La visita del primer ministro Naftali Bennett a Bahréin se produce en un momento difícil, con la atención del mundo fijada en la crisis de Ucrania, las conversaciones nucleares llegando a la línea de meta y las tensiones en el Golfo Pérsico con Irán y sus partidarios llegando a un punto de ebullición.
El viaje de Bennett a Manama, menos de dos semanas después de la visita de alto nivel del secretario de Defensa, Benny Gantz, durante la cual se firmaron acuerdos de defensa, es una señal para Irán de que sus enemigos se están coordinando frente a la política de Oriente Medio de la administración Biden. Sin embargo, la visita de Bennett no debe verse como un movimiento aislado.
Mientras que el primer ministro israelí será un invitado del rey de Bahrein, Hamad bin Isa Al Khalifa, otra visita histórica -aunque no sin precedentes- tendrá lugar en los vecinos Emiratos Árabes Unidos. El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, volverá a visitar al príncipe heredero de los EAU, el jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan, tras nueve años de ausencia. Erdoğan, cabe recordar, también ha indicado su deseo de mejorar las relaciones con Israel.
Aunque no se menciona explícitamente a Arabia Saudí en ninguno de estos contextos, es difícil creer que estos acontecimientos se estén desarrollando sin el apoyo saudí, o al menos sin su connivencia. Encajan claramente en la serie de pasos diplomáticos que Arabia Saudí ha dado desde el pasado mes de julio, como el acuerdo de reconciliación con Qatar, el acercamiento a Irak y la floreciente relación con Omán.
Por tanto, es posible que estemos asistiendo al inicio de una reorganización de los campos en Oriente Medio. Como parte de esta reorganización, el campo suní pragmático, que incluye a Arabia Saudí, los EAU y otros países del Golfo (con la excepción de Qatar), está creando una asociación con Turquía y Qatar, que también incluirá a Israel.
Los principales catalizadores de este bando son la política estadounidense, Irán y la economía. La derrota del ISIS y del bando yihadista-salafista ayuda a las partes a desplazar su atención hacia este objetivo. Al mismo tiempo, los Acuerdos de Abraham y el ritmo de su traducción en acciones tangibles y gestos públicos son también una plataforma conveniente para este desarrollo.
Esta nueva reorganización difumina las tradicionales líneas divisorias entre los campos. Esto, junto con el papel que puede desempeñar Israel, plantea difíciles retos para su viabilidad, junto con las numerosas oportunidades que se derivan de ella.