Argentinos en Israel. “Bien organizado”: así es la vacunación contra el coronavirus

 Lucrecia Danchuk, de 41 años, es argentina y oriunda de Zárate, provincia de Buenos Aires. Vive en Tel Aviv, Israel, hace seis años, junto a su esposo y sus dos hijos. Si bien sufrió el desarraigo, hoy está contenta de residir en un país “solidario” donde “el esfuerzo lo ves reflejado”. Y más en tiempos de pandemia, ya que hace una semana se aplicó la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus y espera la segunda en febrero.

Israel, que actualmente transita su tercera cuarentena (lockdown) desde que comenzó en marzo la pandemia, es el líder mundial en vacunación contra el Covid-19. Con casi nueve millones de habitantes, más de un tercio de su población ya recibió la primera dosis de la vacuna Pzifer y se espera que el país tenga vacunada a toda su población mayor de 16 años para fines de marzo.

La vacunación “avanza por etapas, primero fueron los de riesgo, luego los de 60 años, después los de 50, luego los de 40 y los chicos que tienen exámenes de fin de curso, entre 16 y 18 años. La semana próxima se vacuna mi marido, que tiene 38 años”, dice Danchuk, y resalta la “organización” del sistema de salud. “Acá todos los ciudadanos tienen cobertura médica”, asegura.

La vacunación no es obligatoria, “aunque la mayoría se la quiere poner”, y si bien reconoce que ella estaba indecisa, luego reflexionó que “es la única manera de salir adelante”. Si no, la enfermedad se convierte “en una cadena sin fin”.

Sobre la dinámica familiar durante la pandemia cuenta que, en marzo, los colegios cerraron, pero en mayo volvieron a abrir. “Los chicos volvieron al colegio en burbujas, con jornada completa”, dice.

Recuerda la última vez que estuvo aislada por contacto estrecho de un compañero del colegio de uno de sus hijos: “Estuvimos aislados porque en la burbuja de mi hijo hubo un caso de coronavirus. Entonces aíslan a todo el curso y te mandan a hisopar y luego, a aislarte”.

“Cuando sos contacto estrecho, tenés que aislarte. Básicamente son 14 días de aislamiento, o aislamiento con dos tests negativos, que se acorta a 10 días, es decir, un hisopado cuando te enteras del contacto y el otro a los nueve dias de haber estado expuesto”, explica, aunque aclara que las normas al respecto cambian constantemente.

El gobierno israelí montó una especie de carpa de campaña “gigante”, a ocho cuadras de su casa, donde las personas concurren a hisoparse.

“Para que tengas una idea de lo bien que está organizado todo, cuando llegamos a hisoparnos con mi familia había 300 personas en la fila. Pensé: ¡Vamos a estar todo el día acá! Pero tardamos solo 40 minutos y todo el trámite de registro se hace a través del celular, vos nunca tocas o escribís nada. Me pareció increíble”, destaca Danchuk. A su vez, cuando los hisopados son niños, luego de testearlos les entregan una bolsa con stickers y libros de actividades. “Fue un gesto que me sorprendió gratamente. Pienso que lo hacen porque saben que durante varios días no van a poder salir de sus casas, a modo de concientizarlos”.

Una vez aislado, el Ministerio de Salud llama por teléfono primero para explicarte cómo deben ser los cuidados y el protocolo durante el aislamiento y luego todos los días “para ver cómo te sentís, si necesitas algo de comida, de aseo o ropa”.

Desde marzo que empezó la pandemia, “el gobierno me subsidia el 70% del salario”, explica la argentina, que desde que llegó a Tel Aviv creó un emprendimiento de servicios, Colmena, focalizado en hispanoparlantes que viven en Israel.

Sobre la experiencia de vivir en Israel, Danchuk reflexiona: “Para el inmigrante no es fácil, pero tenés la satisfacción de que el esfuerzo que hacés lo ves reflejado. En salud, en el colegio de los chicos, acá todos son públicos... y la seguridad. De un año a otro vas viendo cómo el país avanza y el respeto que hay por las instituciones”.

