El hebreo está mucho más presente en la
civilización occidental de lo que se suele apreciar. Probablemente el ejemplo
más palpable de ello sea la palabra “amén” que, con pequeñas variaciones
fonéticas, es utilizada en las liturgias de las tres religiones monoteístas y,
de allí, ha pasado al uso lingüístico habitual. En español, por ejemplo, aparte
de su significado de “de acuerdo”, “que conste” y el casi notarial “doy fe”,
puede expresar el deseo de que lo antes dicho “así sea” u “ojalá se cumpla”.
“Amén” de estos usos, puede utilizarse (como al inicio de esta misma oración)
como sinónimo de “además”. Sin embargo, su origen hebreo tiene aún más
vertientes.
El significado principal deriva de la misma
raíz léxica de la palabra fe (emuná). Los sabios del Talmúd le atribuyen
incluso el poder de representar a través de sus letras las iniciales de la
sentencia “El mélej neemán”, es decir: Dios, rey en el que se puede
confiar. Llama la atención, no obstante, que la misma raíz hebrea sirva para
hablar de artesanía (umanút), arte (omanút) e incluso, en el
antiguamente coloquial arameo, destreza (mayumaná, como el nombre del
famoso grupo de danza y percusión). De allí, su significado alcanza hoy día al
mundo deportivo: “me-amén” (entrenador) o “imunit” (chándal, ropa
deportiva). Sin duda la significación de la fe como una forma de ejercicio ha
calado parcialmente también en otros idiomas, como cuando, por ejemplo, decimos
que alguien es “practicante” para referirnos a quien profesa su religión, quien
la ejerce.
Más llamativo quizás sea el vínculo semántico
con lo artístico, aunque no tanto si pensamos en que en tiempos antiguos
-cuando se fragua este idioma- el arte era considerado una forma avanzada de la
destreza y artesanía derivadas del entrenamiento para la creación, cada vez más
perfecta y bella, de objetos. Quizás sea ése el nexo que tantos pensadores han
sospechado entre la religión y la creación artística: la fe impone una práctica
litúrgica para la cual somos entrenados y que se afianza en destrezas que
pueden cristalizar como obras de arte por sí mismas.
Más allá de estas variaciones del amén
hebreo, podemos regocijarnos en nuestro idioma con la cuasi-homofonía de esta
expresión con el imperativo plural y subjuntivo del verbo amar (amen), que
tanto tiene que ver con la fe depositada en un ser superior, santificado en un
“santiamén”, otro vocablo particular que aúna “en un instante” las tradiciones
de dos lenguas litúrgicas monoteístas: el latín cristiano y el hebreo judío.
Que nos amemos en el deseo de que así sea. Amén.
Por Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
www.radiosefarad.com