EL DISCURSO DE JORGE KNOBLOVITS, PRESIDENTE DE LA DAIA:
Habrán visto que en los anuncios dice que estamos festejando nuestros 85 años. Pues bien, en realidad son 87. Y no es que nos quitemos edad por coqueterÃa, sino porque cuando tocaba ese festejo estábamos en plena pandemia. De manera que ahora sÃ, podemos celebrar ese número y la fructÃfera existencia de nuestra institución.
Porque más allá de un par de años más o menos, lo que hace la diferencia es que acá estamos. Hinenu, se dice en hebreo. Henos aquÃ. Es una expresión de muy fuerte contenido simbólico, ético y polÃtico.
Hineni-heme aquÃ, en singular- es la respuesta que da el patriarca Abraham a la convocatoria de Dios en la Torá. Por primera vez, un humano acude al llamado de la Ley. Responde, es decir, se hace responsable.
Después de varias generaciones de hombres que no se hacen cargo de sus actos (Adán, CaÃn… y sigue la lista), un sujeto se siente tocado por esa voz que le dice que sus conductas inciden en el destino de sus semejantes e incluso de aquellos a quienes no conoce.
El Pacto, dice el texto, será con él y con sus descendientes, miles de generaciones que tendrán la misión de reparar las injusticias, de velar por los necesitados, de combatir la violencia y de hacer del mundo un lugar mejor para todos.
Nosotros, el pueblo judÃo y, en este caso particular, la DAIA, representación polÃtica de la comunidad judÃa argentina, somos herederos de ese pacto.
En ese sentido, no somos meros espectadores sino protagonistas de la historia. Porque a lo largo de milenios ese Pacto se actualiza; es decir, se expresa en acciones y hechos concretos.
Cada época y cada sociedad plantean el enorme desafÃo de responder a sus males. Si en todo tiempo y lugar hubo crÃmenes, ataques del hombre contra el hombre, discriminación, agresiones al diferente, intentos de arrasar con grupos y culturas, injusticias y crueldad, nos toca a nosotros atender a las demandas de un aquà y ahora cargado de conflictos especÃficos.
Nuestro paÃs ostenta el dudoso privilegio de haber sido vÃctima de dos terrorismos: uno, del Estado (con la dictadura militar) y otro, internacional, con los atentados perpetrados contra a la Embajada de Israel primero y a la sede de AMI-DAIA después.
Los casos de agresión a personas pertenecientes a minorÃas discriminadas, los ataques a instituciones o pintadas insultantes se multiplican.
La violencia parece ser inextirpable de lo humano, pero eso no nos hará desistir de nuestra misión.
No solo defender y proteger a los miembros de la comunidad judÃa sino también a todos aquellos que por su condición religiosa, sexual, social o de cualquier otro signo de pertenencia, sean vulnerados.
La DAIA está presente en forma efectiva y decidida para llevar adelante las acciones que correspondan ante la justicia y ante la sociedad en su conjunto. Es que, en la huella de ese pacto fundacional, “nada de lo humano nos es ajeno”.
Pero ese pacto incluye otro aspecto central: lo que los sabios de la tradición han denominado TikúnOlam. La reparación del mundo. En efecto, tal como afirma uno de esos sabios, ningún individuo o grupo puede hacer toda la tarea, pero eso no nos libra de hacer nuestra parte. Cada paso deja huella, y asà como nosotros nos inscribimos en un sendero ya comenzado hace milenios, vendrán otros que rescaten, revitalicen y mejoren nuestras acciones.
Esas que no consisten solo en denunciar y sancionar: para que el combate sea efectivo y tenga sentido, es imprescindible llevar adelante un serio, consistente y decidido trabajo de transmisión. Educar, informar, inspirar a maestros, lÃderes comunitarios y sociales, formadores de opinión, dirigentes institucionales y toda persona que esté en una posición de enseñanza formal o informal, es una parte esencial de nuestro trabajo.
Para eso, la DAIA desarrolla un amplio y ambicioso programa de capacitaciones para adultos, jóvenes y niños. Hemos firmado convenios con decenas de organismos, ONG´s, municipios, sindicatos, empresas e instituciones varias.
Allà llevamos, no solo el conocimiento de la historia: también abrimos la posibilidad de hacer preguntas, indagar en los motivos y los mecanismos del odio, examinar las conductas del pasado y del presente para incrementar la posibilidad de un futuro más hospitalario, justo y pacÃfico. En la misma sintonÃa, tenemos una fuerte presencia en el diálogo interconfesional a fin de estimular el acercamiento, el respeto y la convivencia entre todos nosotros, todos iguales. Porque la batalla es contra toda forma de odio y discriminación, lleve el nombre que lleve.
Aún si el antisemitismo reviste ahora la denominación “polÃticamente correcta” de antisionismo, o si los terroristas se presentan como “revolucionarios”, sabemos que estamos ante formas más o menos perversas del mismo sentimiento, el que intenta tachar al otro, desconocer su derecho a la existencia y refutar su legitimidad.
Nos encontrarán presentes y activos en cada una de esas ocasiones, cada vez que se vulneren los derechos de cualquier integrante de nuestra sociedad.
La tradición inspirada en nuestras fuentes sigue más vigente que nunca. En un mundo desquiciado y en un tiempo con hambre de solidaridad, nos hacemos eco del mandato del sabio talmúdico: “Si no estoy para mÃ, ¿quién estará? Si estoy solo para mÃ, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?”
Otro sabio actual, el filósofo Emmanuel Levinas, nos recuerda que lo que nos hace humanos es precisamente responder al sufrimiento del prójimo.
Amigos y amigas: Nadie puede reemplazarnos ni expulsarnos de ese lugar fundamental. Somos, en efecto, guardianes de nuestros hermanos.
Claro, no somos los primeros (y espero que no seamos los últimos). Hubo muchos que nos precedieron y nos ayudaron en este camino: los fundadores de la DAIA, esta institución emblemática, con un fuerte capital simbólico en nuestra república, todos los voluntarios y profesionales que pusieron y aportan su pasión, su inteligencia y su esfuerzo para llevar adelante esto que hoy intentamos proseguir y sostener.
Nuestro agradecimiento a todos y cada uno de ellos va de la mano de nuestro compromiso de ser dignos de tal herencia.
Brindo por la persistencia y la vitalidad de todos los que defendemos la justicia, velamos por los derechos de nuestros semejantes y entendemos esta batalla como un deber ético, moral y humano esencial.
Como decimos en hebreo ¡LEJAIM! ¡Por la vida!