Yuval Harari con ganas de dejarnos

Gustavo Perednik publicó en la prensa hebrea una respuesta a Yuval Harari que advirtió sobre “el fin de la democracia” en Israel. Sigue la versión en castellano del artículo de Perednik. 


El profesor Yuval Noah Harari lleva en Israel una vida acomodada, libre y exitosa, pero no se conforma con ello. Exige que el país sea moldeado según su propia cosmovisión. Si no lo satisfacemos, Harari ya nos anuncia que nos dejará detrás a los plebeyos y construirá su nueva vida en algún país más instruido.

El profesor se queja de “la destrucción de la democracia”. El problema es que su peculiar versión de qué es la democracia es tan singular que no ha sido implementada en ningún otro país del mundo. Su artículo comparte el malestar que siente, pero no se digna a abordar las preguntas esenciales, ni qué hablar de responderlas.

¿Es acaso más democrático que las políticas gubernamentales sean decididas por los asesores legales en cada ministerio, en vez de que la determinen los gobernantes electos? ¿Por qué, señor Harari, la opinión de esos asesores, quienes no deben rendir cuentas ante la gente, debería imponerse a un gobierno democráticamente elegido? ¿Es más democrático acaso que los jueces dictaminen en base de lo que consideren razonable, en lugar de hacerlo de acuerdo con la ley? ¿Le parece a usted más democrático que a los jueces se les permita dirimir sobre cuestiones constitucionales? Nadie encontrará respuestas en las obras completas de Harari, porque su fastidio no admite debate.

Harari parecería coincidir con las declaraciones extremistas de Olmert: no sólo hay que hacer estallar una guerra civil contra la Reforma Judicial que viene a fortalecer la democracia, sino que además, la lucha fratricida debe llevarse a cabo sin ofrecer explicaciones de ningún tipo. La falta de explicaciones revela que no se trata de una postura racional, sino de un mero sentimiento, fabricado artificialmente, y que deliberadamente saltea los datos fácticos. Lo único que parecería importar es la sensación que abate al señor Harari de que están destruyendo la democracia ante sus propios ojos.

¿Por qué eludiría Harari las preguntas básicas, y se dedica a macular a quienes se atrevan a formularlas? Porque él mismo es producto de marco académico que permite que en política se escuche una sola voz: la de la izquierda. Es decir, un marco que actúa no como academia plural, sino como un tribunal.

Para Harari y sus pares hay una única verdad política, y ellos son sus únicos representantes. Por lo tanto, quien no esté de acuerdo con ellos padece estupidez, locura o maldad. En la democracia de Harari no existe ningún mercado de opiniones que deban esforzarse en persuadir al público; se trata de una democracia "sustancial", no representativa.

Harari nunca otorgará legitimidad a los ciudadanos que aboguemos por la representatividad democrática, aun si somos la gran mayoría. No debe haber competencia para llegar a la verdad, porque Harari ya está allí, y nos advierte: si no lo acatamos, nos abandonará.

Ello es tan democrático como lo es el líder de la oposición (tan ilustrado que no concluyó sus estudios secundarios) quien durante su efímero gobierno adujo que sus decisiones están exentas de la aprobación de la Knesset como exige la ley, porque la oposición se comporta mal.

Descalifican, rechazan y hostilizan, sin siquiera dignarse en ofrecer una pequeña contrapropuesta. No expresan opiniones, sino veredictos. La orden actual es detener todo el proceso legislativo, y luego se dignarán a dialogar.

Harari nunca considerará que quizás haya algún defecto en una Corte Suprema que funciona como una familia cerrada, según la definición que diera el mismísimo juez Aarón Barak, este gran demócrata que admitió públicamente el nepotismo prevaleciente en el Poder Judicial, y quien descalificó a los candidatos a jueces por su postura ideológica y no en base de sus méritos jurídicos. Esta es la extraña democracia que Harari ve peligrar, a tal punto que en rigor tiene razón, porque cuando se fortalezca la democracia representativa, en efecto se debilitará la “democracia sustancial”.

