“Cuatro fuerzas diferentes se enfrentan en el Medio Oriente”


Entrevista con el analista Gabriel Ben-Tasgal, especialista en Medio Oriente, autor de varios libros relacionados con el conflicto palestino-israelí y el fanatismo islámico, vive en Israel desde 1989 tras emigrar desde su Argentina natal. Vivió cinco años en Uruguay, donde nacieron sus hijos.

Días especialmente fríos viven los ciudadanos de Jerusalén. Sin embargo, para analistas como Gabriel Ben-Tasgal, son jornadas intensas desde el punto de vista del análisis geopolítico.

El siguiente es el diálogo que mantuvo Búsqueda con Ben-Tasgal sobre los temas fundamentales del Cercano Oriente.

–¿Cómo describiría el panorama político actual de la región?

–Hoy, el Medio Oriente se divide en cuatro tipos de países o fuerzas. Primero, el bloque de influencia chiita, liderado por Irán y que comprende al propio Irán, Siria, Irak y el Líbano vía la organización terrorista islámica Hezbollah, que controla el sur del país y tiene más poder militar que el ejército libanés. Lo llamamos la Media Luna chiita. Encontramos otras fuerzas chiitas en Yemen, los hutíes, que son armados y financiados por Teherán. Luego, tenemos dos países cercanos a los Hermanos Musulmanes, donde el radicalismo islámico se observa con claridad y desde el gobierno se apoya al islamismo: Catar y Turquía. Ellos no siempre traducen su radicalismo en violencia física. En tercer término, existen grupos radicales islámicos que desean imponer califatos o emiratos regidos totalmente por la sharía, ley islámica: ISIS, Al Qaeda, Hamás, Al-Makes son algunos ejemplos. Y por último, tenemos los países sunitas no radicales que se han acercado a Occidente y a Israel. Entre ellos sobresalen Egipto, Arabia Saudita y los países que firmaron los “Acuerdos de Abraham”, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos.

–¿Qué objetivos persigue Irán con su política nuclear y desafiante?

–Los chiitas representan el 15% del islam y se sienten –con cierta razón– amenazados por la mayoría sunita (85%). El objetivo de Irán es asegurar la supervivencia de su dictadura teocrática y, si es posible, expandir el chiismo. Siendo así, consideran que el poder no convencional les permitiría cumplir con dichos objetivos. A la par, sienten que Occidente, especialmente Estados Unidos con Joe Biden, no está dispuesto a traducir su amenaza en un ataque militar contra Irán, y mantienen una postura desafiante que permita lograr que les reduzcan las sanciones sin desarmarse.

–¿Cuál es la situación de Israel en la región en esta nueva realidad?

–Geopolíticamente hablando, Irán es la principal amenaza para Israel. En un nivel cercano, Hezbollah, el satélite regional iraní en Líbano y Siria. Cuenta con 150.000 cohetes que pueden cubrir la totalidad del territorio israelí. Por otro lado, Israel encuentra en los sunitas un aliado contra la expansión chiita y, en una época pospetrolera como la que estamos viviendo, Israel se ha transformado en una potencia económica, militar y tecnológica, acercando nuevos aliados regionales, como sunitas moderados. Desde el punto de vista militar, su sistema antimisiles –Cúpula de Hierro y Jetz– es tremendamente efectivo, y el primer ministro Naftali Bénet afirmó que en un año estará operativo un escudo de rayos láser que cubrirá completamente a Israel.

–¿Podrá el Líbano liberarse del control de Teherán a través de Hezbollah?

–Es difícil predecirlo a corto plazo. Sin embargo, podemos decir de qué depende. Líbano sufre una crisis económica sin precedentes, y Hezbollah, con sus 1.000 millones de dólares de presupuesto anual, protege y beneficia a la población chiita (30% de los libaneses) y a sus aliados. Hezbollah recibe, aproximadamente, 350 millones de dólares gracias al tráfico de drogas y el servicio de blanqueamiento de dinero que ofrece a los carteles de la droga. Es decir, no es seguro que Hezbollah se quede sin dinero para seguir comprando apoyo. Por otro lado, la explosión de amonio militar en el puerto de Beirut colocó al grupo terrorista chiita en el ojo del descontento popular del resto de la población. Podemos asegurar que la debilidad de Irán acercará la normalización en el Líbano.

–¿Por qué Amnistía Internacional (AI) critica a Israel, única democracia en la zona, de modo mucho más duro que a las dictaduras regionales?

–Existen varias razones. En general, un informe no intelectual (ya sea de Amnistía Internacional o de la academia) comienza con una serie de conclusiones ideológicas y, termina con “pruebas” que intentan justifican el prejuicio. AI considera que los palestinos deberían poseer un Estado, que no debería existir un Estado con mayoría judía y que Israel viola la ley internacional. Las justificaciones son, a veces, surrealistas. Por ejemplo, que Israel hace apartheid hacia el 21% de la minoría árabe, ciudadana israelí. Hay jueces, políticos, figuras populares árabes-israelíes. Se trata de una falta de respeto hacia el sufrimiento sudafricano en este mismo tema. AI ha perdido mucho prestigio durante los últimos años, no debería sorprendernos la banalidad de este último informe.

–Casi treinta años después de los acuerdos de Oslo entre Israel y los árabes palestinos, ¿cuál considera sería una solución viable?

–La única solución es la de dos Estados para dos pueblos, Palestina e Israel. El plan más arriesgado en el tema fue la propuesta de Ehud Olmert del año 2008. Anexión del 6% del territorio de Cisjordania, en donde viven mayoritariamente israelíes, intercambiados por 6% dentro de Israel, una carretera que una Cisjordania con Gaza y la entrega de la zona musulmana al este de Jerusalén. No existen otras alternativas porque un solo Estado conformado por cuatro millones de palestinos de Cisjordania y Gaza –más 2 millones de árabes israelíes– unidos a 7.5 millones de judíos, es un formato tan erróneo como lo vimos en Yugoslavia… entre otras cosas, porque Israel es un Estado democrático y liberal, mientras los palestinos viven bajo dos dictaduras, tanto en las zonas autónomas de Judea y Samaria (Cisjordania) con Abu Mazen, como en Gaza, bajo la opresión brutal de Hamás.

–Existen voces en Israel que, dadas las negativas de Arafat y Abu Mazen a fórmulas israelíes que implicaban grandes concesiones, quieren fijar las fronteras sin un acuerdo en base al último plan de paz estadounidense. ¿Sería una solución?

–Hay que tomar en consideración que teológicamente, para el judaísmo la tierra es menos importante que la vida. Por ende, las propuestas de paz continuarán. Dentro de Israel las divisiones políticas son entre los que consideran que las concesiones no traerán paz y los que creen que Israel es suficientemente fuerte como para conceder. No creo que el Plan del Siglo de Donald Trump sea ejecutable, aceptando la soberanía israelí sobre 30% del territorio de Cisjordania, con la promesa de un Estado palestino a conformar. Considero que es preciso un acuerdo más realista, como el de Barak en 2000 o el de Olmert en 2008.

–¿Por qué se refiere al plan Olmert, que entregaba el valle del Jordán, una zona estratégica? La historia muestra que en todos los casos el país vencedor –y más si fue atacado, como Israel– modifica las fronteras a su favor.

–Me refiero al plan del expremier Ehud Olmert porque fue el último en ser elaborado por Israel, y era el que hacía mayores concesiones, pero aun así los palestinos no lo aceptaron.

Fuente: Comité Central Israelita del Uruguay