Ester Grinberg de Segal: la historia de la niña del acordeón

 Este miércoles 27 de enero, se vuelve a conmemorar el Día Internacional de Recordación del Holocausto, una fecha marcada años atrás por las Naciones Unidas, en el aniversario del cierre del campamento de exterminio Auschwitz.

Aunque no hace falta fechas especiales ni excusas para ellos, esta es una ocasión apropiada para conocer otra historia de supervivencia y apuesta por la vida. Esta vez, elegimos la de la Ester Grinberg de Segal, nacida en Rumania y radicada en Uruguay a fines de 1945, cuando tenía 20 años.

Ester Grinberg nació el 15 de julio de 1926 en Rumania. Tenía 13 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su país natal no fue ocupado por los nazis y de todos modos, a quienes ella más recuerda como los peores personajes en su vivencia personal de aquellos años, es a los rusos. No pasó la guerra en campos de concentración, pero sí tuvo que esconderse, vivió la dura experiencia del ghetto y sin duda, se siente una sobreviviente. 

Teniendo hoy hermosos 94 años, mira hacia atrás y sin olvidar los duros momentos que pasó de jovencita, pone énfasis en el gran amor que vivió con quien fue su esposo durante 62 años, en los hijos que trajo al mundo y los nietos que tiene, y resume su vida con optimismo y agradecimiento.

Habla con una claridad y lucidez que a su edad no son sobreentendidas. Cuando le decimos “hasta los 120”, ríe y dice que es demasiado. Lo que sea, con salud.

Esta es su historia.

 

P: Ester, le agradezco mucho que haya aceptado conversar conmigo en lo que creo es la primera vez que usted hace pública su historia Comencemos por el principio. ¿Me puede contar dónde nació exactamente, qué pasaba en esa zona?

 

R: Yo soy de Rumania, de la parte de Czernowitz, de Bukovina, que antes pertenecía al Imperio Austrohúngaro. Nosotros hacíamos frontera, caminando, con Polonia. Entonces, en el tiempo cuando entraron los nazis a Polonia, la gente que intentaba escaparse venía caminando o corriendo a Czernowitz, por tan cerca que era. Era más cerca que de mi casa a Carrasco.Nosotros, los judíos,  liderábamos a la gente para acogerlos. Y dio la casualidad que vino una pareja, y el hombre era colega de mi papá que era médico, estudiaron juntos en Viena. Lo que es la vida. Entonces los recogimos enseguida en la casa, estuvieron un tiempo, y después se fueron a Rusia. Era el único lugar al que podían escapar. Nosotros también teníamos frontera con Rusia, entonces la gente de Czernowitz se iba a Rusia.

 

P: Cuénteme por favor de su familia, cómo estaba compuesta, qué hacían.

R: Yo era hija única y también única sobrina por lo que todos estaban alrededor mío. Tanto, que no dejaban que me llegue nada, que me entere de nada malo. Y cuando desperté, no sabía qué había pasado. Vivíamos con mis abuelos paternos. Mi padre era médico, estudió en Italia, al igual que su hermano. Yo no conocía otro lugar.  Era un apartamento muy grande y vivimos juntos toda la vida. En el año 1937 vino a Rumania un régimen antisemita y le sacaron los títulos y los derechos a todos los profesionales judíos para trabajar. Ah, era terrible, eran los así llamados “cuzistas”, antisemitas.

De niña, con sus padres

 

P: ¿Qué pasó cuando su papá tuvo que dejar de trabajar?

 

R: Unos médicos le dijeron que acá, en estos países, en Sudamérica, podrían trabajar. Le dijeron que irían a probar, a ver, sin la familia. Después iba a venir la familia. Finalmente mi papá se embarcó en el año ‘39, unos días antes de estallar la guerra, que fue muy de repente. La guerra lo agarró en el barco, en alta mar. Pudo llegar a Brasil y ahí se quedó. Entretanto, ya quedamos cortados, nosotros ya no nos podíamos comunicar con él ni el con nosotros. Él nos encontró después a través de la Cruz Roja.

 

P: O sea que cuando estalló la guerra, usted estaba con su mamá y sus abuelos.

