Si uno mira un mapamundi de hace poco más de un
siglo, descubrirá que las fronteras en Oriente Próximo eran muy distintas. La
desintegración del Imperio Otomano tras su derrota en la Primera Guerra Mundial
dio lugar a una parcelación en países sin casi ninguna referencia a la historia
o unidad étnica de los mismos. Ya en 1917, antes de culminar la Gran Guerra, las
naciones que esperaban triunfar (Inglaterra y Francia) se repartieron el
territorio, creando nuevos países en respuesta a las alianzas tribales que
encontraron en la zona: a la familia o clan de los Saúd se les entregó un país
que no tuvieron ningún reparo en apellidarlo como ellos mismos: Arabia Saudita.
Más recato tuvieron con la familia Hachemi cuando en 1922 les regalaron otro que
bautizaron Transjordania, esquilmando el 77% del territorio prometido cuatro
años antes para servir como Hogar Nacional a los judíos del mundo. Luego
repitieron el reparto de dividendos en Catar, Omán, Emiratos Árabes Unidos,
Bahrein y Kuwait, especialmente cuando la inválida arena del desierto se descubrió
como hogar de un preciado tesoro de oro negro.
Finalmente, y tras la vergüenza de su inacción
durante el Holocausto, el Reino Unido propició una nueva partición de lo que
quedaba de la Palestina bajo su Mandato para crear dos nuevos países, y nuevamente
a los judíos le correspondió la parte más pequeña y de peores condiciones
climáticas y económicas. Los judíos bailaron en las calles festejándolo. Los
árabes se negaron a aceptar la propuesta y declararon la guerra. Mientras, en
la frontera norte, franceses y británicos también intentaron crear un espacio
para los árabes cristianos llamado Líbano. Ante tal arbitrariedad de fronteras
y dado el revuelo en que se encuentra la zona prácticamente desde entonces,
propongo que redibujemos el mapa. Primero, intentemos respetar las naciones
históricas. Rebautizaríamos a Irán como Persia, separada del mundo árabe al que
no pertenece, como tampoco Turquía, aunque ambas compartan la religión (que no
la corriente dentro de ella) mayoritaria en sus poblaciones. De gran parte de
lo que hoy día son Irak y Siria podría nacer Mesopotamia (o Babilonia), pero
con un nuevo país al norte, incluyendo también parte de la Turquía actual:
Kurdistán (de religión no musulmana). En cuanto al Líbano, por fin podría
independizarse del acoso de su vecino y ocupante musulmán (Siria), para
convertirse en verdadera patria de los árabes cristianos, que bien podrían
beneficiarse de una confederación con Israel, como la que hace milenios
forjaron los judíos con sus vecinos fenicios. El resto, una gran Arabia, como
la que prometió Lawrence.
Los niños del mundo nos estarían agradecidos
cuando tuvieran que calcar mapas y recordar capitales. Los árabes lograrían
volver a estar unidos como sólo lo han estado bajo la fuerza de conquistadores
e imperios ocupantes. Con razón muchos objetarán que se simplifique un tema tan
complejo, aunque con un enfoque más lógico y justo que el que se adoptó hace poco
más de un siglo desde unos despachos europeos. Y sin “borrar” a nadie del mapa,
como muchos pretenden con Israel desde su renacimiento.
Shabat shalom
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad