Hace pocos dÃas muchos paÃses celebraron la noche de Halloween (vÃspera, en la tradición cristiana, del DÃa de Todos los Santos, que precede a su vez al de los Muertos) con cuentos aterradores y disfraces. Apenas una semana más tarde, recordamos con terror las matanzas orquestadas por el régimen nazi contra la minorÃa judÃa y que fue disfrazada léxicamente con la expresión Kristallnacht, como si lo más significativo de la misma fueran los cristales rotos de las tiendas judÃas y no el linchamiento público, el asesinato o los incendios de sinagogas en todas las ciudades del paÃs, incluso en las de la recién anexada Austria. De hecho, los nazis destacaron por la utilización de eufemismos, es decir, la sustitución de palabras o expresiones violentas (como robo, masacre, genocidio) por otras ambiguas como la famosa “Solución Final”.
Como en cualquier manifestación léxica, la sustitución de una palabra o expresión por otra culturalmente más aceptable requiere la complicidad del receptor del mensaje, que incorpora inconscientemente la recomendación tácita de disimular y ocultar la verdadera naturaleza de los hechos referidos, creando un tabú social y hasta polÃtico. Las dictaduras y colectivos propensos a la violencia de muchos paÃses han utilizado constantemente este mecanismo de sometimiento ideológico a través de rodeos semánticos reemplazando unas expresiones por otras; por ejemplo, “rebeldes” por “sediciosos”, “terroristas” por “milicianos”, “opositores” por “vendepatrias”, y un largo etcétera que hoy dÃa incluso impregna el lenguaje de dirigentes democráticamente electos (como en su dÃa lo fue Hitler). Por otra parte, la corrección polÃtica imperante en otras naciones nos induce a señalar y condenar a quienes llamen a las cosas por su nombre. Sirva de ejemplo, el exquisito trato que se tiene en muchos paÃses occidentales (especialmente en los Estados Unidos) para no nombrar a los últimamente frecuentes ataques y atentados indiscriminados contra civiles al grito de “Alá es Grande” como terrorismo yihadista.
ParecerÃa que muchos y muy bien intencionados legisladores han considerado que es más importante defender los derechos del victimario antes que los de las vÃctimas, y el de su honor léxico por encima de lo que la realidad muestra. ¿Cómo titularÃan hoy los periódicos lo que pasó en Alemania y Austria la noche del 9 de noviembre de 1938?: ¿alzamientos callejeros?, ¿ciudadanos que toman la justicia por su mano?, ¿indignación por el asesinato de un diplomático alemán? No hay que cursar un máster en periodismo para darse cuenta de la manipulación informativa que intentan imponernos los medios formales (prensa, TV, etc.) e informales (redes sociales): cualquier judÃo en este mundo está doctorado en cómo se puede “encauzar” opiniones (especialmente si fomentan prejuicios ancestrales) contra un colectivo. No hace falta ser un maestro de esta materia como Goebbels cuando se ha creado una oferta y una demanda suficientemente impregnados de desconfianza, cuando no de un odio que apenas requiera el disfraz de unas letras para consolidarse.
Desgraciadamente, la conclusión es que lo que enseña la Noche de los Cristales Rotos no es lo que pasó, sino lo que empezó a pasar: la piedra fundamental más contundente de cómo un régimen (incluso uno legitimado por las urnas) es capaz de canalizar lo peor de una sociedad hacia sus horas más oscuras si sabe “hablar” y dar nuevos ropajes lingüÃsticos inmaculados a los instintos más deleznables que se desatan en atropellos colectivos y, por tanto, anónimos, de esos que no nos generan ninguna incompatibilidad con nuestras conciencias.
Por Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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