 

R: Así es. En la guerra Rumania luchó junto a los alemanes. Se quedaron con Transnistria, un trozo de Rusia que era justo del otro lado de la frontera, que Alemania le cedió. Allí el dictador Antonescu mandó a los judíos, los puso en ghettos. Nosotros logramos escaparnos porque nos recogió un tío mío que era dentista y que vivía en la parte baja de la ciudad. Y nos quedamos con él y su familia.

P: Recordemos que por la colaboración de Antonescu con los nazis y por el antisemitismo en Rumania, fueron asesinados aproximadamente 400.000 judíos rumanos de Besarabia, Bucovina y Transnistria.

R: Así es. Nosotros, como te conté, logramos quedarnos con esa familia. Pero cada día venía un transporte a recoger a los judíos,y cada vez, con sobornos, mi tío lograba solucionar todos los problemas. Mientras, nos escondíamos en un sótano.

 

P: ¿De qué año estamos hablando?

 

R: Estamos hablando de los  años ‘39, ‘40. Después vinieron los rusos, que para mí fueron lo peor.

 

P: Perdón que la interrumpo…antes de entrar en el tema de los rusos. Usted, con 13 años, ya era una niña grande. ¿Qué  entendía usted de lo que está pasando?

 

R: Nada. Es triste, pero esa era la situación. Estaba muy cuidada . Sabía que no estaba viviendo lo mismo que cuando estaba en casa, evidentemente, pero crecí en un ambiente muy protegido.

 

P: Pero justamente si después de vivir cómodamente de repente tiene que  esconderse en un sótano, entendía que algo malo estaba pasando.

 

R: Eso sí. Y cada día venía un transporte para llevar judíos a Transnistria.  Uno sabía que algo bueno no era, si te habían sacado de tu casa. Pero por otro lado uno no se imaginaba tampoco. Nosotros nos escondimos. Mi tío sabía más o menos en qué calles te tocaba, porque cada día tocaba por calles, entonces nos escondíamos en sótanos, porque los que nos recogieron conocían todo el barrio. En esos sótanos, en Rumania, había una humedad terrible,  chorreaba el agua y por eso quedaban problemas para toda la vida.

 

P: Aunque cada vez volvían a la calle donde se estaban quedando ¿usted entendía que hay algo que el puede costar la vida ahí? ¿Entendía que podía pasar algo terrible?

 

R: No, no, pensábamos que todo iba a pasar e íbamos a volver a la casa. Eso pensábamos. 

 

P: ¿En qué año o en qué situación entendió que lo que está pasando, de hecho ponía en peligro su vida y la de su familia? ¿Hubo un momento en que usted entendió eso?

 

R: ¿Sabés cuándo? Se retiraron éstos y vinieron los rusos. El primer año, estuvieron un año, entonces yo fui a la última clase del liceo, con los rusos. Ellos se tuvieron que retirar, otra vez vinieron los rumanos. Al  año vinieron de vuelta los rusos. Nosotros nos escapamos de los rusos, no de los alemanes. La vida era un infierno.

 

P: Usted no veía a los alemanes en su vida diaria, ¿verdad?

 

R: No, ya no estaban los alemanes, estaban los rusos. En ese momento, 1940 más o menos, no había nazis donde estábamos nosotros. Pero los rusos eran muy antisemitas. En todas las casas habían micrófonos. No podíamos hablar abiertamente como en una familia. Escribíamos todo, porque sabíamos que nos escuchaban. Eran los tiempos de Stalin y Molotov. 

Lo que pasaba era que de noche venían con un camión a recogerte, ya con una lista pronta. Nosotros nos acostábamos, no dormíamos, con una mochila con lo más imprescindible, y estábamos esperando a ver si vienen o no vienen. Nunca estuvimos en la lista. Espiábamos por la rejilla en la ventana, porque oíamos un camión. Paró un camión y vinieron a buscar a gente de una familia que vivía enfrente, otra familia judía. Un padre, viejo, con dos hijos solteros, él era abogado y la hermana también. Y la hermana, delante de mis ojos, se tiró de la ventana.

