En junio de 2010, la académica Karina Korostelina publicó un ensayo profético en el periódico Communist and Post-Communist Studies, titulado “La guerra de los textos escolares: educación histórica en Rusia y Ucrania”. La autora notó que los gobiernos de Kiev y Moscú empleaban la educación escolar pública para definir sus identidades nacionales y presentar a la otra nación como su enemiga. “La educación de la historia en Ucrania muestra a Rusia como un enemigo agresivo y opresor y enfatiza la idea de la propia victimización como un centro de su identidad nacional. La educación de la historia en la Federación Rusa condena el nacionalismo ucraniano y proclama la comunalidad y unidad de la historia y la cultura con el dominio ruso sobre ‘la hermana joven, Ucrania’”. Su estudio de los textos escolares en la enseñanza pública de ambos países la llevó a concluir que tal exploración “puede brindar una advertencia temprana de problemas potenciales en creación entre ambos Estados”.
Estos “problemas potenciales” se cristalizarían doce años después con la furiosa invasión rusa a Ucrania, y las narrativas de opresión y victimización que se venían gestando por largo tiempo en uno y otro campo explotaron en un hervidero de apropiaciones, recriminaciones y equiparaciones históricas infundadas. Prontamente, los términos “genocidio” y “holocausto” se instalaron de manera central en una guerra retórica impiadosa que se desarrolló en paralelo a la guerra brutal en el terreno. No habían pasado tres días desde el inicio de las confrontaciones, que el Museo del Holocausto de Israel (Yad Vashem) debió emitir un comunicado de protesta por el uso y abuso del Holocausto en las narrativas competidoras: “El discurso propagandístico que acompaña las hostilidades actuales está saturado de declaraciones irresponsables y comparaciones completamente inexactas con la ideología y las acciones nazis antes y durante el Holocausto. Yad Vashem condena esta banalización y distorsión de los hechos históricos del Holocausto”.
Hace años que Kiev y Moscú empleaban la educación escolar pública para presentar al otro como enemigo
Holocausto. Esto comenzó con el propio presidente ruso, Vladimir Putin, quien alegó que por medio de su “operación especial” buscaba “desnazificar” a la sociedad ucraniana. Esta afirmación fue vista como descabellada a la luz de la identidad judía del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, quien además perdió parientes a manos de los nazis. El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, intentó derribar ese argumento defensivo por medio de una aseveración más exótica todavía: “Hitler tenía sangre judía” dijo a la televisión italiana. “¿Y qué si Zelenski es judío? El hecho no niega los elementos nazis en Ucrania. Creo que Hitler también tenía sangre judía”, acotó. Por supuesto que no ofreció ninguna evidencia respaldatoria. El entonces ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Yair Lapid, hoy primer ministro, calificó su declaración como “imperdonable y escandalosa”.
El presidente Zelenski también se apropió de la historia de la Segunda Guerra Mundial para repudiar a Rusia. Ello se vio con claridad durante su discurso ante el Parlamento israelí a mediados de marzo. Recordó que un 24 de febrero de 1920 se fundó el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores de Alemania (Nsdap) y que “102 años después, el 24 de febrero, se emitió una orden criminal para lanzar una invasión rusa a gran escala sobre Ucrania”. Asimismo, aseguró que Putin quería aplicar una “solución final” a la “cuestión de Ucrania” y que así se expresaba la propaganda rusa. Y remarcó la analogía con estas palabras: “No necesito convencerlos de lo entrelazadas que están nuestras historias. Historias de ucranianos y judíos. En el pasado, y ahora, en este tiempo terrible. Estamos en diferentes países y en condiciones completamente diferentes. Pero la amenaza es la misma, tanto para nosotros como para ustedes: la destrucción total del pueblo, el Estado, la cultura. E incluso de los nombres: Ucrania, Israel. Por eso tengo derecho a este paralelo y a esta comparación. Nuestra historia y vuestra historia. Nuestra guerra por nuestra supervivencia y la Segunda Guerra Mundial”.
