El 18 de julio de 1994 el terrorismo dejó una cicatriz imborrable en la memoria de los argentinos. Ese día la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) fue atacada y destruida por los efectos de una explosión que causó la muerte de 85 personas y dejó un saldo de 300 heridos. La herida continúa abierta a casi tres décadas de ese episodio mientras la memoria activa sostiene un homenaje permanente hacia todas las víctimas.
A las actividades y manifestaciones que se realizan todos los años con este fin, la AMIA sumará un espacio de recordación sobre los escombros del edificio atentado, que están depositados desde hace décadas sobre la costa del Río de la Plata, entre Ciudad Universitaria y el Parque de la Memoria. El espacio estuvo preservado durante años por la Justicia para proteger la evidencia, pero fue liberado para la creación de una plaza memorial.
La propuesta surgió en 2017 por iniciativa de la Ciudad y un trabajo en conjunto con AMIA para definir qué tipo de uso se le podía dar al lugar donde descansan toneladas de escombros cubiertos por un manto verde de césped y plantas que avanzaron naturalmente. Aunque los restos del edificio pueden verse cerca del agua que baña la costa rioplatense. Hierros retorcidos entre bloques de hormigón y ladrillo se dejan ver en los pocos metros de playa de ese sector de la costa.
La voladura de la AMIA estremeció a la sociedad argentina por segunda vez en dos años, luego del atentado a la embajada de Israel que causó 29 muertos y al menos 240 heridos. Para investigar el hecho se creó la Unidad Fiscal AMIA, que tenía protegidos los escombros como evidencia, y que autorizó la utilización del espacio luego de la solicitud.
“El terreno en cuestión es producto del acrecentamiento de la superficie a partir del depósito de los escombros del atentado que sufrió la AMIA. Al día de hoy el espacio se encuentra delimitado por un cercado perimetral y en aparente estado de abandono”, decía una carta enviada por la Dirección de Espacios Verdes a la Unidad Fiscal AMIA en abril de 2017.
“La intención es presentar un proyecto de mejora y puesta en valor a fin de preservar este terreno como un nuevo espacio verde para la ciudad”, agregaba el pedido. La respuesta no tardó en llegar desde el Ministerio Público Fiscal que dictaminó que no había restricciones “para disponer del predio adyacente al Parque de la Memoria como de los materiales allí existentes”.
Años más tarde, el proyecto lo tomó la Secretaría de Desarrollo Urbano que generó un intercambio de ideas con los directivos de AMIA para definir qué tipo de espacio se podía generar sobre los escombros del edificio, ubicados en un espacio de 3285 m². Entre los conceptos más importantes, se definió la colocación de 85 estacas verticales de acero con una lámpara en los extremos, en homenaje a cada una de las víctimas, una placa con los nombres de todos los fallecidos, un pilar de metal de 20 metros de altura que funcionará como un reloj solar y senderos y miradores que flotarán sobre el terreno y balconearán hacia el Río de la Plata.
La futura plaza memorial está rodeada de rejas y cercos que le quitan conectividad. La intención es quitar algunos cercos o abrir portones para vincular a la Ciudad Universitaria y el Parque de la Memoria con el nuevo espacio verde donde las obras comenzarán el mes próximo. Se estima que en junio de 2023 esté abierta al público.
“Nos importaba mucho este lugar porque en su basamento estaba la memoria de lo que ocurrió, los escombros. Nos importaba poder trabajar con aquellas personas que no tienen memoria vivencial y nos preguntábamos cómo trabajar la memoria sin recuerdos. Habría que generar memoria colectiva y social a partir de testimonios y actos simbólicos para recordar sin tener la necesidad de haber vivido el hecho”, explica Elio Kapszuk, director de arte y producción de AMIA, que trabajó en la elaboración del proyecto junto a Daniel Pomerantz, el director Ejecutivo de la entidad.
“Queríamos que fuese un lugar de encuentro, además de recordación. Así lo pedimos y lo fuimos trabajando mano a mano con el Gobierno”, agrega.
Según AMIA, los procesos urbanísticos de recordación cambiaron en estas tres décadas y pasaron del monumento fijo, sin interacción con la gente, a los espacios en el territorio. “Los procesos nuevos están vinculados con las experiencias, como ocurrirá con esta plaza. En la entrada habrá una explicación de lo que sucedió, los datos duros con los nombres de las víctimas, pero también esperamos que sea un espacio de permanencia. Hay una idea de dejar algo al descubierto para dar cuenta del valor simbólico del acto, aunque aún no lo definimos”, cuenta Kapszuk.
En la Ciudad entienden que ese espacio público, además de un sitio de recordación vivencial, se integrará a todo el plan de recuperación costera que incluye varios proyectos desde el Riachuelo hasta la General Paz con la instalación de una playa permanente y la generación de nuevos parques con mixtura de uso. En Costa Salguero y Punta Carrasco, por ejemplo, habrá desarrollos privados y nuevos servicios bajo el principio que manifiesta el Gobierno porteño: generar ciudad donde no la había.
Una vez establecida la idea se definió el presupuesto que partió del convenio urbanístico Dique 4, en Puerto Madero, que como contraprestación debía destinar los fondos para la creación de la plaza memorial. “AMIA tuvo que validar la idea porque representa a muchas voces. Querían contar con un museo vivo, que no sea un espacio público más. Es un proyecto basado en la recordación de lo que sucedió, la educación de la gente que no habían nacido en el momento del atentado y la experiencial vivencial”, detalló Alvaro García Resta, titular de la secretaría de Desarrollo Urbano de la ciudad.
En AMIA valoran que el predio se encuentre cerca de Ciudad Universitaria para invitar a los estudiantes a recorrer el espacio de la memoria. Según entienden, en la actualidad hay un 60% de la población que no tiene memoria vivencial de lo ocurrido sobre la calle Pasteur al 600 en 1994, muchos de ellos, jóvenes que cursan carreras en la Universidad de Buenos Aires y cerca del río.
Fuente: La Nación