 

Cuando terminó eso, decidimos que ya no era vida. Que teníamos que irnos.  Mis abuelos y mi madre decidieron hacer papeles falsos para poder dejar el lugar y salir. Y me quería llevar mi acordeón. Papá, que como recordarás en ese momento no estaba con nosotros, me había comprado un piano de cola, de lo mejor, y me había puesto profesores de piano durante varios años. Pero un día llegó un Capitán rumao y se lo llevó. Yo no podía ni hablar, pero tenía tanto odio en la mirada que él me dijo “ no me maldigas, tengo una hija de tu edad”. Y se llevó el piano.

Y como mi tío vio que yo estaba muy triste, me compró el acordeón.

P: Entiendo que el acordeón jugó un papel clave en su historia de supervivencia ¿verdad?

 

R: Así es. Yo tocaba muy bien. Si hubo había aprendido 8 años piano, era my fácil aprender acordeón. Cuando decidimos irnos, estaba claro que nos iríamos con lo imprescindible. Salimos en un carro con dos bueyes, en el fondo pusimos dos alfombras, el acolchado de mi abuela con las almohadas de pluma, que eso no podía faltar, algunos cacharros de cocina y bueno, lo más imprescindible. Escondimos el dinero que teníamos. Pero los guardias buscaban todo. Te bajaban de cualquier lado. Recuerdo que llegamos a un descampado grande donde estaban estos soldados con sus bayonetas. Llegamos a la frontera y nos detuvieron y empezaron a buscar si teníamos algo escondido.

 

P: Imagino la tensión.

 

R: A mi abuela la llevaron a una pieza, porque ella usaba una faja por un problema de riñón caído. Seguro pensaron que en alguna bolsita en esa faja tendría algo escondido. Y se la cortaron toda. Cuando vimos que ella volvía bien, ya eestábamos contentos. Y ahí apareció el tema del acordeón.

 

P: ¿Esos soldados que los revisaron eran rusos?

 

R: Sí. Vieron el acordeón. “¿De quién es ésto?”, preguntaron. “Es mío”, dije yo. “¿Y quién la toca?” “Yo”. “Ahh, así que tocás, muy bien, tocá”. Era un invierno crudo, no te podés imaginar los inviernos europeos. Mirá, caía la nieve, ellos cortaron las almohadas de mi abuela, volaban las plumas y yo me quedé pensando que era la primera vez que me enfrentaba a una situación así. Y pensé de dónde saco coraje para ponerme a tocar.  Estaba helada, estaba con terror, era la primera vez que me enfrenté al terror, ¿me entendés?

 

P: ¿Fue la primera vez que tuvo miedo, Ester?

 

R: La primera vez. Sí, así fue.

 

P: ¿Por qué? ¿Qué pensó que le podía pasar?

 

R: Que nos maten. Porque te matan, si te encuentran la plata que tenés escondida, si te encuentran algo, te matan. Ya no te mandan a Siberia, tranquilamente te matan ¿entendés? Entonces me puse a tocar un Casachof una y otra vez, y esos desgraciados se pusieron a bailar. Bailaron hasta que no pudieron más y me dijeron “bueno m’hijita, vimos que sabés y no te vamos a tocar el acordeón, te lo llevás” y a todos los demás no los revisaron más. Esa fue la suerte.

 

P: El acordeón los salvó a todos…

 

R: Ahí está, eso fue.De allí seguimos  viajé a otra ciudad donde conocí a quien luego sería mi esposo.

 

P: Ustedes lograron salvarse pero ¿qué pasó con el resto de la familia?

 

R: La familia de mi mamá vivía en un pueblo, en otro lugar. No quedó ni uno solo. Tenía muchos hermanos y sobrinos. Los mataron a todos. Los  pusieron a todos los muchachos, esos divinos, mis primos, a la pared y los mataron. Y los que quedaron de los hermanos, los hicieron caminar desde ese pueblo a Transnistria. Todos los que salieron a caminar, con mi abuela y los otros, murieron en el camino, no llegaron  nunca a Transnistria.

Ester Segal, junto a otro sobreviviente, Isaac Borojovich, encendiendo una vela recordatoria en uno de los actos de Ion HaShoá en la Kehila

 

P: Algo que  creo que quizás no queda plenamente claro en el relato es si la zona en la que estaban era una zona en la que se sentía que estaban en un sitio en guerra.

