El ocaso de Netanyahu. Por Julián Schvindlerman


Con la caída política de Binyamín Netanyahu colapsó también la difamación surgida al comienzo de la última guerra con Gaza: la noción de que los cohetes de Hamas beneficiaban políticamente al gobierno israelí, al presuntamente consolidar el relato nacionalista de la derecha y socavar el armado de una coalición opositora al Likud. El filósofo Tomás Abraham llegó a afirmar que había un pacto a tal efecto durante una entrevista con La Nación: “Entre Netanyahu y Hamas hay un acuerdo para mantener el estado de guerra y evitar que lleguen al poder las fuerzas pacifistas, dialoguistas y todos los que bregan por dos países, uno palestino y el otro israelí, en convivencia y cooperación” (29/5/2021). Pues bien, la guerra concluyó y a los cinco minutos ya había un nuevo gobierno en el país. 

Con la conformación de la nueva coalición gobernante cae también otra calumnia añeja, la que sostiene que Israel es un estado Apartheid. Sin embargo, el nuevo gobierno incluye a partidos a la derecha del Likud y a la izquierda del Laborismo, un premier religioso nacionalista, un canciller laico de centro-izquierda y un partido islamista moderado. Es más, hay un ministro de salud que es homosexual, una ministra de inmigración y absorción que es negra y oriunda de Etiopía y un ministro de cooperación regional que es árabe. De los 27 ministros del gabinete, nueve son mujeres; incluyendo las carteras de economía, interior, educación, energía, medio ambiente y ciencia y tecnología. Esta coalición desafía toda categorización pero por sobre todo debería llamar a reflexión a quienes se apresuran a condenar a Israel sin fundamento.

Tras cuatro elecciones nacionales en poco más de dos años, ha advenido un consenso variopinto y frágil, aunque exitoso, para destronar al Rey Bibi. El agotamiento social con su figura polarizante tras doce años de permanencia ininterrumpida en el poder, con el agregado de su empobrecida imagen a la luz de varias causas de corrupción y la pérdida de paciencia colectiva con sus chicanas políticas para sobrevivir a cualquier costo, terminaron alejando de su lado incluso a muchos de sus colegas partidarios. De por cierto que el repudio a Netanyahu no es un repudio a sus ideas, sino al hombre. Considérese esta observación de Tal Schneider del Times of Israel: 

“Bennett fue jefe de gabinete de Netanyahu, Ayelet Shaked de Yamina fue directora de la oficina política de Netanyahu, y Avigdor Liberman fue director general del Likud, un asesor principal de Netanyahu y un socio político cuando Likud e Yisrael Beytenu se presentaron en una lista combinada en las elecciones de 2013. El jefe de Azul y Blanco, Benny Gantz, fue Jefe del Ejército  bajo Netanyahu, Lapid fue un ministro principal en su gobierno de 2013, y Sa'ar de Nueva Esperanza fue el secretario del gabinete de Netanyahu, así como un ministro principal bajo su mando. Y más abajo en la lista de legisladores de Nueva Esperanza, las conexiones continúan: Ze’ev Elkin fue ministro en el gabinete de Netanyahu y también confidente del primer ministro, Yoaz Hendel se desempeñó como director de comunicaciones de Netanyahu y Zvi Hauser es ex secretario del gabinete”. 

Estas almas desencantadas se unieron a partidos de izquierda e incluso aceptaron contar con el respaldo de un partido islámico con el fin de remover del poder a su antiguo jefe. “Los legisladores que formaron las bases de la próxima coalición de Israel estudiaron en la academia de Netanyahu, aprendiendo del mejor” (Schneider dixit).

Tal como señaló Bret Stephens en el New York Times, a diferencia del presidente palestino Mahmoud Abbas, que lleva diecisiete años en el poder simplemente porque no convocó nunca más a elecciones, Netanyahu se sostuvo en el gobierno simplemente porque hizo un buen trabajo. A lo largo de una larga carrera dedicada a Israel -fue comando militar, embajador en la ONU, vocero espléndido y el más longevo líder nacional- Netanyahu hizo un aporte notable. 

Corrió de lado el socialismo corrosivo que aletargaba a la economía israelí y la transformó en una economía capitalista emprendedora, tecnológicamente de vanguardia, súper innovadora y saludable: entre 2000-2019 el PBI per cápita creció un arrollador 42%. Confrontó el imperialismo político-religioso de Irán y su peligroso programa nuclear como nadie lo hizo en el mundo entero: atacando sus posiciones militares en Siria, golpeando sus barcos de transporte en el mar, saboteando sus instalaciones nucleares a lo largo y ancho de Irán, desafiando incluso a la Administración Obama en la propia capital de Estados Unidos (aquel inolvidable discurso ante el Congreso) y enmudeciendo -literalmente- a la audiencia de diplomáticos en la Asamblea General de las Naciones Unidas durante 44 segundos al denunciar la hipocresía internacional durante su impresionante alocución en septiembre de 2015. Aprovechó el favor de una Administración amigable como la de Trump para obtener el reconocimiento estadounidense sobre Jerusalem como capital nacional, la soberanía de los Altos del Golán y el abandono de Washington del Pacto Nuclear con Teherán, su salida del perverso Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la cancelación de aportes a la antisemita UNRWA. Tuvo la sabiduría de descartar el plan de anexión de Judea y Samaria a cambio de alcanzar acuerdos de normalización con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán; y pocos dudan que de haber permanecido Trump en la Casa Blanca le hubieran seguido muchos más, Arabia Saudita incluida. El impulso que supo dar a la campaña de vacunación contra el Covid-19 ha sido poco menos que ejemplar. Y su apasionada y elocuente defensa del estado hebreo -expresada en libros, artículos y conferencias- es legendaria.      

Nadie quiso en Israel castigar políticamente a Netanyahu por estos logros extraordinarios. Las razones de su declive se hallan en su personalidad divisiva, su agresividad contra el sistema judicial y su obstinación en perpetuarse políticamente. Sus peores atributos afloraron con su derrumbe. Su discurso hostil hacia el nuevo gobierno en el que anunció su compromiso con alcanzar su pronta caída, dejar que el nuevo premier sea insultado mientras daba su primera alocución en el Parlamento, negarse contra todo precedente a estar presente en la ceremonia de traspaso del poder, dedicarle apenas media hora de su tiempo a informar a Bennett de importantes cuestiones de estado y no mostrar el menor apuro en dejar la residencia oficial de gobierno, todo ello expuso a un Netanyahu personalmente descortés, institucionalmente irrespetuoso y psicológicamente resentido. Una salida deplorable que ha ensombrecido un legado magnífico.