Francisco, bajo la sombra de las renuncias papales. Por Julián Schvindlerman

Para comprender el clima de intriga que rodea el décimo aniversario del pontificado de Francisco, es menester regresar unos siglos atrás en la historia de la iglesia católica. Puntualmente hasta el siglo XIII, ocasión de una dramática renuncia papal. 

Pietro Angeleri di Murrone nació en Isernia en 1215. Cuenta su biografía, tomada de portales católicos, que estaba poseído por una fuerte pulsión ascética. A los 24 años de edad se aisló en una cueva ubicada en el monte Murrone, donde vivó durante cinco años. Abandonó ese aislamiento extremo sólo para unirse a dos compañeros en otra reclusión voluntaria en una nueva cueva en la montaña de Maiella, en la región de los Abruzos, en el centro de Italia. Allí fundó la orden de los Celestinos. En julio de 1294, tres eminentes dignatarios, acompañados de una multitud de monjes y laicos, fueron a buscarlo a las montañas y le informaron que había sido proclamado Papa por votación unánime. Era un contexto convulsionado: hacía 27 meses que el Trono de Pedro estaba vacante, debido a la confrontación política de las familias Colonna y Orsini, con implicancias dentro del colegio cardenalicio. El nuevo Papa adoptó el nombre de Celestino V.

Apenas cinco meses después, renunció al ministerio petrino para retornar a su vida de ermitaño. Mencionó “la malicia de las personas” entre las causas que lo empujaron a tomar esa decisión. Según Vatican News, Celestino V “madura la decisión de renunciar al Pontificado, respaldado también por la opinión del cardenal Benedicto Caetani, experto en derecho canónico”. Agrega James F. Loughlin, en un artículo en la Enciclopedia Católica Online, que la idea de la abdicación fue originada por el propio Caetani, aunque luego lo negará. Como jurista respetado por su conocimiento del derecho canónico es “quién busca los argumentos legales para la renuncia”. En el Liber Sextus I, VII, 1 Caetani decreta (fragmento): “Depende del Romano Pontífice, renunciar al papado con honor, especialmente cuando se reconoce él mismo incapaz de regir la Iglesia Católica Universal y considerando la carga que esto supone para el Sumo Pontífice”.

En una columna publicada en National Geographic, Abel G.M., periodista especializada en historia y paleontología, especifica el papel jugado por el inescrupuloso cardenal Caetani: “En el Vaticano corrían rumores de que, por la noche, el papa Celestino oía la voz de un ángel que le pedía que abdicara de su cargo y que, en realidad, era Caetani quien le hablaba a través de un agujero en la pared”. (En una monografía académica publicada en Kyklos, los profesores Fabio Padovano y Ronald Wintrobe presentan la misma versión, con la diferencia de que Caetani se escondía detrás de las cortinas de la habitación papal). La persistencia dio frutos; el horrorizado pontífice finalmente abdicó. Diez días más tarde, en apenas 24 horas, el cardenal Caetani fue elegido como el nuevo Papa y se hizo llamar Bonifacio VIII. Sin vacilar, hizo encarcelar a Celestino V en la torre del castillo Fumone, en Ferentino. Allí murió tras diez meses de confinamiento, esta vez forzado, el 19 de mayo de 1296.

Pasarán siete siglos y dos renuncias papales adicionales, cuando llegará el turno a Benedicto XVI. Dimitió en febrero de 2013. Cuatro años antes, en 2009, había visitado la tumba de Celestino V, en la Basílica de Collemaggio, donde se postró y rezó, lo cual fue interpretado por muchos vaticanistas como un preludio a una posible partida futura. Por lo tanto, cuando el sucesor del pontífice alemán, el argentino Francisco, viajó a L´Aquila en agosto de 2022 a rezar en privado ante la tumba de Celestino V, a quien además alabó públicamente por su humildad y por su “valiente testimonio del Evangelio”, todas las alarmas se dispararon en el entorno vaticano.  

Francisco, que tiene 86 años y se desplaza en una silla de ruedas, llevaba un tiempo ya dando señales de una posible abdicación. En 2014 dijo ante periodistas que si su estado de salud limitase sus funciones pontificias no dudaría en dejar el trono. Además, calificó a Benedicto XVI como “una institución que abrió una puerta, la puerta de los papas eméritos”. Pero fue el año pasado cuando una sucesión de frases y gestos aumentaron las especulaciones. En mayo de 2022 la prensa italiana reportó que durante una reunión a puertas cerradas con obispos, Francisco bromeó: “Antes que operarme, renuncio”. Tras un viaje a Canadá en julio, el Papa afirmó: “Creo que a mi edad y con esta limitación, debo salvarme un poco para poder servir a la iglesia. O, alternativamente, pensar en la posibilidad de dar un paso al costado”. También declaró: “Con toda honestidad, no es una catástrofe, es posible cambiar de Papa”.

Llegó incluso a imaginar su retiro, al decir durante una entrevista con el canal televisivo mexicano Televisa Univisión, el pasado julio, que en caso de renunciar no permanecería en la Ciudad del Vaticano ni regresaría a su Argentina natal, sino que se mudaría a Letrán y seguiría confesándose y visitando enfermos. En una entrevista ese mismo mes con Reuters fue ambivalente cuando se le preguntó al respecto -“Dios lo dirá”- pero celebró la decisión de su predecesor: “él les dijo a los papas de detenerse a tiempo. Es un grande Benedicto”. El último diciembre, anunció que ya había escrito una carta de renuncia en caso de impedimento físico. “Ya he firmado mi renuncia” dijo durante una entrevista con el diario español ABC y recordó que otros pontífices del siglo XX también lo habían hecho. Cuando, en agosto, convocó a todos los cardenales del mundo a Roma para acrecentar el número de votantes del próximo cónclave, los especialistas vieron una nueva advertencia.  

La dimisión de Benedicto XVI legitimó las renuncias papales en el siglo XXI. Pero fue su muerte el último día del 2022 lo que allanó el camino para que Francisco pudiera también eventualmente abdicar. Una nueva renuncia papal con Ratzinger en vida hubiera sido extraño. Pues como observó The Economist, “si tener a dos papas vivientes era considerado desafortunado, tres hubiera sido inconcebible”. Así, los rumores de una nueva dimisión papal se potenciaron. Francisco buscó poner freno a esas suposiciones el mes pasado en ocasión de unas conversaciones con jesuitas congoleños en Sudán: “Creo que el ministerio del Papa es ad vitam […] Piensen que el ministerio de los grandes patriarcas es siempre de por vida. Y la tradición histórica es importante” aseguró. Sus palabras fueron publicadas en el diario semioficial vaticano La Civilta Cattolica.

Así es que Francisco arriba a su décimo aniversario como Papa rodeado de rumores y especulaciones sobre su potencial renuncia; conjeturas en buena media alentadas por él mismo. “La puerta está abierta”, cierta vez dijo, “pero hasta ahora no he golpeado en esta puerta”. ¿Lo hará a futuro? El tiempo dirá.

Fuente: Times of Israel