Su mensaje no fue del todo persuasivo. “Debería haber reescrito su discurso, en lugar de intentar reescribir la historia” lamentó la columnista Liat Collins del Jerusalem Post.
Genocidio. No menos controversia causó la aplicación del concepto de genocidio a la contienda. Zelenski lo planteó de esta forma: “Esta invasión rusa a Ucrania no es solo una operación militar, como afirma Moscú. Esta es una guerra a gran escala y traicionera cuyo objetivo es destruir a nuestro pueblo. Destruyendo a nuestros hijos, a nuestras familias. Nuestro Estado. Nuestras ciudades. Nuestras comunidades. Nuestra cultura. Y todo lo que hace ucranianos a los ucranianos”.
La invocación implícita al genocidio dividió aguas entre los especialistas. Jeffrey Veidlinger, investigador de la historia del Holocausto en Ucrania en la Universidad de Michigan, observó en un ensayo para Jewish Telegraphic Agency: “La guerra es horrible, y el aparente ataque deliberado de Rusia a los civiles es abominable. Pero como la mayoría de las guerras, esta guerra se libra por el control político de un territorio y la soberanía de un pueblo; a diferencia del Holocausto, no es un intento de asesinar a todos los miembros de un grupo étnico, racial o nacional […] Zelenski podría, en teoría, entregar el poder del gobierno a un títere designado por Rusia y permitir que su pueblo viva como una minoría ucraniana dentro de un Estado ruso opresivo. No es una buena elección, pero es una elección. Los nazis no ofrecieron tal opción a los judíos de Europa. No había elección que condujera a la supervivencia física, ninguna oferta de rendición”.
En contraste, Alexander Motyl, profesor de Ciencia Política de la Universidad Rutgers, opinó que las acciones rusas en Ucrania efectivamente constituyen un genocidio. En un artículo publicado en Tablet, señaló: “¿El régimen ruso tiene la intención de destruir a los ucranianos como ucranianos? […] La respuesta es sí: la intención está ahí y la política existe. Para empezar, los bombardeos rusos y la matanza de civiles ucranianos son claramente intencionales y no el mero subproducto de maniobras militares. También lo es la limpieza étnica: las deportaciones forzadas de 1,3 millones de ucranianos, incluidos 223 mil niños, al interior de Rusia. Tampoco existe una justificación militar para la devastación total de Mariupol y Kharkiv. Ambas ciudades y muchos otros asentamientos han sido destruidos porque estaban habitados por ucranianos”.
"Esta guerra se libra por el control político de un territorio, no para asesinar a todos los miembros de un grupo étnico o racial".
El artículo II de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 sostiene:
“En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
a. Matar a miembros del grupo.
b. Causar daño físico o mental grave a los miembros del grupo.
c. Someter deliberadamente al grupo a condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial.
d. Imponer medidas destinadas a impedir nacimientos dentro del grupo.
e. Transferir por la fuerza a niños del grupo a otro grupo”.
Motyl considera que el régimen ruso está intentando destruir al pueblo ucraniano por medio de las acciones identificadas en a, b, c y e. Dejaremos la adjudicación de este contencioso a los expertos.
Ilegal e injusta. Resulta claro que la devastación de Ucrania ha sido enorme. Rusia ya controla la quinta parte de su territorio. La invasión ocasionó casi 7 millones de refugiados y 8 millones de desplazados internos. Hubo reportes de prensa sobre torturas, violaciones, ejecuciones sumarias y deportaciones de civiles y combatientes ucranianos a manos de los rusos. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos verificó más de 4.700 muertes de civiles a finales de junio de 2022. Michael Walzer, profesor emérito en la Universidad de Princeton y autor del célebre libro Guerras justas e injustas, dijo que “la invasión a Ucrania por parte de Rusia es ilegal según el derecho internacional. Y es injusta según todas las versiones de la teoría de la guerra justa”.
La dimensión catastrófica de esta guerra electiva de Rusia contra Ucrania es clara, como lo es su naturaleza ilegal e injustificada. No necesita adquirir mayor dramatismo mediante equiparaciones históricas inadecuadas.
*Profesor titular en la carrera de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.
Fuente: Perfil