la explosión. No tenía en la cabeza un atentado, ni una bomba.

Hoy puedo decir que estamos vivos porque nuestras oficinas estaban de contrafrente, del lado de Uriburu y no hubo destrucción. Donde sí la hubo, no sobrevivió nadie”.

En el medio de la incertidumbre, Hugo pudo salir de AMIA. “Fui al subte, me bajé en Canning y me fui a mi casa, No sé si soy yo o la mente, no me acuerdo qué pasó en el trayecto, fue volver a la vida, ver a mi señora, mis padres e hijos”, explicó.

“Tuve la dura tarea de estar en la cochería y coordinar los servicios y entierros de mis amigos con los que trabajaba en AMIA y todos los que murieron que no eran de AMIA, pero hacerlo con mis amigos fue lo peor que me pasó, era como estar yo ahí enterrado”, reflexionó.

Alejandro Mirochnik trabajaba en el Departamento de Comunicación y Prensa de la DAIA. “A las 9:30 fui a buscar los diarios a la diarería y cuando vuelvo a AMIA con el paquete no vi nada raro. Saludo como siempre, me quería tomar el ascensor central ya que tenía que ir al 5° piso. Había una ascensorista que justo había ido al baño, y estaba en automático. Como yo sabía usarlo apreté al 5° piso. En el 3° o 4° piso siento un estallido de piedras y que se corta el ascensor, hay una explosión, viajo a una gran velocidad. Me agazapo y pongo mi espalda sobre una de las paredes del ascensor, y siento el ruido del caer del ascensor, piedras y silencio absoluto”.

“Pasaron minutos u horas, no lo sé. Escuché un helicóptero. Pasó el tiempo, me dolía la pierna, no se veía nada, había una columna que me estaba lastimando la pierna. Durante esas horas pensé de todo. Nunca pensé una bomba, solo creí que se había caído el ascenso”, relató ante las consultas de Mónica Gutiérrez.

“De repente aparece una luz, y veo mi pierna. Alguien me ilumina, yo siento que ahí vi a Dios. Ahí me doy cuenta que mi pierna no estaba incrustada en el hierro, sino que estaba totalmente quebrada y por eso decido para liberarme, levantarme con los brazos. Por la luz que veía y esa viga, me metí por el agujero y me arrastré por los cables del ascensor. Mientras voy recorriendo, empiezo a ver que está todo roto, solo piedras, escombros. Me trepo por las vigas del ascensor y salgo del ascensor y veo paredes con agujeros, y cuando trepo tres o tres metros y medio veo una bota de un bombero y le grito ‘no se dieron cuenta los de infraestructura de AMIA que se cayó el ascensor’. El bombero me contestó ‘todas esas personas que nombrás están muertas, no sabés lo que es esto’. Ahí pensé ‘no se cayó el ascensor, se vino abajo todo el edificio. Todo cruel y crudo fue", afirmó Alejandro.

Luego, describió: “Hubo cuatro horas donde me hablaron todo el tiempo, me dieron camperas, me pasaron oxígeno y sacaban escombros. Ahí ven la viga y con una sierra la rompen, ven otra y yo les digo que por esa viga podía subir, entonces los bomberos me tiran una soga, me la ato en la cintura, me dejé llevar y me fueron llevando ellos hasta que me sacaron, me subieron sobre una placa, me pusieron un cuello y ahí vi lo peor de mi vida. Parecía una foto de un atentado del Medio Oriente, sentía que las fotos que uno veía en los diarios las estaba viviendo en carne propia”.

“Los primeros años me escondí, pero hoy siento la necesidad de contar lo que sucedió en el atentado a la AMIA. Fue un atentado a la humanidad, a la gente, no a la comunidad judía, por eso siempre hay que recordar, hacer memoria”, finalizó.