La Niña de Odessa y la Muñeca de Trapo

“Abue Lili”, mi abuela materna, tuvo una vida muy difícil. Era pura dulzura y ternura. Su corazón era inmenso y sus relatos sobre los momentos más dramáticos de su vida, venían acompañados de sonrisa en sus labios, y una mirada tranquila, directa, profunda y con un dejo de melancolía.

Sus ojos se convertían en cielo y reflejaban tierras lejanas cada vez que nos contaba a mi prima Claudia y a mí sobre su infancia, mientras horneaba una torta de vainilla y amapola y en la hornalla de su diminuto departamento con las paredes pintadas de amor, se cocinaba a fuego lento un caldo de pollo al que luego le iba a agregar lo que yo llamaba “ñoquis rusos”, pero después aprendí que eran “Spatzle”, una receta húngara.

Cuando yo era chiquita amaba sus cuentos. Eran los mejores del mundo y de mi vida. Y fueron su herencia para con mis hijos. 

La historia del conejo “Conejín” que en vez de zanahoria comía a escondidas caramelos, y la nena con la muñeca de trapo eran mis dos preferidas.

Traían mensajes de cambio y nuevos comienzos. Estaban llenos de esperanza y un futuro mejor. “Abue Lili” nunca se quejaba, estaba agradecida que sus hijas habían encontrado esposos amorosos, tenían una vida sin carencias y a los nietos no nos faltaba nada. Eso borraba el dolor de un pasado con penurias y desarraigos y reafirmaba que la vida podía ser bella.

La nena con la muñeca de trapo contaba la historia de una familia rusa y judía en Odessa. Familia clase media de trabajadores e intelectuales y músicos. Con la biblioteca ostentando los volúmenes de tapa dura entelada de obras como Crimen y Castigo”, “Los Cosacos” y “El Jardín de los Cerezos”. Dostoyevsky, Tostoi, y Chejov, eran las obras literarias con las que creció “La Niña de Odessa”, mientras en el piano de cola las teclas danzaban con la magia del “Lago de los Cisnes”, tomaban en familia sorbitos de té caliente recién servido del “Samovar” de plata, revolviendo azúcar en cuadraditos, y cuadros de autores rusos llenaban de color el hogar.

Esa imagen perfecta se congela cómo un cuadro más de la casa, cuando los zares de la “Rusia Imperial” orientaron el odio de sus ciudadanos hacia los judíos, y a través de ataques sistémicos y reiterativos, en el mejor de los casos los despojaban de sus pertenencias, de sus posibilidades de trabajar, destruyendo a través de “Pogroms” sus viviendas y sus sueños, y en el más dramático y frecuente de los casos tomando sus vidas como estandarte del odio irracional y la insanía mental de sus líderes.

Así fue como todo lo material que era parte de la infancia de “La Niña de Odessa” fue desvaneciéndose, mientras lo canjeaban por alimento para poder sobrevivir.

Lo último que quedó fue el “piano de cola”, que ahora los dedos enflaquecidos acariciaban el marfil tímidamente mientras un sonido ahogado y contenido hacía eco en las habitaciones ya vacías.

Entonces llegó el momento de entregarlo a cambio de una bolsa de papas. El último y único alimento que quedaba en la casa y se racionaba, mientras planificaban como lograr subirse a un barco camino a otro continente.

Y ahí fue cuando la mamá de “La Niña de Odessa” agarró una muñeca de trapo vieja, llamó a su hija que tenía aproximadamente 10 años, y le dijo: Esta muñeca es nuestro futuro. Con esta muñeca vamos a empezar una nueva vida en una tierra lejana. Con esta muñeca vamos a tener una casa, comida, libros y volver a escuchar música. Vamos a poder comer pollo y carne y cosas dulces y ricas. Por nada, nada, nada del mundo sueltes esta muñeca nunca. Ni por un segundo. Así subieron al barco. Con una maleta cada uno, y la muñeca de trapo. “La Niña de Odessa” no entendía por qué esa muñeca era tan importante. Y durante los largos días en alta mar, acompañados de náuseas, fiebres, algo de hambre y mucha incomodidad que duró la travesía hasta divisar el puerto de Argentina, “La Niña de Odessa”, que sentía que ya era grande para estar todo el día con su muñeca de trapo, por mandato materno nunca se separó de ella.

Al entrar al país les preguntaron el apellido. Los padres de “La Niña de Odessa” dijeron “Ginesin”. En migraciones entendieron “Johnson”, o no entendieron nada y entonces les inventaron ese apellido? Quién sabe.

Así “La Niña de Odessa” empezó una nueva vida, con una identidad cambiada por error humano, en un idioma diferente, en un país desconocido que les abrió las puertas y se encontraron recorriendo un laberinto que un día iba a ser su hogar.

Y entonces, fue ahí, en ese momento de estar en tierra firme, que la mamá la abrazó a la hija, le pidió la muñeca, y frente a la mirada incrédula de “La Niña de Odessa”, la desvistió, la descosió y sacó algunos anillos y broches de oro, que los convirtieron en dinero que pudo pagar el primer alquiler y las primeras compras de alimento.

Y ahí terminaba la historia. Con la mamá y “La Niña de Odessa” abrazadas, felices, sanas y salvas.

Cuando yo tenia 10 años “Abue Lili” me hizo una confesión: “La Niña de Odessa” con la muñeca de trapo era ella misma. Y la historia era mucho más dramática y triste de cómo ella me la contaba.

Yo ya tenia la misma edad que “Abue Lili” subiendo al barco con el futuro de ella y toda su familia en sus pequeños brazos llenos de inocencia infantil y madurez adquirida a los empujones, y por eso me confesaba este secreto, porque yo ya podía entender desde otro lugar menos fantasioso y literario, ese relato de la vida misma.

Hoy, Marzo 2022, a punto de ser yo abuela en cualquier momento, y de convertir a “Abue Lili” que hace mucho ya no está físicamente con nosotros en Tatarabuela en la eternidad, esos relatos color sepia y con pronunciación en un español con un leve acento ruso, que mi nombre en vez de Yudi sonaba “Yudie”, iban a volver a recobrar vida y memoria muy pronto. Son parte de un legado familiar importante. Son una historia que yo pensaba necesitaba ser contada como parte del recorrido de nuestros amados antepasados. De las raíces que nos aferraban a sueños de dignidad, derechos humanos y libertad.

Hoy veo en los noticieros las caras de las madres e hijas huyendo de la masacre del dictador genocida que destruyó todo y no puedo parar de conmocionarme y llorar pensando cuántas de ellas pudieron llevarse una muñeca de trapo para poder volver a empezar una nueva vida. 

En cada una de sus miradas veo los ojos de “Abue Lili” esa “Niña de Odessa” reflejando el cielo teñido de sangre y dolor, y también la esperanza de sus madres palpitando en sus corazones, para poder seguir caminando erguidas mientras sus pequeñas hijas se aferran a sus manos y confían en ellas. 

Y el cuento de “La Niña de Odessa”, que todavía no pude contarle a mis nietos, nuevamente se convierte en una historia real y dolorosa, que no sé si va a poder terminar con un final feliz.