Yamila Silberman nació en Buenos Aires, se recibió de coach ontológico y además es autora del libro Muy ortodoxa, un camino judío para una vida más feliz y en exclusiva fue invitada para charlar acerca de cómo fue pasar de no ser ortodoxa a ser ortodoxa.
—¿Cuál fue el punto de quiebre en tu vida?
—Fue alrededor de mis 21 años, cuando vuelvo de Israel, luego de vivir tres años afuera, sola, y entro a trabajar como secretaria en una comunidad observante, de la línea de Jabad Lubavitch –hay varias líneas dentro del mundo observante, una de estas es la línea de Jabad–, y ahí descubro, si bien ya había tenido contacto con diferentes personas o instancias dentro del mundo observante, cómo toda la gente que estaba ahí era observante y lo que más me llamó la atención, siempre lo cuento porque fue como un deslumbramiento, fue el concepto de familia. Los chicos, la unión, incluso como todos los chicos, que siempre hay discordias o peleítas, la forma de manejarse, de mirar a otros, la forma en la cual los matrimonios se trataban, con un respeto tan grande... Siendo hija única, habiendo crecido con mi mamá, esta familia tan grande, con muchos chicos. Dije “cuál es el secreto que está detrás de esto”.
—¿Y cuál es el secreto? Porque ahora tu familia es así ahora.
—Bueno, justamente el secreto está no solamente en la fe, sino en llevar esa fe a la acción, al vivir cada instancia de tu vida a través de la mirada espiritual. No es que vos te conectás con Dios en un momento determinado, cuando rezás o cuando comés o se hace una bendición; es llevar toda tu vida a una conexión espiritual constante, es ver a través de los ojos de Dios la vida misma y los pequeños detalles de ella.
—¿Cómo empezó el cambio, en términos concretos?
—Lo primero fue un encuentro que se hacía para jóvenes, tanto de Buenos Aires como del exterior, en Punta del Este, al que yo al principio no quería ir, pero el rabino nos convenció a varias de las que trabajábamos, nos decía que la íbamos a pasar bárbaro. Fuimos a este viaje con mis amigas, pero no fui a ninguna clase excepto a una en la que se hablaba sobre la importancia del casher, de la comida, digamos, justamente, de la dieta judía, de que no había que mezclar la carne con la leche, y eso fue lo que a mí me quedó. Volví, y sin todavía comer carne casher, cosa que en realidad invalida la segunda parte o sea, porque es como condición, empecé a no mezclar carne y leche, pero bueno, me fui adecuando, por decirlo de alguna forma. Cerca de eso vino la festividad de Pesaj, yo durante todo ese año, además, había empezado a estudiar un libro que se llama Tania, que es el libro de filosofía jasídica, las bases de la filosofía del movimiento de Jabad Lubavitch, no tenía ninguna respuesta y muchas preguntas. En conjunto, este estudio, sumado a los pasos que había empezado, me hicieron dar cuenta de que esa era la vida que quería para mí.
—¿Qué significa ser ortodoxa? ¿Qué implica?
—Muy buena la pregunta. Generalmente se le suele llamar al judío observante, ortodoxo o religioso, y a mí me suena como un poco encapsulada esa palabra; pareciera como que estás dentro de cuatro paredes, y justamente es al revés. El rebe, que es el líder movimiento de Jabad hace mucho hincapié en esto: no es como no entrar en ese cuadrado, sino con tu propia esencia, con tu propia alma tomar el cumplimiento de la torá, sus preceptos, y siendo vos, únicamente vos, el que le pones ese toque único. Entonces, técnicamente, la palabra sería observante, de la torá y sus preceptos.
—En el libro cada capítulo termina con reflexiones, enseñanzas, ¿cuáles crees que son esas enseñanzas que a vos te marcan y que pueden marcar la vida de cualquiera, sin ser necesariamente de la comunidad judía?
—Bueno, justamente haciendo referencia nuevamente al rebe, creo que una de las más emblemáticas, aunque voy a mencionar dos, una es “ama tu prójimo como a ti mismo”. Creo que esa es la clave, y de hecho está extraída y es la esencia de la Torá. Si realmente primero pudiéramos saber lo que es amarnos, ¿no? Y amarnos sinceramente con todo lo que somos y poder mirar a un otro y amarlo bajo la esencia de quién es más allá de lo que hace en esta vida, simplemente porque es un ser creado igual que yo. Sería un mundo realmente diferente; y la segunda es “Piensa bien y va a estar bien”, bajo la premisa de que ese bien no es lo que yo quiero, aclaro, ese bien es lo que Dios dispone para mí, entonces pienso bien, que todo va a salir bien. No es que creo bien, quiero bien, sino “pienso”, lograr manejar y guiar mi nivel de pensamiento a que todo aun sucediendo de una forma que yo no quiera, también es para bien.
Fuente: Infobae