Trump, sus seguidores y la violencia en el Capitolio: la peor despedida posible

Estados Unidos vive momentos históricos, en el mal sentido de la palabra. Escenas sin precedentes se registraron este miércoles-y continúan mientras escribimos estas líneas- cuando numerosos seguidores del Presidente Donald Trump irrumpieron violentamente al Capitolio, a las dos salas del Congreso, con el declarado objetivo de imposibilitar que continúen los debates destinados a confirmar los resultados de las elecciones. Aclaremos: de las elecciones que Trump jamás reconoció.

Y ahí está la explicación.

También en medio de la máxima tensión, reiteró que le robaron las elecciones, qué el ganó por lejos y que “todo el mundo lo sabe”. Pues no, no todo el mundo.

Extremistas de derecha que nunca reconocieron la legitimidad de la victoria de Joe Biden quisieron  alterar el curso normal del proceso, cuyo corolario será el 20 de enero con la asunción del candidato demócrata electo como nuevo Presidente de Estados Unidos.

Sin tener pruebas de nada, Trump asegura desde las elecciones que se las robaron, que la presentación de Biden como un Presidente legítimamente electo es ilegítima y producto de irregularidades serias. Pero ni siquiera jueces conservadores que logró nombrar a la Suprema Corte apoyaron sus demandas al respecto. Y este miércoles, cuando su Vicepresidente Mike Pence, dijo con dignidad que él no cancelará por su propia cuenta electores que ya se pronunciaron-como exigía Trump-, la multitud irrumpió al  Congreso y de hecho sitió el Capitolio.

Uno lo cuenta y parece una película de Hollywood.

¿Dónde estaba la Policía? ¿Por qué no actuó a tiempo? ¿Quién se equivocó aquí?

Son varias las preguntas sin respuesta por ahora. Pero el mayor error es el de Trump. Claro que con todas sus afirmaciones contra Biden está socavando a oídos de mucha gente su legitimidad. Pero en el camino, y eso es lo peor, está cortando las patas de la silla sobre la que está parado, porque está golpeando a la democracia norteamericana.

No sabemos cómo es mejor definir esta “lucha” de Trump: patética o peligrosa.

En realidad, no hay que elegir. Es ambas cosas a la vez.

No hay duda: quien considera que el Estado es sinónimo de su propia presencia, y no sabe irse, se convierte en un peligro.Y más aún cuando no reconoce el resultado de las urnas. Con ello, atenta contra el país que quiere gobernar.

Estimamos que hay muchos republicanos en Estados Unidos, que no concuerdan con lo que sucedió este miércoles, resultado de la agitación por parte de Trump.

Pero algo ya se ha roto. Algo ya no podrá volver a ser igual.

Trump no podría haberse organizado una peor despedida de la Casa Blanca, una peor mancha en su legado. Con esto,  con haber creado el ambiente en el que esta muchedumbre irrumpió al templo de su democracia a intentar frenar por la fuerza la última parte del proceso electoral, quitó valor a aquellos logros que sí tuvo durante su presidencia. Y los tuvo. Pero con esto, atacó la base misma de la existencia del país. Imperdonable. La historia lo juzgará.

Por Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai