Un nuevo mundo árabe. ¿O en realidad hay dos? Por Mordejai Kedar


Durante años se ha dado por hecha la existencia de un mundo árabe. Ese mundo tenía una institución unificadora en la Liga Árabe, una Cumbre Árabe que reunía a sus máximos dirigentes y una agenda más o menos unitaria centrada en el deseo de ver a Israel desaparecer y de que un Estado palestino ocupara su lugar.

Este último elemento es ya cosa del pasado. Desde hace años, el denominado mundo árabe ha dejado de ser lo que fue. Lo que hay hoy son dos coaliciones hostiles que se combaten con gran tenacidad y sin la menor sensibilidad ante las bajas que sufra el otro bando.

Una de esas coaliciones agrupa a Irán, Irak, Siria, el Líbano, el Yemen, Qatar y Gaza, y tiene el respaldo externo de Turquía, Rusia y China. Frente a ella se alza la conformada por Arabia Saudí, Emiratos, Baréin, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudán e Israel, con el respaldo externo de EEUU. Entre medias se encuentran los demás Estados árabes.

Israel ha sido añadido a la coalición saudí porque –y sólo porque– ha demostrado en los últimos años que es el único país del mundo capaz de infligir –una y otra vez y con una frecuencia semanal– daños importantes a fuerzas iraníes o a milicias proiraníes en Siria. La coalición saudí ha percibido que, salvo en una sola ocasión, Teherán parece temer las represalias israelíes. Israel está, pues, disuadiendo con eficacia a Irán.

Para que sirva de contraste, recordemos que en septiembre del año pasado Irán atacó unas instalaciones petrolíferas saudíes y paralizó una parte considerable de la industria petrolera del Reino. ¿Saben ustedes si hubo alguna reacción saudí? Más aún, ¿saben ustedes si algún país reaccionó a los ataques iraníes contra petroleros en el Golfo Pérsico y el Mar Rojo? ¿Ahora que su saudí ha fracasado en su intento de destronar a los huzis en el Yemen, es capaz Riad de poner freno a Teherán?

En el momento presente, con Irán haciendo acopio de países árabes como si fueran ropa vieja, Israel, que en el pasado era considerado el problema, se ha tornado en parte de la solución. Al final ha resultado que para algunos países árabes hay cosas más importantes que la resolución del problema palestino. Esto quiere decir que los grandes perdedores de la profunda división en el mundo árabe son los palestinos, y con ellos todos los que creían que Israel sería percibido por los árabes como el gran enemigo hasta que aquél se solucionara a satisfacción de los palestinos. Ahora que el mundo árabe que una vez se puso en pie ha dejado de existir, el problema israelí se ha convertido en algo del pasado.

Hay varias razones para la marginación de la cuestión palestina. La primera es que el problema iraní ha alcanzado el nivel de amenaza existencial, mientras que el israelo-palestino no lo es para nadie. La segunda es el comportamiento palestino a lo largo de los años, especialmente en los últimos. Los habitantes de Arabia Saudí y Emiratos recuerdan bien que Yaser Arafat apoyó a Sadam Husein cuando invadió Kuwait, en 1990. Los saudíes están además muy molestos porque los palestinos han 1) violado el Acuerdo de La Meca de febrero de 2007, que se suponía iba a poner fin a la disputa entre Fatah y Hamás (Hamás es una rama de la Hermandad Musulmana, la némesis saudí), y 2) están dispuestos a aceptar ayuda de Irán.

Mientras, hay procesos de gran calado en curso. Los árabes más jóvenes no han vivido la nakba palestina y no forma parte de su memoria histórica. La Primavera Árabe, que precipitó el colapso de varios regímenes y economías y el ascenso del Estado Islámico, provocó una gran aflicción y una emigración masiva que ha hecho que millones de árabes lleven vidas de refugiados muy lejos de sus hogares, sumidos en la pobreza y el sufrimiento. La creencia palestina de que esos árabes deberían luchar por la liberación de Palestina no está, ciertamente, entre sus principales preocupaciones.

En cuanto a la conducta palestina, hay un caso interesante. Uno de los más fieros críticos de Israel es Yamal Rian, el cerebro que está detrás de Al Yazira y su presentador más destacado. Nacido en Tulkarem, se trasladó a Jordania, donde se convirtió en un activista destacado de los Hermanos Musulmanes. Recientemente se ha sabido que el padre de Rian fue un agente de bienes raíces que, antes del establecimiento de Israel, vendió vastas extensiones de tierra a los judíos. ¿Qué árabe va a querer ser tan capullo de luchar contra Israel y liberar para Yamal las tierras que su padre vendió a los judíos, lo cual no dañó precisamente a su hijo en términos financieros?

Otro elemento que corre en contra de los palestinos es el gran aumento del uso de las redes sociales. Hoy, un árabe puede informarse sobre Israel sin tener que depender de los medios de información y propaganda de su Gobierno. La traducción automática le permite leer webs en hebreo aunque no entienda una palabra de este idioma. Todo esto hace que los palestinos tengan mucho más difícil vender su problema de la manera en que lo venían haciendo. De hecho, ahora muchos árabes aluden deliberadamente al problema en unos términos no muy agradables.

El mundo árabe de 2020 es muy distinto al de 2000. No es el ilusorio “nuevo Oriente Medio” que concibió Simón Peres, sino su completo opuesto: una región violenta, fracturada, repleta de Estados fallidos y devastada por matanzas sin cuento. Pero estos desarrollos desgraciados han resultado beneficiosos para Israel. Cierto, entre los árabes no escasea el odio a los judíos y el Estado judío debe reconocerlo y afrontarlo, y aún hay cientos de miles de cohetes rodeando y amenazando a Israel. Ahora bien, la tendencia es clara.

La paz y la normalización entre Israel, Emiratos y Baréin significa el colapso de las viejas teorías y permite al Estado judío ser aceptado como miembro, no como enemigo, de la coalición correcta.

© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio