Recuerdo claramente las escalofriantes noticias del 18 de julio de 1994, después de que los terroristas de Hezbolá, ayudados por el régimen iraní, atacaran Argentina por segunda vez en dos años. La fotos de la destruida Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), donde 85 personas murieron y más de 300 resultaron heridas, me horrorizaron. Nunca imaginaría que 28 años después, una judía latina profundamente impactada por esta tragedia como yo, representaría a la Liga Antidifamación (ADL) en Argentina junto a cinco mil personas más para conmemorar este trágico aniversario de impunidad e injusticia.
La conmemoración de este año tuvo un significado especial por razones positivas y negativas. Lo positivo fue que, después de dos años de COVID, los sobrevivientes de la AMIA y los familiares de las víctimas pudieron reunirse una vez más y estar de duelo junto a 300 invitados que asistieron al Foro Latinoamericano de Lucha contra el Antisemitismo —patrocinado por el Congreso Judío Latinoamericano y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel— y que contó con la participación de expertos judíos y de otras religiones. La impresionante muestra de apoyo mundial a la comunidad es un testimonio de que las víctimas nunca serán olvidadas —aunque la justicia siga siendo esquiva. Del lado negativo, la ceremonia se vio empañada por el siempre presente recordatorio de que el régimen iraní, el principal patrocinador estatal del antisemitismo y el terrorismo, y sus cómplices han estado operando libremente en la región, incluso realizando vuelos ilícitos en asociación con el régimen venezolano, en flagrante violación de las sanciones impuestas por Estados Unidos a ambos países.
La ceremonia de conmemoración en sí fue intensa y conmovedora; fue evidente que el dolor colectivo de los sobrevivientes y las familias de las víctimas era compartido por todos los presentes en persona y virtualmente. Cada vez que se pronunciaba el nombre de una víctima, la multitud coreaba “presente” para dar testimonio de las vidas de las víctimas y reflexionar sobre la resiliencia de los sobrevivientes. Escuché hablar a Gabriela, una notable mujer de 28 años que solo tenía ocho meses cuando su madre Silvana, que también tenía 28 años, fue asesinada en el atentado. Conocí a una empleada jubilada de la AMIA llamada Anita, hija de sobrevivientes del Holocausto, que contó su historia de supervivencia mientras recordaba a los queridos compañeros de trabajo que perdió aquel fatídico día. Pasé tiempo con Luis, cuya hija Paola acompañó por primera vez a su madre al trabajo en el edificio de la AMIA y murió en el atentado. Y conocí a Javier, que tiene el doble trauma de ser superviviente de la AMIA y hermano de uno de los “desaparecidos” de la violencia de la Junta Militar en la década de 1970.
Estar en Buenos Aires para la conmemoración de la AMIA también me dio un sentido de pertenencia y un orgullo de presenciar el activismo de las comunidades judías latinoamericanas. Cada comunidad invitó a líderes de la sociedad civil que son aliados en la lucha contra el antisemitismo y todas las formas de odio. Entre ellos había legisladores, jueces, clérigos, periodistas e, incluso, el expresidente de Guatemala, Jimmy Morales. La presencia de la Enviada Especial de Estados Unidos para Combatir el Antisemitismo, la embajadora Deborah Lipstadt; de Dani Dayan, presidente de Yad VaShem, el Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá, y del Comisionado de la Organización de Estados Americanos para Combatir el Antisemitismo, Fernando Lottenberg, transmitió la importancia que los gobiernos e instituciones nacionales e internacionales dan a la necesidad de preservar y asegurar la vida judía en América Latina. Muchos líderes jóvenes también estuvieron presentes y activos, una señal esperanzadora de que la siguiente generación está comprometida a continuar con los valores y el trabajo de los que los precedieron. La sensibilidad, el conocimiento y el compromiso de todos los asistentes es un testimonio de las grandes contribuciones de los judíos de América Latina al tejido social de los países en los que viven.
Una imagen de resiliencia que me acompañará por siempre es la de una destruida máquina de escribir con teclado en yiddish, que fue recuperada de los escombros del edificio de la AMIA y actualmente se exhibe en el Museo del Holocausto de Buenos Aires, un impresionante espacio vivencial. La máquina de escribir encarna la historia de supervivencia de los inmigrantes judíos, de aquellos que huyeron de los horrores del Holocausto para comenzar una nueva vida en Buenos Aires. Es un signo de resiliencia y fortaleza, y refleja el sabio mensaje del Lord Rabbi Jonathan Sacks unos meses antes de su trágico fallecimiento: “Revisen la historia judía y notarán una cosa: somos un pueblo súper resistente. Cuanta más presión hemos sufrido, más fuertes nos hemos hecho”.
A pesar de todas las injusticias, las comunidad judía argentina y sus homologas latinoamericanas se han vuelto aún más fuertes y resilientes, comprometidas a garantizar su vitalidad para las futuras generaciones.
Por Liat Altman
Fuente: Infobae