El acuerdo chino-iraní: nuevo frente de tormenta en Medio Oriente


POR ALEJANDRO WENGER

En los primeros días de julio, tomó estado público un tratado "comercial" entre la República Islámica de Irán y la República Popular China, por el cual el régimen de Pekín podrá adquirir petróleo y derivados petroleros con descuentos de hasta el treinta y dos por ciento, a cambio de un amplio programa de inversiones chinas en obras "de infraestructura" por un monto multimillonario a lo largo de 25 años, plazo de vigencia del acuerdo.

El acuerdo estaría enmarcado dentro del programa conocido como "Nueva Ruta de la Seda", y un uno de sus puntos prevé unir Urumqi (capital de la provincia china de Xin-Kiang) con Teherán, con puntos de acceso a las repúblicas ex-soviéticas de Kirguistán, Kazakhstán, Uzbequistán y Turkmenistán. También prevé una conexión con el gasoducto que vincula el polo petroquímico de Tabriz con Ankara, capital de Turquía. Rusia también sería parte del acuerdo, aunque como socio menor.

Si bien muchos detalles permanecen en secreto, trascendió que se permitiría rotular y exportar a través de China una amplia gama de productos fabricados en Irán, pero con tecnología china, aprovechando el bajísimo costo de mano existente en la república islámica. De esta manera, los iraníes lograrían, aunque sea parcialmente, eludir el boicot occidental. Pero hay otros puntos más oscuros que se filtraron respecto del acuerdo, y que tienen que ver con cuestiones militares.

En efecto: los chinos se habrían comprometido a reforzar el componente cíber-electrónico de las fuerzas armadas iraníes, ya sea mediante equipos propios, o bien financiando la compra de material ruso. Asimismo, Teherán permitiría el libre acceso y utilización de importantes bases aéreas y navales a las fuerzas armadas chinas. De ser así, se estaría ante un cambio estratégico

de alto impacto capaz de alterar dramáticamente el equilibrio geopolítico regional.

Una fuente iraní reveló recientemente que Rusia estaría dispuesta a instalar -y posiblemente operar- equipos de guerra electrónica en la localidad de Chabahar, al sur de Irán, capaces de inutilizar los sistemas de defensa aérea tanto de Arabia Saudita como de los Emiratos Árabes Unidos. También está previsto que aviones de guerra, tanto chinos como rusos, operen con total libertad desde las bases de Bandar Abbas, Hamadan, Abadan, y la citada Chabahar. Las instalaciones serían modificadas para permitir su uso por parte de las tres fuerzas aéreas sin interferencias. Para garantizar la seguridad de todo el programa, en Pekín prevén el traslado a Irán de unos 5000 efectivos "civiles".

Desde el punto de vista de occidental, si bien no hubo pronunciamientos hasta ahora, supone la aparición de una amenaza para los movimientos navales en el Mar Arábigo, el Mar Rojo, en el Golfo Pérsico, e incluso en el Índico Occidental. Bombarderos chinos operando desde Irán podrían cortar fácilmente la circulación petrolera proveniente del Golfo Pérsico. Israel, entre tanto, encontraría un escollo para las acciones de ciberinteligencia y guerra informática que, se cree, viene desarrollando calladamente desde hace años a fin de detener o demorar el programa nuclear iraní. Si eventualmente la cúpula israelí decidiera lanzar un ataque militar preventivo contra las instalaciones nucleares persas, posiblemente se las tenga que ver con un robusto esquema de defensa chino, reforzado por Rusia. Por otra parte, si las tensiones políticas entre China y los Estados Unidos siguen en aumento hasta desembocar en una nueva Guerra Fría, Irán quedaría irremediablemente convertido en potencial campo de batalla entre ambas potencias, más allá de las cuestiones israelíes o sauditas.

En Irán, mientras tanto, el tratado recibió aprobaciones, pero también críticas. En tanto que el presidente Hassan Rouhani y su canciller, Mohammed Zarif, defendieron el pacto invocando el "cambio en el orden mundial" que estaría sucediendo ahora, como consecuencia del declive

norteamericano y el surgimiento de China como única superpotencia mundial, miembros destacados del parlamento iraní -como el ex-presidente Mahmoud Ahmedinajad- lo consideran una capitulación ante el "colonialismo chino". Otros políticos, por su parte, denunciaron la entrega a China de una isla iraní -la estratégica isla de Kish-, así como también una cláusula secreta que permitiría a Pekín explotar a precio vil los recursos ictícolas de las costas iraníes. La última palabra la tienen, como siempre, los ayatollah, pero se considera que, sin el aval de ellos, hubiera sido imposible avanzar en la negociación del acuerdo.