 

R: Por supuesto.  Cuando yo vivía, antes de que ellos ocuparan Bukovina, en la parte de Czernowitz, a las cinco de la mañana yo era la primera que se despertaba porque ya se oían de lejos las metralletas, la lucha. Yo despertaba a toda la familia, era yo la primera, para ir al sótano. La primera que bajaba conmigo era mi bisabuela, la primera que llegaba al sótano. Una vez, en el momento en que llegábamos al sótano, cayó una bomba enfrente de la casa y todos los vidrios llenaron la cama. Si nosotros nos hubiéramos quedado, moríamos allí.

 

P: Al final, lograron salir.

 

R: Así es.Vivimos un año en Botoschan y de allí nos fuimos  a Francia, nos quedamos allí dos o tres meses hasta poder hacer la documentación y todo lo demás. Estuvimos en un hotel, estaba todo pago por el Joint y por nosotros, y al final tomamos otro barco para llegar a Sudamérica.

La nueva etapa, el reencuentro

P: O sea que a esa altura ya habían estado en contacto con su papá, ya sabían donde estaba.

R: Sí, seguro. Primero él nos buscó por la Cruz Roja. En realidad, él sabía que estábamos vivos porque un primo suyo , primo segundo mío que se había ido en barco a Israel  , al llegar le mandó una foto mía. Primero quería que yo también vaya con él para escapar, pero no, qué esperanza, nadie me dejó, ni mi tío ni nadie. Él se fue solo y llegó a Israel, por suerte. Y nosotros, cuando nos fuimos, pasamos con el barco por Israel, no pudimos bajar directamente en el puerto, pero venían unos botes que nos bajaban y pudimos ir  la ciudad y ahí me encontré con ese primo y otra prima que se había escapado y el tío que también lo había logrado. Estuvimos allí sólo 24 horas  y seguimos viaje. Y  llegamos al Uruguay lo más bien.

 

P: ¿Por qué a Uruguay, si su papá estaba en Brasil?

 

R: En  Brasil no le dieron los papeles a papá para traernos. Vinimos a Uruguay porque acá vivían los suegros de mi tío que se habían escapado de Viena. Y pudo mandar los papeles para el Uruguay. Papá no pudo hacer los papeles en Brasil porque él mismo no era ciudadano. Papá se embarcó con nosotros en Santos, Brasil, y de ahí viajó con nosotros al Uruguay.

 

P: ¿Cuánto tiempo no se habían visto?

 

R: Seis años. Yo llegué a Uruguay a fines de 1945, con 20 años,  ya no era una chiquilina.

 

P: ¿Y cómo comenzó esa nueva etapa?

R: Lo único que sabía eran idiomas, siete idiomas.  Sabía perfectamente  alemán,  rumano y francés , y otros idiomas. El año que paramos en Botoschan, en otra ciudad que era muy cerca había allí profesores y fuimos, alquilamos una pieza y cada semana íbamos y estudiábamos y dábamos los exámenes y yo me vine acá con el bachillerato. En tres meses tuvimos que dar los cuatro años de liceo.

 

P: ¿Qué hizo toda su vida en Uruguay, Ester?

 

R: Lo primero fue aprender español. Lo aprendí en tres meses, sin profesor, sin nada. Con un diccionario y con un diario. Mi esposo hizo lo mismo. Cuando él llegó acá, también tenía idiomas. Yo trabajé en la embajada de Haití, pero mi esposo prefería que no trabaje afuera. Tampoco su mamá y su abuela habían trabajado y él me pidió que deje la embajada. A mí no me molestó.

 

El amor de su vida
 

P: Entiendo que su relación con su esposo fue una gran historia de amor, que él la siguió a Uruguay.

Ester y Moisés (z"l) , una vida juntos. Se casaron en 1949 y él falleció en el 2013.

 

 

R: Es cierto. Fue una gran historia. Mirá, yo sabía que nos teníamos que ir porque papá nos había mandado los papeles. Mientras esperábamos los papeles, en total vivimos un año en esa ciudad, en Botoschan (Botosani en rumano). Y en ese año nos conocimos con Moisés, con quien más adelante nos casamos. 