A 50 kilómetros de Tel Aviv, en Jerusalén, vive Mónica Rabotnicoff, 58 años, rosarina que viajó a Israel hace 38 años para estudiar literatura en la universidad.

“Me puse la primera dosis el primero de enero y pensé: ¡Voy a empezar bien el año!”, dice Rabotnicoff, que ya recibió la segunda dosis de la vacuna el pasado 24. “No tuve efectos secundarios, solo un poco de dolor en el brazo”.

Saber que cuenta con la aplicación de las dos dosis de la vacuna despertó en Rabotnicoff una sensación paradojal. “Por un lado estoy orgullosa de la excelente organización que tiene el país, pero por otro también me da miedo pensar que somos el conejillo de indias del mundo”, reflexiona.

Para quienes ya han recibido ambas dosis, el Ministerio de Salud de Israel emite un “certificado de inmunidad”. Quienes tengan ese certificado podrán ingresar a lugares públicos que fueron cerrados para impedir la propagación de la enfermedad.

Rabotnicoff también sufre las consecuencias de la pandemia, en especial por su trabajo: es guía turística en Jerusalén. “Desde marzo que se cerró todo sólo entran al país los que tienen ciudadanía. Pero no me puedo quejar, con los subsidios estatales, principalmente el seguro por desempleo, cubro el 90% de mis ingresos previos a la pandemia”, dice.

En su tiempo libre, la argentina es voluntaria en un geriátrico. “Una vez por semana, el personal tiene que hacerse un hisopado. Es obligatorio”, explica.

En el centro de Israel, a 25 kilómetros de Tel Aviv, en Rejovot, vive Nomi Feiman, de 69 años, quien, empujada por la crisis de Argentina en el 2002, llegó a Israel “con 50 años y un título debajo del brazo de licenciada en bioquímica”.

“Cuando salió la posibilidad de vacunarse, pedí turno con mi obra social y ya me dieron las dos dosis. No tuve ninguna secuela, solo un poco de dolor de brazo cuando me pusieron la primera dosis”, dice la bioquímica, que hoy trabaja en un laboratorio.

Los afectos de Feiman viven en Argentina, tanto sus hijos, como su madre y hermanas. En ellos pensó cuando recibió la inoculación completa. “Ahora voy a poder viajar a verlos”, dice con entusiasmo. Aunque asegura que con la vacuna “uno no se relaja” y “debe seguir con los cuidados”.

Sentir a la distancia

Las argentinas entrevistadas reflexionan con nostalgia sobre lo que sucede en la Argentina, y si bien las reconforta sentirse protegidas en el lugar que eligieron para vivir, no pueden dejar de pensar en sus afectos. “Deseo que haya un acuerdo con una vacuna seria y que el Gobierno pueda proporcionar las vacunas a toda la población”, dice Danchuk. “Me da mucha pena pensar que un país con 45 millones de habitantes solo recibe 300.000 vacunas. Mucha pena”, reflexiona Rabotnicoff.

Feiman se siente “asustada” por lo que se vive en el país. “Me gustaría que todos se puedan vacunar, porque estoy segura de que es la única forma de evitar todo esto. Debería haber vacunas para todos, no para ciertos países, aunque también depende de los gobiernos”.

“Cuando veo cómo se van de vacaciones en Argentina, las playas llenas de gente pienso: ‘Ay Dios mío ojalá que no les llegue la cepa británica, porque acá esa cepa hizo estragos’”, dice.

Los primeros estudios israelíes sobre el efecto de la vacuna de Pfizer son esperanzadores. El departamento de investigaciones de Maccabi Servicio de Salud informó que dos días después de administrarle la segunda dosis a sus pacientes mayores de 60 años se produjo una reducción del 60% de los contagios de coronavirus, y una caída del 60% de las internaciones.

También descubrió que de las 128.600 personas que recibieron ambas dosis en ese Servicio de Salud, solo 20 individuos contrajeron Covid-19 más de una semana después de la segunda dosis, y la mitad de esas personas tenían comorbilidades preexistentes, según informó Maccabi Servicio de Salud.


Por Constanza Bengochea

Fuente: La Nación