En lugar de debatir sobre cuáles deben ser las características de la democracia, Harari se parapeta en su abstracta torre de marfil y expresa gran temor de que se limitará la libertad de expresión. Obviamente, no tuvo tal temor cuando la izquierda intentó cerrar los medios que no comulgaban con ella, tales como el Canal 14 o el periódico Israel Hayom. Según Harari, esos intentos reflejaron la “libertad de expresión sustancial”. Pero ahora ¡oh, ahora!, cuando la izquierda controla la mayoría de los medios, y convoca sin escrúpulos a sabotear el orden civil, desobedecer al ejército y hasta asesinar a los ministros, ahora, la libertad de expresión pareciera haber quedado desprotegida.

 

El método de Harari

 

Para justificar sus sentimientos, Harari utiliza un método conocido, en dos etapas. El primer paso es centrarse no en las acciones del "enemigo", sino en sus supuestas intenciones, imaginadas por el profesor. Según él, el gobierno desea destruir la democracia, una afirmación que saltea los hechos reales, y que dificulta todo debate. Es arduo dialogar en base de cuáles son los deseos sustanciales que él determina para sus adversarios.

Luego de descalificar la opinión opuesta, en la segunda etapa procede a lo que en retórica denominamos “falacia del espantapájaros”, es decir tergiversar la opinión contraria para luego refutarla.

¿Cuál es el modelo que tiene en mente el gobierno de Israel? La respuesta delirante de Harari es: Hungría. Y luego explica suelta y detalladamente que Hungría no debería ser un ejemplo a imitarse.

A Harari no se le ocurre que el modelo que guía al gobierno es otro: Estados Unidos, Francia, Australia, Japón... o en suma: todo el mundo democrático. Es que sencillamente no hay otro país con una dictadura judicial tan radical como Israel.

Israel es único en lo que concierne al proceso de elección de jueces; es único en el hecho de que entre los poderes de la Corte Suprema se incluye la destitución del presidente del parlamento, y el veto en cuanto a quién debe desempeñarse como ministro del gobierno o titular del mismo. No mella la opinión del profesor un datito menor, como que en 31 de los 36 países miembros de la OCDE los jueces de la Suprema Corte son elegidos por personas que fueron electas por el pueblo soberano. A Harari no le importa que nuestra Corte Suprema se haya arrogado atribuciones que ningún otro tribunal tiene en el mundo entero. Él se remite a que quiere democracia, sin aclararnos de qué está hablando.

En estos días, cuando finalmente se intenta modificar la situación de una Corte oligárquica, será la ocasión elegida por Harari para dejar el país, y tendremos que lidiar con su decisión.

Harari aporta un segundo espantapájaros. Según su tesis (perdón: me refiero a la única y prístina verdad), los partidarios de la Reforma Judicial para fortalecer la democracia supuestamente argumentan que si la Knesset enloqueciera y promulgare leyes brutales o asesinas, "el público deberá confiar en que la mayoría lo protegerá”.

Nunca nadie ha argüido semejante sandez. El argumento es mucho más directo y lógico: la Knesset simplemente no enloquecerá, debido a que el pueblo que la elige es bastante cuerdo. Y si sucediera lo increíble, un evento que no tiene precedentes, y la Knesset votase por ejemplo que Israel se transforme en una dictadura, en ese caso ¿cómo podrán exactamente los jueces proteger al pueblo soberano? ¿Acaso los dictadores habrán de detenerse temerosos ante la toga de un juez?

Más aún: ¿y si fueran en realidad los jueces quienes enloquezcan? ¿Qué pasaría, digamos, si la Procuraduría y la Policía decidieran inventar cargos contra un Primer Ministro en funciones, con el objeto de perpetrar un Golpe de Estado? En este caso, muy hipotético y fantasioso, claro, ¿quién protegerá la democracia? Seguro que no el sistema de Yuval Harari.

En mi humilde opinión, y ya sabrán perdonarme los dueños del país si me equivoco una y otra vez, nosotros la plebe lograremos superar la emigración de Harari cuando resuelva abandonarnos. Incluso, tal vez, se reafirmará la voluntad de la mayoría de los ciudadanos de seguir construyendo un Estado glorioso, judío y democrático.