Cuando yo era
adolescente y militaba en un movimiento sionista jalutziano (es decir,
que abogaba por la vida en las comunas agrarias de los kibutzÃm), me
ofendÃa quienes se definÃan como sionistas sin vivir ellos mismos en Israel o
estar dispuestos a mudarse allà de inmediato. Sólo los que hacÃan aliá
(literalmente, ascensión, metáfora de la inmigración a tierras de Sión) eran
dignos de tal nombre. Poco después, descubrÃa en el sumario destacado de una
publicación “progresista” la siguiente frase: los judÃos han pasado “de
vÃctimas a victimarios” (cuando ni siquiera habÃa pasado un decenio de supuesta
“ocupación”). Años más tarde, ya en Israel, me asombró leer que la Unesco, el
organismo más cultural del mundo por definición de su propio estatuto y misión,
calificaba al sionismo como una forma de racismo. Por cierto, entonces esa
magna institución estaba dirigida por el insigne español que se prodiga como
amigo de los judÃos.
Fue el principio
de un largo camino de criminalización. Casi sin notarlo, como si de un cambio
climático gradual e inexorable se tratase, Israel pasaba de ser el milagro que
reverdecÃa los desiertos y la tierra de esperanza para un pueblo castigado con
el peor de los horrores, a ser retratado en un espejo invertido. De ningún paÃs
en situación de conflicto militar (ni Vietnam, Panamá, LÃbano, Afganistán,
Irak, Sudán, Sierra Leona, Ruanda, Chechenia, Kuwait, Congo, Siria, etc.) se
han hecho y se siguen haciendo metáforas y analogÃas con el nazismo. Sólo del
paÃs de los judÃos, vaya casualidad. Incluso hoy dÃa, el Consejo General de los
derechos Humanos de Naciones Unidas (que ha estado en varias ocasiones
presidido por paÃses regidos por dictaduras criminales) emite condenas a Israel
en una proporción que ha llevado al alejamiento de dicha institución de paÃses
como los Estados Unidos.
Gota a gota
hemos ido tragando la droga mediática de la desinformación hasta llegar al
absurdo punto contemporáneo en que cualquier persona de este mundo que no esté
a favor de la desaparición de Israel como estado judÃo es un “sionista”, como
le espetó hace unos años (a modo de descalificación personal) una contertulia a
Pilar Rahola en un programa de prime time en televisión. Y al
envenenamiento masivo hay que sumar el robo descarado de nuestra historia para
uso de quienes quieren acabar con ella (y, por ende, con nosotros). Por
ejemplo, que Jesús era palestino (una mentira habitualmente difundida cuando
llegan estas épocas del año).
Si antes conté
anécdotas de mi lejana adolescencia, déjenme que añada alguna de la infancia de
mi hija, en cuya clase y libros de Religión llaman Palestina a la tierra
de Jesús. ¿Ignoran acaso todos los profesores y autores de libros de esa
asignatura que el nombre de Palestina lo inventa el emperador romano Adriano
más de un siglo después de la muerte de Jesús? Lamento confirmaros lo que ya
sabéis: que las patrañas no sólo nos rodean desde la extrema izquierda. Y es
que, aunque invirtamos el espejo, las proporciones, el contexto y las
circunstancias que nos rodean nos seguirán mostrando que alguien está haciendo
trampantojos para hacernos creer que las cosas no son como son.
Shabat shalom
Director de
Radio Sefarad