Israel: Estado Judío y Democrático. Por Agustín Zbar

El resultado de las recientes elecciones en Israel es una renovada oportunidad para reavivar en el mundo el odio gratuito a los judíos, especialmente en sectores de izquierda, en la prensa de los Estados Unidos y Europa. Esos enfoques viajan de la mano de agencias de noticias globales que dispersan un punto de vista que se reproduce con naturalidad y resulta difícil de contestar en cada país. La judeo-­‐fobia se disfraza de anti-­‐sionismo, nuevo ropaje del antiguo antisemitismo ahora escondido detrás de la deslegitimación del Estado de Israel como consecuencia del signo político del gobierno elegido por su pueblo.

La expresión de esta ola de preocupación de una parte de la opinión pública internacional (especialmente Europa y los Estados Unidos) respecto del nuevo gobierno tiene que ver, sin dudas, con su carácter marcadamente nacionalista. Está claro que hay un nuevo auge del nacionalismo en todo el planeta, y en el caso de Israel sus banderas son, además de la defensa del territorio ancestral, el idioma y las prácticas religiosas, la identidad judía. Es el llamado sionismo religioso.

Repasemos algunos hechos. El Estado de Israel, que en pocos meses cumplirá 75 años, se define a sí mismo como judío y democrático, una especie única entre las formas de gobierno conocidas por la humanidad a lo largo de su historia. Es la creación inverosímil de un pueblo exiliado en una diáspora de casi 2.000 años que logró reunirse y organizarse en su territorio originario luego del genocidio nazi que exterminó a la mitad de la nación, la gran mayoría de los que vivían en Europa. En el comienzo, esa endeble población superó la hostilidad de los representantes del Mandato Británico en Palestina y resistió la agresión de la población árabe pre-­‐ existente. Luego, salió victorioso de todas las guerras de agresión provenientes de los países vecinos. Israel se defendió durante los últimos 50 años del siglo pasado en más guerras que ningún otro país del mundo, con un ejército básicamente formado por civiles, hombres y mujeres; simultáneamente fue desarrollando en los últimos 30 años una de las economías más potentes e innovadoras de la humanidad, basada en el conocimiento producido por sus universidades, todo ello sin dejar de recibir grandes contingentes de inmigrantes.

La declaración de la independencia de 1948 define al país como Estado judío y de allí derivan los principios fundamentales que dan forma a su identidad. En la cultura, la educación, la historia y las variadas costumbres ancestrales se afirman también su carácter democrático y liberal, en tanto respetuoso de los derechos individuales, colectivos y de las minorías. Ser un Estado Judío implica directamente la adopción del proceso democrático de toma de decisiones, el autogobierno del pueblo y el sometimiento al imperio de la ley por parte de todos y de cada uno sin distinciones de etnia, origen, religión o condición social. Todo ello sin Constitución escrita, pero con un ejercicio permanente de una democracia extremadamente compleja y vigorosa, habituada naturalmente a procesar las conflictividades derivadas de una extraordinaria diversidad de grupos y sectores contestatarios donde cada individuo importa y es escuchado.

Estas aclaraciones son necesarias por el volumen de las críticas que se empiezan a escuchar sobre el regreso al poder de una coalición parlamentaria comandada nuevamente por Benjamín Netanyahu, fortalecido ahora por el apoyo que recibirá desde partidos antes minoritarios que se encuentran a su derecha y se integrarán al gabinete. Estos grupos, a veces en los extremos, han crecido con un notorio apoyo de los estratos más jóvenes de la sociedad afirmando la defensa de la cultura popular, el idioma hebreo, la integridad territorial y la enseñanza y práctica de la religión judía. Ellos le dieron la mayoría absoluta a una fuerte coalición que formará el gobierno más a la derecha que haya conocido este joven país.

Se ha dicho, que el antisemitismo, la judeo‐fobia (hoy el antisionismo) es un test sobre la tolerancia del mundo hacia las identidades colectivas fuertemente marcadas. El sionismo, como movimiento de rescate de la identidad judía para el retorno al territorio nacional, es una fuerte expresión de identidad en los últimos dos siglos.
Ahora pareciera que vuelve a molestar porque se presenta desde la derecha, llega al gobierno y tiene un carácter religioso. Pero no hay nada que temer. El triunfo del ideal sionista que llevó a la Declaración de la Independencia de 1948, afirmaba que el Estado “…estará basado en la libertad la justicia y la paz como lo previeron los profetas de Israel; asegurará completamente la igualdad social y política de los derechos para todos sus habitantes, sin importar su religión, raza o sexo; garantizará libertad de religión, consciencia, idioma, educación y cultura y preservará los lugares sagrados de todas las religiones” y luego “…se apela a los habitantes árabes para preservar la paz y participar en la construcción del Estado sobre la base de una ciudadanía completa e igual y a la debida representación en todas las instituciones”. Aquellos sionistas, padres fundadores del Estado, no eran de derecha ni religiosos. Sin embargo, también les tocó resistir la hostilidad de los vecinos palestinos, la indiferencia y la “neutralidad” internacional frente a amenazas existenciales.

Está claro que, frecuentemente, en la política actual los hechos no importan. La discusión del mundo sobre Israel no se basa en hechos sino en la incomodidad con la realidad actual de un país que parece volverse marcadamente judío para afrontar esta nueva era de la globalización. Que cada vez más consolida una mayoría interna de judíos-israelíes que se parecen menos a la mayoría de los judíos que habitan el resto del mundo.
Un país que, ante el fracaso de la política de dos estados planteada por las Naciones Unidas, probablemente lidiará con el problema palestino (conflicto amañado y aparentemente irresoluble) avanzando sobre territorios en disputa, aunque haga ruido.

Quienes realmente aprecian al pueblo judío, a su Estado-Nación, al sionismo, deben asumir que tal vez Israel no será necesariamente lo que ellos quisieran, sino lo que deciden sus habitantes inmersos en la realidad del Medio Oriente en este momento de la historia y mirando lo que ellos consideran que serán las demandas del futuro en el mundo en el que viviremos. Es inadmisible que se deslegitime al nuevo gobierno porque no responde a ciertos ideales que desde afuera algunos quisieran ver realizados. Caer en esa trampa es hacer el juego a los judeofóbicos, los nuevos antisemitas, que se llaman a sí mismos antisionistas.

Fuente: Revista La Luz