Francia: más terrorismo, más silencio

El 25 de septiembre, dos personas fueron apuñaladas y heridas de gravedad en París, en las inmediaciones de la antigua sede de Charlie Hebdo, donde 12 periodistas y dibujantes de la revista satírica fueron asesinados en 2015. El sospechoso está bajo custodia policial y siendo investigado por terrorismo.

En estos momentos, los acusados por la matanza de 2015 están siendo juzgados en París.

Poco antes del ataque cuchillero, el 22 de septiembre, la directora de recursos humanos de Charlie Hebdo, Marika Bret, no volvió a su casa. De hecho, ya no tiene casa. Fue desalojada por amenazas graves y concretas procedentes de extremistas musulmanes. Bret decidió hacer pública su exfiltración por parte de los servicios de inteligencia para alertar a la opinión pública de la amenaza extremista en Francia.

"Vivo bajo protección policial desde hace casi cinco años", declaró al semanario Le Point.

Mis agentes de seguridad recibieron amenazas específicas y detalladas. Tuve 10 minutos para hacer las maletas y abandonar la casa. Diez minutos para renunciar a parte de tu vida es muy poco tiempo, es una situación bastante violenta. No volveré a casa. He perdido mi hogar en una explosión de odio, el odio que siempre empieza con la amenaza del miedo. Ya sabemos cómo acaba esto.

Bret también denunció que la izquierda francesa había abandonado "la lucha por el laicismo".

Desde el inicio del juicio contra los hombres acusados de cometer la matanza de 2015 –y de manera acusada desde la republicación de las viñetas de Mahoma–, Charie Hebdo ha recibido amenazas de todo tipo, incluso procedentes de Al Qaeda. La seguridad que rodea a la revista es tremenda. "La sede de nuestra redacción es secreta, hay accesos de seguridad por doquier, puertas y ventanas blindadas, hombres de seguridad armados, apenas podemos traer a nadie", dice Bret.

En la actualidad, hay 85 policías protegiendo a los periodistas de Charlie.

Bret se ha convertido en otro símbolo de la naturaleza clandestina de la libertad de expresión en Francia, el país de Voltaire. El primero fue Robert Redeker, un profesor de filosofía. El 17 de septiembre de 2006, se levantó temprano para escribir un artículo para Le Figaro sobre la querella europea con el islam. Tres días más tarde, estaba a la fuga en una casa de seguridad.

El pasado enero, Mila O., una muchacha de 16 años, hizo unos comentarios despectivos sobre el islam durante una retransmisión por Instagram.

En el curso de la misma, en los comentarios, un chico musulmán le pidió salir, pero ella le rechazó porque es gay. Entonces él la acusó de racista y la llamó "sucia lesbiana". En un airado vídeo, grabado inmediatamente después de que la insultaran, Mila respondió diciendo que 'odia la religión'.

Mila siguió diciendo, entre otras cosas:

¿Estáis familiarizados con la libertad de expresión? No dudo en decir lo que pienso. El Corán es una religión de odio; sólo hay odio ahí. Eso es lo que pienso. Y yo digo lo que pienso... El islam es una mierda... Para nada soy racista. Uno no puede ser racista contra una religión, así de simple... Digo lo que quiero, digo lo que pienso. Vuestra religión es una mierda. Le hago la peineta a vuestro estúpido dios...

Luego de que su perorata fuera subida a las redes sociales, Mila fue obligada a abandonar su centro educativo y transferida a otro en secreto.

El periodista Éric Zemmour ha sido atacado varias veces en las inmediaciones de su domicilio; su colega franco-marroquí Zineb el Rhazoui ha visto divulgadas sus señas en las redes sociales.

Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha defendido el derecho de Charlie Hebdo a la libertad de expresión. Merece reconocimiento por ello. La blasfemia, ha afirmado, "no es un delito".

La ley es clara: tenemos derecho a blasfemar, a criticar, a caricaturizar las religiones. El republicano no es un orden moral (...) lo que está proscrito es incitar al odio y atentar contra la dignidad.

En una sentencia de 2007 se dice que "en Francia es posible insultar a la religión, a sus figuras y símbolos (...) sin embargo, insultar a quienes profesan una religión está prohibido".

