¡Qué ganas tienen los pueblos de ir contra sus propios intereses!
¿Qué le pasa a esas naciones que se levantan contra los que han elegido democráticamente,
algunos de ellos por primera vez en su historia? ¿Hay alguna incompatibilidad
intrínseca entre los pueblos y el gobierno de los pueblos, alias democracia?
Sólo la aparente. Es decir, esto sucede cuando la democracia se limita a la
pantomima de poner un papel en la urna: allí tenemos casos como los de Irán
(país donde uno puede elegir sólo entre los que previamente seleccionó el Líder
Supremo), Bielorrusia o Nicaragua (por mentar sólo algunos ejemplos). O, en
otro orden pero en definitiva también, aquellos que aprovechan las mayorías
absolutas para hacerse con el control absoluto mediante la reescritura de sus
constituciones y eternizarse en el poder. O, por qué no, aquellos en los que
una vez obtenido el poder no tienen reparos en faltar a sus promesas electorales
(categoría ésta en la que entran casi todos los gobiernos).
¿Quiénes ganan en el río revuelto de la indignación
ciudadana? Los que pescan “al arrastre”, esquilmando los fondos de los derechos
humanos para presentarse como salvadores y única vía de salida. Los
apocalípticos, los que cierran el campo de visión de la sociedad para
focalizarlo en chivos expiatorios, los que esgrimen como mejor baza su
inadaptación a regímenes anteriores. Cuentan con el miedo como mejor
credencial, con la soberbia como mejor arma de violación colectiva y son
aliados del desconcierto. Aplíquense aquí todas las categorizaciones políticas
totalitarias y aquellas con vocación de serlo.
No es un problema exclusivo de tal o cual geografía, aunque
quizás los pueblos de Oriente Medios sean algunos de los protagonistas más
destacados. No todos, por supuesto. Ahí está, mal que le pese a muchos, la
única democracia verdadera y garantista, aguantando en unas condiciones de
guerra prácticamente continua con sus vecinos desde su proclamación de
independencia. Condiciones que hubieran tentado a otras formas de gobierno
hasta al más pintado de los defensores de la soberanía popular. Eso hablando de
las democracias: ¿pero qué hacemos entonces cuando se enfrentan dos bandos
antidemocráticos de un mismo pueblo? Gentes masacrándose a sí mismas, con el
objetivo de algún día poder masacrar a los demás (como los talibanes y Daesh en
Afganistán) o defender el derecho a seguir haciéndolo (desde la dictadura de Al
Assad en Siria), sin olvidar que hace sólo un par de generaciones España
también sangraba por premisas similares (aunque más ideológicas que religiosas)
y, más cerca en el tiempo, países como Yugoslavia o Ruanda escribían sus voluntades
con la sangre de sus hermanos.
Aquellos que hace una década acuñaron lo de la “Primavera
Árabe” a estas alturas ya están convencidos que no les caerá un premio Pulitzer
por tan esperanzadora expresión. Tendrían que haber hecho como el ex presidente
estadounidense Obama y su Nobel de la Paz de 2009: cobrar por adelantado.
Shabat
shalom (y feliz 2022)
Jorge Rozemblum