 

P: ¿Me puede contar algo más de su historia de amor?

R: Él, cuando me quiso seguir, dejó a toda la familia, se prendió a un viaje clandestino, por los Alpes en invierno, para llegar a Italia y para poder llegar al Uruguay.

 

P: El amor mueve montañas…

R: Debe ser. Él salió con unos tres o cuatro amigos y un pilot blanco. Era invierno. Era deportista y joven. Tenía  23 años. Siguió todo el viaje con el pilot blanco sobre el traj- el mismo trajo con el que años después nos casamos-, con un pan en un bolsillo y un fiambre en el otro y así siguieron. Pasaron muchos momentos difíciles y arriesgados. Pasaron hambre. Iban de un lugar a otro Pasaron por Salzburgo, luego llegó a Italia donde había un campo de desplazados de todos los que se habían salvado de los campos. Allí ya estaba el Joint que los mantenía. La directora de luar era una abogada y él se hizo muy amigo de ella cuando le contó que le faltaban dos exámenes para recibirse de abogado pero que no había podido terminar por toda la situación.

Un tío suyo quería que vaya a Canadá, donde él estaba, pero él quería viajar a Uruguay porque estaba yo. Y logró hacerlo.

 

P: Y en   Uruguay, tiempo después, se casaron.

 

R: Así es, y tuvimos una vida muy feliz juntos. Cuando nos casamos y alquilamos un lugar para vivir, no teníamos prácticamente nada, pero se luchó mucho, juntos. Mi esposo trabajó de vendedor ambulante, aunque se sentía muy incómodo con eso porque venía de otra posición, y finalmente, como el señor Holtzman que era su jefe vio qué derecho y trabajador que era, le ayudó a conseguir créditos para que pueda trabajar también por su cuenta. Era como Dios para nosotros, fue muy bueno con él.

Recuerdo cómo mi esposo fue trayendo cada vez lo que podía para nuestra casa, siempre pensando en lo mejor.

Con el tiempo vinieron los hijos, aunque ese tema fue difícil porque yo sufrí 5 abortos y tuve siempre muchos problemas .Afortunadamente, nacieron finalmente nuestros hijos, de los que estuvimos siempre muy orgullosos.

 

Un resumen singular

 

P: Su historia fue quizá diferente de muchas otras que uno concoe de la Shoá, porque no estuvo en un campo de concentración. Pero usted también se siente una sobreviviente  ¿verdad?

 

R: Por supuesto. Yo soy una sobreviviente. La verdad, yo desperté en esa frontera cuando toqué el acordeón. En ése momento maduré. Hasta entonces no había madurado, me di cuenta de que yo era inmadura, por culpa de la familia…Frente a esos desgraciados, cuando me vi frente a ellos dije, “acá terminó una vida y ahora empieza otra vida”. Era caer del cielo al abismo. Y entendí la situación. Y era una sobreviviente, porque ya nunca tuve la casa que tuve antes, nunca tuve las comodidades que tuve antes…y porque pasé momentos en los que corrí mucho peligro. Lo del ghetto me quedó grabado, fue muy duro. 

 

Y después, pasar la frontera, encontrarme otro ambiente, que no tenía nada que ver con la educación y con mi vivir, significa un gran dolor. En Uruguay, he prendido unas cuantas velas de recuerdo. Y siento muy hondo que uno no puede decir “ah, eso ya está, ya fue”.

 

P: Hay que seguir recordando, dice usted...

 

R: Hay que seguir recordando. Y hay que tratar de que la juventud lo sepa. Y contar. 

 

P: Y hoy, con dos hijos, tres nietas y cuatro bisnietos, tal cual me contó antes de grabar…después de haber pasado tantos problemas por los cuales se siente también sobreviviente, ¿usted es una agradecida a la vida Ester?

En familia, lo central

 

R: Sí, la verdad que sí, porque tuve una vida muy buena con mi marido. Yo era una reina con él. Vivimos también en piezas sin muebles, pero no me molestó porque éramos muy felices. Y tengo dos hijos, cuatro nietos, cuatro bisnietos…así que agradezco a la vida. Claro que sí.


Por Ana Jerozolimski
Fuente: Semanario Hebreo Jai