Los diferentes calendarios, gregoriano y
hebreo, a veces nos juegan una mala pasada, haciendo coincidir fechas alegres con
otras especialmente trágicas. Este año, en la misma jornada en que se celebra
el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, cuando al
final de la tarde se vean las primeras tres estrellas en el cielo, comenzará el
día 15 (“Tu”, en la nomenclatura aritmética bíblica) del mes shvat, uno
de las cuatro “cabezas de año” mencionadas en el Talmúd, aludiendo en este caso
a los primeros brotes que despuntan en la naturaleza y los árboles. Es decir,
por unas horas coincidirá el recuerdo del suceso más estremecedor de la cultura
de la muerte asumida como industria nacionalista, con la veneración de la vida
en sus señales más prematuras. Será el momento en que iniciemos la cuenta atrás
del recuerdo del drama del siglo XX hasta el año siguiente, pero -a diferencia
de la memoria de la naturaleza- aquella nunca retorna al mismo punto de
partida.
No hace muchos años parecía que la
institucionalización del recuerdo a los que sufrieron la Shoá garantizaría
la salvaguarda del mensaje “Nunca más”, escrito en alguna pared de los campos
de la muerte, como último grito de resistencia a la barbarie. Sin embargo, al
menos desde 2005, el año en que Naciones Unidas determinó dicha fecha, el odio
irracional hacia los judíos y otros colectivos denostados no sólo no ha cejado,
sino que ha renacido con fuerza, como si las estaciones climáticas ya no
gobernaran el reloj de la biología forestal y después del invierno nos asolase
un nuevo otoño.
El mundo se conmueve y espanta de las
posibles consecuencias de un cambio climático vaticinado por la ciencia y cada
vez más palpable. No pasa desgraciadamente lo mismo con las advertencias ante
el resurgimiento del pensamiento populista y totalitario, a izquierda y
derecha. Incluso posturas políticas aparentemente lejanas a cualquier
cuestionamiento contra los judíos se acercan al abismo que en el siglo pasado
supusieron las acciones radicales. Recordamos el Holocausto mientras la calle
es tomada por los herederos de las verdades absolutas y comprobamos atónitos
que aquellas malas hierbas vuelven a brotar tras años hibernando en silencio,
pero no muertas, esperando su oportunidad para volver a apoderarse de bosques y
praderas.
Dejamos atrás un año terrible, luchando
contra un enemigo invisible pero que nos vimos obligados a reconocer como
terrible, pero no es el único que nos acecha. Cuando podamos volver a la
“normalidad” descubriremos que el mundo ya no es el mismo que dejamos atrás hace
unos meses y que otras plagas, esta vez sociales y políticas, siguen con tanta
o más fuerza que antes de confinarnos. El odio se agazapa, se disfraza, pero
invade nuestra esencia como el robot vírico y la transforma en una máquina de
odiar para seguir propagando la destrucción de la empatía que nos llevado (tras
cientos de miles de años) a construir lo que nos gustaría significar como
especie.
Por Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
www.radiosefarad.com