Ahora bien, las valerosas palabras de las autoridades resultan inocuas ante la fuerza de la violencia y la intimidación de los extremistas.

El fundamentalismo islámico ya ha conseguido no sólo desplazar a miles de crisrianos perseguidos –como Asia Bibi, forzada a abandonar Pakistán por Canadá luego de que fuera absuelta de cometer blasfemia–; también se las ha apañado para convertir a numerosos ciudadanos europeos en prisioneros, en gente que vive oculta en sus propios países, condenada a muerte y a vivir en domicilios desconocidos incluso para sus familiares y amigos. ¡Y nos hemos acostumbrado a ello!

El día de la sentencia de muerte iraní contra Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, él y su mujer, Marianne Wiggins, fueron sacados de su domicilio, en el norte de Londres, por el servicio secreto británico y conducidos a la primera de las más de 50 casas seguras en las que el escritor vivió en los siguientes diez años.

El parlamentario neerlandés Geert Wilders –cuyo nombre, como el siguiente en ser asesinado, figuraba en la hoja de papel que le clavaron con un cuchillo al cineasta Theo van Gogh– lleva viviendo en casas seguras desde 2004. "Estoy preso y ellos se mueven con entera libertad", dice.

Hace diez años, una reportera del Seattle Weekly, Molly Norris, dibujó una caricatura de Mahoma en solidaridad con los amenazados creadores de South Park. En el último artículo del semanario en el que se habló de ella se decía:

Puede que hayas advertido que en este número no hay ninguna tira de Molly Norris. La razón es que ya no hay más Molly (...) por consejo de los especialistas en seguridad del FBI, se trasladará y cambiará de nombre.

El periódico danés Jyllands Posten, el primero en publicar las viñetas de Mahoma, en 2005, ha tirado la toalla. Se negó a volver a publicarlas cuando Charlie Hebdo volvió a llevarlas a su portada. El director que publicó las caricaturas en el Jyllands Posten, Flemming Rose, sigue yendo con escolta. "Verdaderamente, admiro el coraje de Charlie", afirma.

Son héroes que no han sucumbido a las amenazas ni a la violencia. Lamentablemente, recibieron un apoyo limitado. Ninguna publicación se comporta como Charlie en el resto de Francia y Europa. Por eso creo que en Europa hay una ley no escrita contra la blasfemia. No estoy criticando que los periodistas y editores procedan como lo hacen. No podemos cargar contra quienes, a diferencia de Charlie, no ponen sus vidas en peligro. Pero no nos engañemos, esa falta de coraje para seguir la senda de Charlie tiene un precio: perdemos libertad de expresión y está ganando terreno una perniciosa forma de autocensura.

Hace poco, el nuevo director del Jyllands Posten, Jacob Nybroe, insistió:

No las publicaremos nunca más. Reafirmé esta línea editorial cuando llegué y recibí muchos aplausos. Puedo parecer un cobarde, pero no podemos hacerlo.

Los nombres de los dibujantes daneses aparecieron en la misma lista de objetivos que Al Qaeda publicó con el nombre del redactor jefe de Charlie Hebdo Stéphane Charbonnier, asesinado en la matanza de 2015. El dibujante danés Kurt Westergaard está vivo sólo porque durante un asalto terrorista a su casa consiguió esconderse.

Hoy, la sede del Jyllands Posten tiene ventanas blindadas, barreras metálicas antichoque, alambradas y videocámaras. Está frente al puerto de Aarhus, el segundo más importante de Dinamarca, y tiene vigilancia día y noche. Cada puerta automática, cada ascensor, pide identificación y un código. Aquello parece el búnker de un banco. Sólo se abre una puerta cuando otra se cierra. Los periodistas ingresan al complejo de uno en uno. "Por decirlo pronto: la libertad de expresión está en mal estado de forma en todo el mundo. Empezando por Dinamarca, Francia y el resto de Occidente", afirma Rose. "Son tiempos difíciles; la gente prefiere la seguridad y el orden a la libertad".

Si no defendemos la libertad entre todos, pronto nadie disfrutará de ella.


Por Giulio Meotti, periodista italiano, editor cultural de Il Foglio.

Fuente: Gatestone Institute